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Nota del editor: 

El pastor John Piper recibe preguntas de algunos de sus oyentes de su programa: Ask Pastor John. A continuación está su respuesta a una de esas preguntas.

¿Hemos perdonado a alguien si seguimos repitiendo en nuestra mente lo malo que nos hicieron? Esta pregunta la hace Emily.

“Querido pastor John, gracias por sus años de fiel ministerio en línea. Mi pregunta es con respecto al perdón. El otro día mi esposo hizo un comentario hiriente sobre mi apariencia, y con la ayuda de sabios consejos de parte de una mujer con muchos años en la fe pude expresarle mi dolor acerca de esto a mi esposo. Por supuesto que él me pidió perdón inmediatamente. Pero la pregunta es esta: ¿cómo sé si realmente lo he perdonado? Todavía me duele cuando pienso reiteradas veces en lo sucedido. Estoy buscando, con la ayuda de Dios, servirle y amarle a pesar de lo que siento. Sin embargo, ¿es el dolor continuo por la ofensa recibida una señal de que realmente no lo he perdonado?”.

Respondiendo al pecado

Quiero comenzar de una manera más general, que creo que será de gran ayuda para los que estamos casados, ​​e incluso para aquellos que se encuentran en relaciones similares. Luego quiero entrar en detalle en el asunto de Emily, sobre si es que ella ha perdonado a su esposo en realidad.

Mi responsabilidad ante Dios no es el comportamiento de mi esposa, sino mi respuesta a esos comportamientos.

Lo que he notado en nuestro matrimonio es que la batalla por la santidad, más de lo que nunca imaginé, se centra en la lucha por evitar pecar al responder a estas ofensas. No era lo que esperaba. Creo que esta es una batalla común en el matrimonio cristiano, en donde queremos poner nuestras vidas conformes a la enseñanza de las Escrituras y comprometernos con la búsqueda de la santidad.

La batalla por ser la persona más amorosa que puedes ser, tal y como Dios retrata y define la santidad en la Biblia, consiste en mucho más que evitar el pecado en respuesta al pecado. Permítame decirlo nuevamente porque puede sonar un poco confuso.

Una de las mayores batallas por la santidad y el amor en el matrimonio cristiano es evitar pecar en respuesta al pecado de mi esposa, más allá de lo que mis sentimientos me digan. Tengo en mente el tipo de cosas a las que se refiere Emily, por ejemplo: ser ofendido con palabras hirientes, descuidar las palabras amables, expresar acusaciones, o mostrar indiferencia, o las desilusiones que podrían haberse evitado con un poco más de cuidado.

Por supuesto, esto se complica con nuestros sentimientos como pecadores, donde a veces las palabras o el comportamiento que nos hiere no han tenido intención pecaminosa de parte de la otra persona; y a su vez, al querer enfrentarla y querer perdonarla, podemos llegar a ofenderla porque la misma no ha tenido tal intención. Entonces ofrecerle perdón es en cierto modo una acusación de la que no se siente culpable.

Batalla complicada

Entonces, con este conflicto, una de las principales batallas de John Piper, y de muchos otros, es que mi batalla por la santidad en el matrimonio y otras relaciones no es simplemente evitar pecar contra el otro. Esa es el pensamiento simple que tenía cuando comencé el matrimonio. Pensé: “Simplemente voy a evitar pecar contra mi esposa”.

Pero la situación es más complicada: debes evitar las respuestas pecaminosas a los pecados de los demás. Lo que hace que esta batalla sea tan peculiar es que en el mismo momento en que estamos pecando contra alguien, tenemos fuertes sentimientos de justificación por la forma en la que se ha pecado contra nosotros. Es sutil.

Difícilmente pensamos en lidiar con nuestro propio pecado porque el problema parece ser el pecado de los demás. Tu “abogado interno”, como lo llama Paul Tripp, se levanta y dice: “Oye, es su problema. Tú no tienes ningún problema de pecado”. Sin embargo, mi mayor problema en ese momento es mi pecado.

Algunos de los sentimientos que tenemos pueden estar incluso justificados; parte del dolor y la indignación pueden estar justificados. Entonces puedes ver lo complicado que es ese momento emocional de una fuerte sensación de estar equivocado. Permíteme decirlo de nuevo: nos sentimos agraviados y nuestro corazón se levanta pecaminosamente en respuesta al mal.

Buscando la santidad

Finalmente, la pregunta de Emily es una parte muy importante de un problema más amplio y común en la mayoría de las relaciones, especialmente en el matrimonio, donde inevitablemente decimos y hacemos cosas que lastiman, decepcionan, o frustran a la otra persona. Debemos considerar las complejidades de ser realmente heridos y cómo lidiamos con nuestras respuestas pecaminosas a ello.

