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1 Crónicas 13 – 15  y   Apocalipsis 19 – 20

Toda la asamblea dijo que así lo harían, porque esto pareció bien a todo el pueblo

(1 Crónicas 13:4)

Esta palabra latina  se refiere al número mínimo que debe estar presente en una reunión o asamblea para que las conclusiones tomadas tengan validez o sean representativas. Suena fácil… pero es tan difícil poner a las personas de acuerdo; si hasta me cuesta ponerme de acuerdo conmigo mismo, cuánto más alcanzar unanimidad cuando el grupo ya lo conforman más de dos. Hay tantos intereses de por medio, tantos prejuicios, tantas malas mañas, tanta complejidad cultural y social, que merecería una medalla y hasta pensión vitalicia el que consigue nuclear alrededor de un acuerdo a un grupo de más de dos personas.

Enrique Santos Discépolo fue un compositor de tangos de la primera mitad del siglo pasado. Sus letras son una profunda crítica social y existencial que da cuenta de la imposibilidad de alcanzar la felicidad y la solidaridad. Basta algunos ejemplos: “el mundo fue y será una porquería ya lo sé… ¡En el quinientos seis y en el dos mil también!”; “verás que todo es mentira, verás que nada es amor, que al mundo nada le importa”; “pero no ves gilito embanderado que la razón la tiene el de más guita? ¿Que la honradez la venden al contado y la moral la dan por moneditas?”. Sus palabras son dolorosas, hirientes y profundas, nadie puede quedarse ajeno a las frases cortantes que Santos Discépolo transmitía. Esta desigualdad que él cantaba es alimentada por una falta grave de humanidad que nos deja sin quórum, sumidos en lo que los antiguos llamaban “Ultima ratio” o argumento final, en donde predomina la fuerza antes que la razón.

En el primer libro de Crónicas nuevamente nos encontramos con David asumiendo el reino de Israel. Aunque Dios le había ungido y gozaba de poder militar y estratégico, este gran monarca estaba muy preocupado siempre por alcanzar acuerdos y entendimiento entre su pueblo y sus aliados; en fin, era un amplio generador de consenso. En el caso del transporte del Arca del Pacto a Jerusalén nos mostró sus dotes de conciliador por excelencia.

¿Cómo lo hacía? En primer lugar, supo asesorarse por aquellos que tenían conocimiento e influencia en el pueblo: “Entonces David consultó con los capitanes de millares y de centenas, es decir, con todos los jefes” (1 Cro. 13:1). ¡Cuántos desencuentros nos ahorraríamos si aprendiéramos a escuchar a los que saben más o están más cerca de las personas o los temas que deseamos resolver!

En segundo lugar, propició oportunidades para dejar que todo el pueblo se entere y manifieste su opinión, pero eso sí, sin descuidar la soberana voluntad de Dios y sin hacer acepción de personas: “Y David dijo a toda la asamblea de Israel: Si les parece bien, y si es del Señor nuestro Dios, enviemos mensaje a todas partes, a nuestros parientes que permanecen en toda la tierra de Israel, y también a los sacerdotes y a los Levitas que están con ellos en sus ciudades y tierras de pastos, para que se reúnan con nosotros; y traigamos a nuestro lado el arca de nuestro Dios, porque no la consultamos en los días de Saúl” (1 Cro. 13:2-3). Una debida consideración y respeto por la opinión de los demás, ausencia de motivos oscuros o letra chica, y razones claras que podían ser entendidas, eran las bases de la comunicación exitosa de David con su pueblo.

Sin embargo, no basta con que dos o más personas se pongan de acuerdo para que las cosas funcionen. David aprendió con dolor que las buenas intenciones deben estar fortalecidas y sostenidas por principios sólidos y una férrea sujeción a los mandamientos de Dios y su plan eterno de redención. Una primera desgracia durante el transporte del arca lo dejó perplejo pero no lo amilanó, sino que lo hizo reconocer que también debía someterse a Dios en las condiciones de su propuesta y hacer las cosas en obediencia en todo sentido: “Entonces David hizo llamar a los sacerdotes Sadoc y Abiatar y a los Levitas Uriel, Asaías, Joel, Semaías, Eliel y Aminadab, y les dijo: “Ustedes son los jefes de las casas paternas de los Levitas. Santifíquense, tanto ustedes como sus parientes, para que suban el arca del Señor, Dios de Israel, al lugar que le he preparado. Puesto que ustedes no la llevaron la primera vez, el Señor nuestro Dios estalló en ira contra nosotros, ya que no Lo buscamos conforme a la ordenanza”” (1 Cro.15.11-13).

La gran lección que David aprendió es que todo Quórum no es sólo horizontal sino primeramente vertical. No en vano, Juan nos dice que Jesucristo, al final de los días, llevará este nombre escrito: “… REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES” (Ap. 19:16).  No basta con que los hombres se pongan de acuerdo en un asunto. Sin la voz sabia, autorizada, soberana y amorosa de Dios, quién le da consistencia, valor y pertinencia a todo convenio, todo se disipará como el polvo llevado por el viento. Somos demasiado volubles, pero Él es fiel. Tenemos un corazón torcido, pero el suyo es consistente. Somos finitos e hijos de nuestro tiempo, Él es eterno y nunca cambia. Solo con Él podremos descubrir el valor de una comunión que solo puede ser sostenida por Él mismo.

Quizás Santos Discépolo tenía razón con su visión pesimista del mundo, pero también es cierto que el ser humano rendido a Dios y con un corazón transformado por la obra de Cristo y el poder de su Palabra, cuando se dispone a escuchar al Creador, en primer lugar, y a sus pares, en segundo lugar, puede llegar a ser una mejor persona y podría llegar a ser un instrumento en las manos de Dios para conseguir un mejor  pasar para todos los que están a su alrededor. 

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