Levítico 19 – 21 y Juan 16 – 17
“Cuando siegues la mies de tu tierra, no segarás hasta los últimos rincones de tu campo, ni espigarás el sobrante de tu mies”.
Levíticos 19:9.
Cada cierto tiempo, y por diferentes motivos, se nos da por hablar de las profundas desigualdades en las que nos hemos acostumbrado a vivir. Lamentablemente, nunca hemos hecho lo suficiente para alcanzar la correspondencia mutua que limpie nuestras conciencias de la falta de solidaridad. Por ejemplo, sabía usted que:
El negocio que es tan rentable como la fábrica de autos Renault en Francia es el que tiene que ver con le cuidado y manutención de los animales domésticos. Los franceses tienen más de 42 millones de animales de compañía. Los ingleses no se quedan atrás. Sus gatos comen más proteínas que los hombres en África. El 15% del mundo con mayor desarrollo consume el 70% de la producción mundial de bienes. Y dentro de nuestros países sudamericanos no somos tampoco nada de buenos. Francis Fukuyama señaló en una entrevista que el gran problema de Latinoamérica, después de haberse insertado a la democracia y empezar a vincularse al proceso global, es la distribución de la riqueza. Todavía muy pocos se quedan con mucho.
En la Biblia encontramos algunas ordenanzas de Dios que tienen que ver con el llamado personal y comunal a considerar la desigualdad como una ofensa a Dios y a la humanidad. Aquí van algunas de ellas:
No todo lo nuestro es “absolutamente” nuestro: “Tampoco rebuscarás tu viña, ni recogerás el fruto caído de tu viña; lo dejarás para el pobre y para el forastero. Yo soy el SEÑOR tu Dios ”, Levíticos 19:10. Siempre en todo lo que merecidamente nos pertenece hay escondido algo del todo que le corresponde a los demás. No es un impuesto, ni tampoco una dádiva, es nuestra cuota de solidaridad con los que menos tienen. No debe haber más que el genuino deseo de ser recíprocos. Damos, no de lo que nos sobra, sino que entregamos de lo que todavía nos es útil y de provecho personal, no solo para nosotros, sino para los nuestros. Hay justicia en usufructuarlo para mí, pero sobrepasa a la justicia el entregarlo por (y con) amor.
Nadie debe “dormir” con almohada ajena: “El salario de un jornalero no ha de quedar contigo toda la noche hasta la mañana”, Levíticos 19:13b. No basta con pagar las cuentas… hay que pagarlas a tiempo. Las leyes del mercado no siempre serán las más justas. Cuando negociamos, depende del lugar del mostrador en que nos encontremos: Si estoy vendiendo es “súper barato”, pero si estoy comprando es “súper caro”. Nada es más genuinamente humano que el regateo. Pero, ¿Cómo equilibrar nuestros intereses con los de los demás? Algunas ordenanzas más del Levítico: “No hurtaréis, ni engañaréis, ni os mentiréis unos a otros… “No oprimirás a tu prójimo, ni le robarás… “No harás injusticia en el juicio; no favorecerás al pobre ni complacerás al rico, sino que con justicia juzgarás a tu prójimo”, Levíticos 19:11,13a,15. La base es la justicia, el resto es amor, y éste embellece la rectitud.
Nadie debe “valer menos”: “No maldecirás al sordo, ni pondrás tropiezo delante del ciego, sino que tendrás temor de tu Dios; yo soy el SEÑOR”, Levíticos 19:14. No existen hombres y mujeres de segunda categoría. En lugar de profundizar sus falencias, y alejarlos de la sociedad como si nos avergonzásemos de ellos, dignificaremos a los minusválidos con doble valor y preferente atención. Como personas y como sociedad, debemos poner todo el empeño y las fuerzas suficientes para ser los ojos del ciego, las piernas del paralítico y la inteligencia de los deficientes mentales.
Nuestro Señor Jesucristo fue el primero en estampar su firma ejemplar en el convenio de reciprocidad con su iglesia. Si Dios fue capaz de hacerlo, cómo no lo haremos nosotros. Cuando oró antes de partir, Él afirmó con propiedad y mucho amor: ” La gloria que me diste les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno: yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfeccionados en unidad, para que el mundo sepa que tú me enviaste, y que los amaste tal como me has amado a mí ”, Juan 17:22-23. Jesús compartió la brillantez de su hermosura, lo hizo sin discriminación alguna y con un profundo sentido de unidad en humildad. Nada se dejó para sí y proveyó cheques en blanco para que sus discípulos los hicieran efectivos: ” Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre; pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea completo”, Juan 16:24.
Finalmente, solo habrá reciprocidad cuando tengamos el suficiente amor y compromiso para entender que todos vivimos en un pequeño planeta de una sola habitación en donde el bien común es la única ruta para llegar a la verdadera felicidad. “Padre, quiero que los que me has dado, estén también conmigo donde yo estoy, para que vean mi gloria, la gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo”, Juan 17:24.