Mi desafío número uno en santidad no es cambiar a mi esposa, sino que el cambio se produzca en mí.

Una de las cosas más importantes que veo en todas las relaciones, especialmente en el matrimonio, es que mi responsabilidad ante Dios no es el comportamiento de mi esposa, sino mi respuesta a esos comportamientos. Esa es mi responsabilidad.

Es muy fácil, especialmente al comienzo de una relación, sentir que tengo el deber de arreglar todo aquello que no me gusta, que me frustra, me decepciona, o me hace mal. Tengo que cambiar a esa otra persona y ayudarla a dejar de hacer cosas que me molestan, me frustran, o que me hacen mal, en lugar de saber que mi responsabilidad número uno ante Dios, y mi desafío número uno en santidad, no es lograr que mi pareja cambie, sino ser yo quien cambie, respondiendo de una manera piadosa, cristiana, humilde, y amorosa, a pesar de que lo que se diga sea hiriente.

Devolver con el bien

Me parece a mí que el gran desafío del Nuevo Testamento para todos nosotros es no devolver mal por mal.

“No devolviendo mal por mal, o insulto por insulto, sino más bien bendiciendo, porque fueron llamados con el propósito de heredar bendición”, 1 Pedro 3:9.

“Hagan bien a los que los aborrecen”, Lucas 6:27.

“Cuando nos ultrajan, bendecimos. Cuando somos perseguidos, lo soportamos. Cuando hablan mal de nosotros, tratamos de reconciliar”, 1 Corintios 4:12-13.

La satisfacción profunda, dulce, y fuerte que debemos tener, tiene que ser en Cristo, quien nos da los recursos emocionales para responder como debemos. Esa es la gran belleza de la vida cristiana. Ese contentamiento dulce, profundo, y fuerte en Cristo lo magnifica a Él maravillosamente.

Debemos tener a Cristo, quien nos provee los recursos necesarios para responder con aliento, esperanza, y sabiduría a quien nos haga mal, en lugar de actitudes de enojo, o dando lástima, con quejas o manipulación, con indiferencia o con frialdad. Puedes ver que estoy familiarizado con mi propio pecado. Este es el gran milagro que los hijos de Dios (o por lo menos yo) quieren experimentar.

Hasta cierto punto todos nos herimos, nos decepcionamos unos a otros, y nos frustramos casi todos los días. El gran desafío en la vida cristiana es estar profundamente gozosos en nuestra relación con Jesús y esperanzados en las promesas de Dios, para que así no nos dejemos llevar por las desilusiones en nuestras relaciones.

Evitando el resentimiento

Con respecto a la pregunta específica de Emily, diría lo siguiente: considera la analogía entre sentirte herido emocionalmente y herido físicamente. Cuando a Pablo lo azotaron con 39 latigazos, incluso después de que perdonó a su perseguidor, debe haber tenido grandes moretones y terribles heridas en su espalda que le habrían dolido durante varias semanas.

El verdadero indicio del perdón no es castigar al otro sino buscar el bien del otro.

En esta analogía puede haber tanto dolor físico como emocional que persiste aun después del acto del perdón. Este dolor en sí mismo no es necesariamente pecaminoso. Ni tampoco una señal de falta de perdón. Sin embargo, todos sabemos que tanto el dolor físico como especialmente el emocional pueden transformarse en un instante en resentimiento, ira, y amargura. Esa transformación puede ser tan sutil que es difícil saber cuándo sucedió. Es por eso que Emily está haciendo su pregunta. Es difícil saber cuándo su dolor se está transformando en egoísmo, amargura, y resentimiento.

Concluiré con cuatro breves sugerencias para Emily y para nosotros, con el propósito de evitar que nuestro dolor y nuestra tristeza se transformen en resentimiento pecaminoso e implacable.

  1. Hagamos lo que hizo Jesús como está escrito en 1 Pedro 2:23, donde en lugar de devolver mal por mal, se entregó a aquel que juzga con justicia. Tomemos conscientemente todo tipo de pecado y entreguémoslo a Dios, quien puede resolver nuestras situaciones de manera más justa y sabia que nosotros.
  2. Dirige tu mente lejos del dolor, lejos de cualquier acto que estés recordando. Enfócate en todo lo que es verdadero, hermoso, puro, amable, y honorable, sabiendo que somos tratados por Dios mejor de lo que merecemos, como lo dice Pablo (Fil. 4:8).
  3. Renuncia a todas las tendencias de castigar o herir a tu cónyuge con actitudes, palabras, miradas, o silencio.
  4. Desea y trabaja con fervor por el bien de aquel a quien has perdonado. La verdadera señal del perdón no es buscar castigar al otro sino buscar su bien.

Publicado originalmente en Desiring God. Traducido por Paula Luccioni.
Imagen: Lightstock.
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