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La espera está por terminar. Han pasado cuatro años desde que celebramos (o lloramos) la victoria de España en la Copa Mundial 2010 en Sudáfrica, y si ustedes son como todo el mundo, están más que listos para que la Copa Mundial empiece en Brasil. La Copa de la FIFA es tal vez el suceso  deportivo más celebrado en todo el mundo, atrayendo hace cuatro años a más de mil millones de espectadores para el partido final. La Copa Mundial de la FIFA es uno de esas pocas cosas que podemos decir que unen a todo el mundo.

Crecí en Guatemala, un país que tristemente nunca ha podido participar en la Copa Mundial. Uno pensaría que de alguna manera seríamos inmunes a toda la conmoción que gira alrededor de este evento, pero no es así. Niños como adultos están comprando los álbumes PANINI y llenándolos con calcomanías de los jugadores, estadios y trofeos. En los restaurantes y bares colocan grandes pantallas para ver los juegos, y todos usan camisetas que apoyan a sus equipos favoritos. Lo increíble es que no solo sucede aquí en Guatemala, sino ¡en todos los países alrededor del mundo!

La emoción está en el ambiente, y todo es por el fútbol. Pero como cristianos, debemos reconocer la importancia transcultural de este evento y preguntarnos, ¿qué debemos pensar de la Copa Mundial?

La idolatría echa a perder las buenas cosas

Si hay algo en lo que realmente somos buenos es en adorar cosas que nunca fueron hechas con ese fin (Romanos 1:22-23). Se llama idolatría, y todos somos culpables (Romanos 3:23).

Intrínsecamente, no hay nada pecaminoso con la Copa Mundial. De hecho, Dios puede ser glorificado en todas las cosas, ya seamos el jugador estrella, el fanático entusiasta o el referí. Un partido de fútbol bien jugado, con humildad, con honestidad y para el Señor, trae gran gloria a Dios. Como también lo hace el divertirnos. Sin embargo, el momento en que convertimos algo que está destinado para glorificar a Dios y lo utilizamos para glorificarnos, ya lo hemos hecho un ídolo. En el momento que lo idolatramos, lo arruinamos.

El momento en que convertimos algo que está destinado para glorificar a Dios y lo utilizamos para glorificarnos, ya lo hemos hecho un ídolo

Muchas de las cosas que debemos buscar en Dios, tratamos de encontrarlas en los deportes. ¿Cómo luce esto?

Orientamos nuestras vidas, conversaciones, relaciones, horarios y entretenimiento hacia el fútbol. Si estamos con la familia comiendo en un restaurante, mi atención está enfocada en la televisión. La primera cosa que reviso en las mañanas y la última que leo en las noches son las últimas noticias deportivas. ¿Le suena familiar? Dedicar tiempo a entretenerme con los deportes no tiene nada de malo, pero puede llegar a ser pecaminoso cuando usurpa el tiempo que debo dedicar a discipular a mi familia, amigos y vecinos.

Encontramos identidad en un equipo más que en Cristo. Cuántas veces no hemos gritado: “¡Ganamos! ¡Ganamos!”, cuando en realidad no tenemos nada que ver con que nuestro equipo haya ganado. Ni siquiera saben que existimos, pero aun así nos identificamos con ellos para ser parte de algo mayor que nosotros mismos. Estas relaciones unilaterales no son suficientes para satisfacer ese deseo y siempre terminamos vacíos. No es que esté mal que nos guste un equipo u otro: es que esa sea nuestra identidad lo que deshonra a Dios.

Estamos más dispuestos a hablar de fútbol que lo que estamos a hablar del evangelio. A todos nos gusta hablar de las cosas que más nos entusiasman. Es algo natural en nosotros. Pero aun así para muchos, la idea de compartir el evangelio nos hace sentir incómodos. Nuestro gozo siempre motivará nuestro evangelismo, y si somos mejores evangelistas del fútbol que del evangelio, entonces quizá tenemos un problema de idolatría.

Obviamente no es difícil idolatrar la Copa Mundial. Millones lo hacen vez tras vez. El problema no está en que los deportes sean pecaminosos, sino que los jugadores y los espectadores sí lo son.  Todos necesitamos con desesperación de la gracia de Dios.

La Copa Mundial les da a todos algo en común

Por otro lado, la Copa Mundial tiene mucho éxito como fuerza unificadora y niveladora; une a la gente y los coloca en un mismo nivel de relación. En general, todos ven los juegos. El jardinero, el hombre de negocios y el estudiante de secundaria, que antes no tenían ningún tema en común, ahora tienen algo de qué hablar. ¡Qué gran oportunidad!

Si nuestra misión es hacer discípulos maduros (Mateo 28:19-20), entonces debemos aprovechar los momentos como estos para compartir el evangelio con nuestros vecinos, compañeros de trabajo y familia. ¿Tienen un compañero de trabajo al que siempre han querido compartirle el evangelio pero no saben cómo empezar? Invítenlo, coman juntos, vean el juego, echen porras a sus equipos y utilicen estos puentes relacionales para compartir el evangelio. Esto no quiere decir que tratemos de forzar analogías del fútbol dentro de nuestro evangelismo, “así como Messi anotó ese gol, Jesús anotó un gol contra el diablo cuando murió en la cruz”. No es buscar hacer analogías raras. El punto es amar a nuestro prójimo, y qué mejor forma que compartiendo nuestras vidas y el evangelio que nos salvó y les puede salvar.

Es cierto que se nos ha llamado a ser diferentes que el mundo (Juan 17:14-15), así que es decisivo que la gente no nos vea primero como otro fanático de tal o cual equipo, sino como seguidores de Cristo. Sin embargo, también se nos ha llamado a estar en el mundo (1 Corintios 5:10), así que no necesariamente debemos rechazar los deportes, sino verlos como oportunidades. Debemos encontrar las cosas en común en nuestro contexto para compartir el evangelio, con la esperanza de que nuestro denominador común llegue a ser Jesucristo.

Debemos ver los deportes como oportunidades.

Ver a través de la perspectiva del evangelio

Entonces, ¿qué debe pensar el cristiano de la Copa Mundial? Como cualquier otra cosa, debemos ver este evento a través de la perspectiva del evangelio. ¿Qué quiere decir esto? Simplemente que ya que hemos sido comprados por un precio (1 Corintios 6:20), los goles no son la única razón para que levantemos nuestras manos y nos emocionemos, sino que tenemos una razón infinitamente mayor para regocijarnos en Cristo quien nos salvó. Quiere decir que ya que el evangelio es primero que todo (1 Corintios 15:3), entonces nuestros horarios y prioridades deben girar alrededor de Cristo y su Iglesia, y no alrededor de los juegos. Finalmente, ya que se nos ha mostrado el amor de Cristo, utilicemos estas oportunidades relacionales para mostrar Su amor a otros (Marcos 12:30-31).

Cuando comience la Copa Mundial, disfrútela, pero no la haga su dios. Recuerde la misión para la que han sido llamados (Mateo 28:19-20), hagan el trabajo de un evangelista (2 Timoteo 4:5) y gócense con los juegos para la gloria de Dios (1 Corintios 10:31).

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