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Fue una experiencia como ninguna otra. El rocío de la mañana, la frescura del viento y la belleza de lo nuevo, hizo de aquella salida del sol un inolvidable amanecer. Mi esposa y yo estábamos celebrando nuestro quinto aniversario. Tomamos un vuelo de Nueva York a Lisboa: de lo nuevo a lo viejo. No sabíamos qué esperar. Nunca habíamos estado en el viejo continente, pero Europa tiene una estupenda manera de presentarse al turista en búsqueda de aventuras.

El sol que habíamos dejado en las costas del atlántico, nos alcanzó en las playas portuguesas. Las empedradas calles de Lisboa y sus gloriosas costas encontraron en nosotros dos ávidos fans. El tiempo que pasamos hizo que quedáramos enamorados de las irresistibles atracciones europeas. ¡Qué calles más bellas recorrimos!

En un sentido similar, pero infinitamente mejor, debemos entender que las Escrituras nos presentan la belleza irrefutable del reino de Dios. Las páginas de la Biblia son las calles que despliegan el reino: gloria por doquier, hermosura digna de admirar no solo con los ojos, sino también con el corazón. Pero lo más glorioso de todo, es que en esta analogía los creyentes no somos turistas sino ciudadanos (Fil 3:20). El reino de Dios se nos presenta en la Biblia porque el Rey quiere que lo conozcamos. El Rey nos escribe porque quiere ser leído. La ciudad nos abraza porque espera ser poblada.

Por eso es lamentable que muchos creyentes no tengamos claridad de qué es el reino de Dios. ¿Es el reino algo exclusivo del Nuevo Testamento? ¿Es algo solo del futuro? ¿Es para el presente nada más? Permíteme ayudarte a ver que, en tu caminar con Dios, no eres un turista perdido en una ciudad desconocida, sino que eres un ciudadano naturalizado por la sangre del Rey. Eso tiene implicaciones espectaculares que te cambiarán por siempre.

Lo siguiente son tres mitos y verdades sobre el reino de Dios.

Mito #1: El reino de Dios es algo del Nuevo Testamento solamente

Es común que se piense que el reino de Dios es una enseñanza exclusiva del Nuevo Testamento. Después de todo, la frase «reino de Dios» no está en el Antiguo Testamento. Pero este mito no es verdad y podría ser devastador aceptarlo. 

Imagina que un soldado es enviado a pelear por su nación a un lugar lejano pero, antes de partir, deja una carta a su amada que es temerosa de Dios. La carta está dividida en dos partes. En la primera, el soldado le pide que se case con él; en la segunda, le pide que vivan juntos cuando él regrese. ¿Te imaginas qué pensaría su amada si solo leyese la segunda parte (vivir juntos) sin antes leer la primera sección (casarse)? Seguro habría confusión y hasta una posible ruptura de la relación. 

La llegada del Rey en los Evangelios no inicia una historia nueva en la Biblia, sino que más bien continúa la que empezó desde Génesis

Con la Biblia ocurre lo mismo. Si no entendemos que la enseñanza sobre el reino de Dios tiene su origen en el Antiguo Testamento, entonces perderemos de vista lo que Dios quiere con nosotros. Sería devastador desconectar el Antiguo del Nuevo Testamento y no apreciar la cohesión de la Biblia a través de una unidad hermosa arraigada en la doctrina del reino de Dios.

Aunque el reino de Dios es bien explicado en el Nuevo Testamento, está bien cimentado en el Antiguo. Génesis comienza con la realidad de que Dios creó un escenario en donde tenemos lo más fundamental de todo reino: un rey, un territorio y los ciudadanos (Gn 1). Pero los ciudadanos se embarcaron en un imprudente golpe de estado; quisieron ser reyes en lugar de súbditos (Gn 3:5). Así crearon su propia dinastía caída, frágil y pecadora. Sin embargo, el Rey no los dejaría así. El Rey aún reinaría sobre toda la tierra. Entonces la nación de Israel fue elegida por Dios para ser el canal de «bendición a todas las familias de la tierra» (Gn 12:3). El Rey consumaría su reino de bendición, en el que las personas le sirvan y adoren en comunión junto a Él por siempre, y de eso trata toda la Biblia. 

