Génesis 40-41 y Marcos 1-2
“Esto es lo que he dicho a Faraón: Dios ha mostrado a Faraón lo que va a hacer. He aquí, vienen siete años de gran abundancia en toda la tierra de Egipto; y después de ellos vendrán siete años de hambre, y se olvidará toda la abundancia en la tierra de Egipto…Haga esto Faraón…”, Génesis 41.28-30a, 34a
Parálisis. Así se le llama a la disminución o privación de la sensibilidad o del movimiento de alguna parte del cuerpo. Considero que esta no es sólo física, sino también anímica y espiritual. Sus causas siempre son traumáticas, y algunos no llegan a restablecerse jamás.
José había pasado por la inentendible actitud de sus hermanos de venderlo como esclavo y luego pasar varios años en prisión producto de una acusación infame. Cada uno de estos traumas podría haberlo dejado con parálisis permanente, pero supo sobreponerse a cada una de ellas con valor y fe. Aun en la cárcel se había ganado el respeto de las autoridades, servía diligentemente y en medio de su difícil situación era prosperado por el Señor. José era un verdadero “hombre gato”, siempre caía de pie y sabía sacarle provecho a todas sus circunstancias. Él nos demuestra que todo hombre debe luchar por sacar adelante su propia vida, sin importar cuán oscuro y deprimente sea el sendero por el que deba cruzar.
En una oportunidad, cayeron en la cárcel el copero y el panadero del Faraón, una historia universalmente conocida. Ellos tuvieron un sueño que José, dirigido por el Señor, supo interpretar a cabalidad. Al panadero, José le suplica: “Sólo te pido que te acuerdes de mí cuando te vaya bien, y te ruego que me hagas el favor de hacer mención de mí a Faraón, y me saques de esta casa. Porque la verdad es que yo fui secuestrado de la tierra de los hebreos, y aun aquí no he hecho nada para que me pusieran en el calabozo” (Gn.40.14-15). Bueno, el panadero tenía mala memoria, y no fue hasta dos años después que recordó al joven intérprete de su sueño; lo llevó hasta el mismo Faraón y José con la interpretación del sueño de las vacas y las espigas se convirtió en gobernador de todo Egipto. Este joven hebreo pasó de servir como esclavo a alto funcionario del pueblo más avanzado de su tiempo. ¿Cómo lo logró? Con la bendición y guía de su Dios, y con la prudencia, previsión y trabajo que lo había caracterizado en todos los lugares adonde había estado.
¿Cómo enfrentamos nosotros los dramas y la adversidad de la vida? A muchos de nosotros nos falta la entereza del joven José. Somos más propensos a esconder nuestra realidad y cubrirla con falsas apariencias que dibujan una sonrisa de fantasía a nuestros corazones adoloridos. Nuestro Señor Jesucristo está buscando hombres que desde donde se encuentren tengan las ganas para pedir ayuda, Él no tardará en responderles.
En alguna oportunidad Jesús entró en Capernaum, y como era costumbre: “…se reunieron muchos, tanto que ya no había lugar ni aun a la puerta; y El les exponía la palabra” (Mr. 2:2). Siempre alrededor de Jesucristo hay multitudes, gente con un profundo apetito por oír y ver lo que Jesús puede hacer. Pero este mar humano prefiere mantenerse en las tribunas y en el anonimato, siendo su única finalidad el observar. Son gente común y corriente que dejando sus afanes, problemas, temores y alegrías, van donde el Señor a olisquear su gracia y su poder, pero no son capaces de vivenciar esa gracia y ese poder porque dejaron sus afanes, problemas, temores y alegrías en casa para poder ver a Jesús. Son personas que aprobarán todo lo que el Señor dice, que aplaudirán cada una de sus palabras, que se sentirán como parte de su ejército, que se asombrarán con sus milagros, pero que llegando a casa solo recordarán palabras y hechos que en sus propias vidas no tendrán repercusión alguna.