A Dios se le describe como «el Señor que reina» (Sal 97:1), el «Rey de toda la tierra» (47:7) y «el Rey de gloria» (24:8), entre muchas otras figuras que subrayan su reinado. Cuando leemos que Moisés sacó a Israel en un éxodo (en los primeros libros de la Biblia), o cuando Zorobabel guió a Israel en otro éxodo (en Esdras y Nehemías), vemos que Dios está detrás de ambas narrativas. Cuando leemos la historia de Noemí en el libro de Rut, vemos a Dios orquestar todos los eventos para que el Rey pueda llegar a la tierra por la línea de los descendientes de Rut. También Juan el Bautista se convierte en el heraldo del Rey, vemos que toda la Biblia se une en perfecta armonía en el marco de la realeza divina.  

La llegada del Rey en los Evangelios no inicia una historia nueva en la Biblia, sino que, más bien, continúa la que empezó desde Génesis. Dios es Rey y su deseo de dar a conocer su reino y consumarlo en la tierra es observable no solo en el Nuevo, sino también en el Antiguo Testamento.

Verdad #1: El Antiguo Testamento apunta al reino de Dios.

Mito #2: El reino de Dios es futuro solamente

Existe la creencia común de que el reino de Dios es algo de lo que seremos testigos solo en el futuro. Podemos pensar, por un lado, que el reino está “en el cielo” y seremos sus ciudadanos cuando pasemos a su presencia después de nuestra muerte. El tiempo aquí en la tierra es solo un paréntesis que Dios ha hecho, una pausa al reino.

La llegada de Jesús a la tierra no solo trajo consigo salvación al hombre, sino un reino eterno y perfecto en el cual la salvación se desenvuelve

Por el otro, tal vez se nos enseñó que el único libro que revela el reino de Dios es Apocalipsis, mientras que el resto de la Biblia solo apunta hacia ese destino futuro. Así llegamos a ver el reino de Dios como algo a largo plazo, una promesa que será cumplida cuando llegue el fin de los tiempos. Pero esto es un mito porque la Escritura enseña algo muy diferente. 

Cuando Jesús llegó a la tierra, Dios llegó a la tierra. Con Dios en la tierra, el Rey finalmente había llegado (Is 32:1-4). El cielo y la tierra tuvieron de nuevo un punto de intersección con el Mesías. Pero Jesús trajo consigo algo nuevo. Él no solo fue otro libertador y profeta como Moisés (Dt 18:15); Él no solo fue otro sacerdote como Melquisedec (Sal 110:4); Él no solo fue otro rey como David (2 S 7:1–17). Él es el mejor profeta, sacerdote y rey. Así que la llegada de Jesús a la tierra no solo trajo consigo salvación al ser humano, sino un reino eterno y perfecto en el cual la salvación se desenvuelve. 

En otras palabras, la espera por la venida de un reino perfecto profetizado en el Antiguo Testamento, concluyó con la llegada de Jesús a la tierra. Eso fue lo que Él predicó: «Jesús vino a Galilea predicando el evangelio de Dios. “El tiempo se ha cumplido”, decía, “y el reino de Dios se ha acercado; arrepiéntanse y crean en el evangelio”» (Mr 1:14-15).

Tenemos que subrayar dos verdades que vemos en estos versículos. La primera, es que el reino ya se acercó. No es algo solo para el futuro. Sí, aún esperamos la plena llegada del Rey y su reino (Ap 19:11-21), pero la inauguración del reino ocurrió con la llegada del Rey. Jesús trajo un reino como ningún otro, uno que jamás será vencido o destruido (Dn 2:44). Es uno perfecto y eterno con un Rey eterno y perfecto. Jesús es el Rey que construyó un nuevo templo, un juez que juzga con justicia santa y un profeta que intercede por los suyos (Ef 2:21; 2 Ti 4:8; Ro 8:34). Su trono fue la cruz; su resurrección fue la confirmación de su identidad; su ascensión fue su coronación. Cuando decimos que Jesús vino a la tierra, hacemos bien en recordar que una nueva era comenzó cuando Él nació.

La segunda verdad es que la predicación del evangelio se debe a que el reino ya está aquí en un sentido muy real. Jesús dijo que debido a la llegada del reino era necesario arrepentirse y creer en el evangelio. Esto no significa que antes de su venida el arrepentimiento era innecesario. Pero su venida trajo de forma única el reino que Adán perdió. Su llegada rompió el velo que separaba al hombre de su Creador (Mt 27:51). El evangelio va de la mano del reino y dondequiera que el evangelio se proclama, su reino también se expande. Por eso decimos que el reino no es futuro solamente, sino que es mucho más presente de lo que solemos admitir. Ya disfrutamos beneficios de la ciudadanía allí a través del perdón de pecados, la comunión con Dios y la vida eterna, entre otros beneficios (cp. Col 1:13).

Verdad #2: Hay aspectos del reino de Dios que están presentes aquí y ahora.

Mito #3: El reino de Dios es presente solamente 

Por último, existe un mito totalmente opuesto porque afirma que el reino de Dios es solamente aquí y ahora. La felicidad, paz y prosperidad ya son para ti. Escuchamos frases como: «Dios quiere que seas próspero, sano y exitoso y así vivas ahora como un hijo del Rey».

Amamos al Rey más de lo que amamos nuestra salud. Deseamos glorificarle más de lo que deseamos prosperidad

Pero aunque el reino de Dios ya fue inaugurado en la tierra, nuestra realidad no se asemeja del todo a lo que Dios prometió sobre su reino. Isaías describe el reino de Dios como un lugar donde «El lobo morará con el cordero, y el leopardo se echará con el cabrito” (11:6). El salmista asegura que al ciudadano del reino no le “sucederá ningún mal, ni plaga se acercará a tu morada» (Sal 91:10). No tardamos en notar que esto no es todavía una realidad.

Los animales se devoran entre sí brutalmente y la COVID-19 ataca tanto a incrédulos como a creyentes. Entonces, ¿cómo entender esta aparente discrepancia? Muy simple: el reino de Dios aún no ha llegado plenamente. Esperamos el cumplimiento de decenas de promesas que han sido dadas a Israel y a todos los que creen en Él.

El león sí jugará con el cordero y nuestros cuerpos serán sanados plenamente para nunca enfermar otra vez. Ninguna plaga nos tocará ni veremos muerte otra vez. Esperamos que la verdadera justicia llegue plenamente y entendemos que la prosperidad que nuestra alma busca no se puede encontrar en esta tierra. Algunos prometen riquezas y prosperidad en nombre de Dios, pero la Biblia enseña que nuestra esperanza no está en lo que podamos hallar en lo presente, sino en lo que Dios traerá en el futuro (Tit 2:13). 

Quienes buscan prosperidad terrenal más de lo que esperan el reino de Dios, han perdido de vista que lo más especial del reino no son la salud o las riquezas, sino el Rey. El reino de Dios es sobre Él, no sobre sus ciudadanos. Él nos creó, Él nos amó desde la eternidad y Él se dio a sí mismo por nosotros. Así que amamos al Rey más de lo que amamos nuestra salud. Deseamos glorificarle más de lo que deseamos prosperidad. Buscamos sus caminos más de lo que buscamos nuestras riquezas pasajeras. Esa manera de vivir nos hace ricos porque «Mi Dios proveerá a todas sus necesidades, conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús» (Fil 4:19; cp. Mt 6:33).

La plenitud de su reino está por llegar y cuando llegue, «Ya no habrá muerte, ni habrá más duelo, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas han pasado» (Ap 21:4). Mientras tanto, expandimos el reino de Dios en la tierra al anunciar que el Rey ya vino y proclamamos que pronto regresa otra vez. Así que no iremos a las calles de gloria en la ciudad celestial, donde estaremos por siempre junto a nuestro Rey; más bien, Él y sus calles vendrán a nosotros y por eso oramos «Venga tu reino» (Mt 6:10; Ap 21:2).

Verdad #3: Tenemos nuestra esperanza en la consumación de la venida del reino.

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