Sin embargo, siempre aparecen en medio de las multitudes gente dispuesta a aprovechar el poder de las palabras y los hechos de Jesús: “Entonces vinieron a traerle un paralítico llevado entre cuatro” (Mr. 2:3). Ellos no llegaron a Jesús solo para oírle: estaban allí con una persona a la que amaban y que tranquilamente hubieran podido dejar en casa, pero cargaron con su “paralítico” con la expectativa de que el Señor hiciera algo con él. Como vivimos en un mundo de apariencias, nos cuesta llevar nuestro minusválido con nosotros, ya que con esto le exponemos al mundo que no todo es tan perfecto como lo publicitamos. ¿Cuáles son las características de tu “paralítico”? ¿Será una parálisis en las relaciones con tus seres queridos, o una profunda hemiplejia en tu área laboral o social? ¿Quizá una paraplejia que te impide vencer algún vicio o adicción? ¿Una cuadraplejia que te llena de temor por tu absoluta incapacidad de ser como quisieras ser? Tú lo sabes, pero no solo debes saber lo que te aflige, sino también lo que Jesús vino a hacer: “Al oír esto, Jesús les dijo: Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los que están enfermos; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores” (Mr. 2:17). El pecado no encierra solamente el significado peyorativo de error moral, sino también la del fracaso personal producto de nuestras decisiones equivocadas.
Pero no basta con llegar a donde está Jesús con nuestra parálisis. “Y como no pudieron acercarse a El a causa de la multitud, levantaron el techo encima de donde El estaba; y cuando habían hecho una abertura, bajaron la camilla en que yacía el paralítico” (Mr. 2.4). Estos hombres se dieron cuenta que la multitud no los dejaría mostrarle a Jesús su necesidad, pero con creatividad, esfuerzo y paciencia llamaron la atención del Maestro. Siempre el empeño será una clara demostración del valor que para nosotros tiene alcanzar algún cometido. El tesón demostrado por estos hombres le probó a Jesús que ellos no anhelaban solo unas palabras de consuelo o un “gesto”, como se dice hoy en día, sino que se estaban arriesgando por algo mayor. Muchos de nosotros perdemos no solo bendiciones, sino toda clase de oportunidades por nuestra displicencia. Aprendamos de José y aprendamos de estos anónimos hombres que no se rindieron ante la adversidad.
¿Cuál fue la respuesta de Jesús? “Viendo Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados” (Mc.2.5).
Primer secreto: Siempre necesitaremos de otras personas que nos ayuden a llevar nuestro paralítico. Personas que en lugar de incredulidad puedan compartir con nosotros la fe que mueve montañas. Jesús nunca fue un solitario, y tampoco permitió la soledad entre los suyos. El mantuvo un grupo de discípulos a los que llamó para que estuviesen con El y para que se fortalecieran juntos. No le interesó parecer un `gurú´, sino más bien, miembro de una familia. Disfrutó de la gente y no descuidó la realidad de cada una de sus seguidores. ¿Quienes comparten contigo el sueño de ver caminar a tu “paralítico”?
Segundo secreto: Nunca encasillemos al Señor a algún tipo de “procedimiento” sanador. El paralítico recibió el perdón de Dios en primer lugar. Jesucristo puso en orden su corazón y llevó al mar del olvido todas aquellas cosas que lo llevaron al fracaso y a la parálisis. El Señor solo puede hacer el milagro de devolver la luz a nuestras vidas cuando restaura el medidor y vuelve a conectarlo con firmeza a Él, quien es fuente de la verdadera luz. La cuenta impaga es cubierta por Él mismo, eso es el perdón. La fuente de toda parálisis personal es producto de nuestra desobediencia al Señor y su Palabra, por eso es lo primero que debe resolverse.
Tercer secreto: “¿Qué es más fácil, decir al paralítico: “Tus pecados te son perdonados”, o decirle: “Levántate, toma tu camilla y anda”? Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados (dijo al paralítico): A ti te digo: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa” (Mr. 2:9-11). Para Jesucristo no hay nada imposible, la total restauración es una posibilidad real en sus poderosas manos.
Cuarto secreto: Toda restauración de Dios debe probarse de manera tajante y absoluta. “Y él se levantó, y tomando al instante la camilla, salió a vista de todos, de manera que todos estaban asombrados, y glorificaban a Dios, diciendo: Jamás hemos visto cosa semejante” (Mr. 2:12). Hoy en día multitudes saldrán de las iglesias cada domingo confiadas en sus conciencias de estar en buena relación con Dios, pero sin la manifestación gloriosa de la sanidad de sus parálisis. Son una multitud de simples oyentes, pero entre ellos, estamos seguros, que todavía llegarán a la casa de Dios hombres y mujeres cargando sus parálisis y llamando la atención de Jesús quien atenderá sus súplicas como lo ha venido haciendo desde hace dos mil años. Serán hombres y mujeres sin nombres y apellidos, personajes que permanecerán en el anonimato, como protegidos por el Señor, para que disfruten con libertad del milagro de nueva vida que el Señor les entregará.