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Agustín de Hipona definía la templanza o dominio propio como «aquel amor que conserva al ser humano íntegro e incólume para Dios».1 Este concepto —según Alfonso Ropero— implica que «la templanza tiene como finalidad mantener en equilibrio todos los afectos y deseos de la vida» de manera que el creyente honre a Dios en todas las áreas de su vida.2

Las dos definiciones anteriores son complementarias y revelan una relación directa entre el amor que Dios nos demostró y puso en nosotros, y nuestra capacidad de mostrar amor por medio de practicar el dominio propio. La Escritura dice: «Pero el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio; contra tales cosas no hay ley» (Gá 5:22-23).

Pablo usa la frase singular «fruto del Espíritu» con el fin de aclarar que los nueve elementos conforman un todo indivisible y, por lo tanto, la naturaleza de estas virtudes requiere que cuando una de ellas se manifiesta también deben estar presentes las demás.

Podemos decir, entonces, que ese amor práctico al que se refiere Agustín se manifiesta de dos maneras en la vida del creyente: la primera tiene que ver con la expresión más pura e incondicional con la que Dios decidió amar al mundo (Jn 3:16). Los beneficios de ese amor los vemos, por ejemplo, por medio de Su perdón, Su salvación y la presencia transformadora de Su Espíritu Santo en los creyentes. La segunda se puede comprender como la capacidad que los creyentes tenemos de responder ante el amor que recibimos de Dios. Por eso Juan afirmó: «Nosotros amamos porque Él nos amó primero» (1 Jn 4:19). Podemos afirmar también: Nosotros podemos mostrar la templanza o dominio propio que requieren las circunstancias más desafiantes de la vida porque Dios nos amó y nos dio a Su Espíritu Santo para guiarnos.

Podemos mostrar la templanza que requieren las circunstancias más desafiantes de la vida porque Dios nos amó y nos dio a Su Espíritu Santo para guiarnos

Lo anterior significa que los creyentes que ahora tenemos al Espíritu Santo somos capaces de hacer aquello que antes no podíamos y a lo que incluso nos rehusábamos a hacer en obediencia a Dios. Así también, por la obra de Cristo y la presencia de Su Espíritu, podemos abandonar aquellos hábitos que deshonran Su nombre en nuestras vidas. Por eso el amor que viene de Dios y que proyectamos bíblicamente en Él y en nuestros semejantes, es el que nos motiva a «tener dominio sobre nosotros mismos, tener autocontrol» y «moderación» ante aquellas situaciones que podrían llevarnos por el camino egoísta que nos aleja de una vida guiada por el Espíritu.3

Evitar que nuestros deseos nos controlen significa mostrar la templanza como fruto de la presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas. Este es el testimonio de la Escritura en los pasajes donde se menciona el dominio propio o la templanza:

1) La templanza está presente en todo creyente

Todo verdadero creyente tiene al Espíritu Santo, el dador de esta virtud, morando en su vida. Así como el gozo y la paz no dependen de las circunstancias, sino de la presencia de la persona del Espíritu Santo, así también la templanza es una virtud que todo creyente es capaz de modelar en su vida; ahora tiene la capacidad, por el poder del Espíritu, de renunciar, vencer o huir de los deseos egoístas de la carne. «Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio» (2 Ti 1:7). Como he dicho, dominio propio es un sinónimo de templanza, término que Pablo usa en Gálatas 5:23.

2) La templanza es un requisito para servir a Cristo

En las cartas pastorales, Pablo entrega instrucciones claras sobre los requisitos que deben cumplir quienes sean candidatos al ministerio de pastores, ancianos u obispos. Uno de los requisitos esenciales es que «sea dueño de sí mismo» o que tenga dominio propio (Tit 1:8). Esto se requiere debido a que el ministerio presenta tentaciones que pondrán a prueba al ministro y que solo el ejercicio del dominio propio o la templanza evitarán que caiga en los lazos del enemigo.

3) La templanza se vive en conjunto con otras virtudes

Si Pablo menciona que la templanza es parte del fruto del Espíritu Santo, Pedro afirma que Dios nos ha dado todo lo concerniente a la vida y la piedad cuando nos llamó a la salvación. Esta obra divina nos ha posicionado fuera de la corrupción del mundo que existe producto de los malos deseos. Por eso Pedro señala lo siguiente:

Por esta razón también, obrando con toda diligencia, añadan a su fe, virtud, y a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio, al dominio propio, perseverancia, y a la perseverancia, piedad, a la piedad, fraternidad y a la fraternidad, amor (2 P 1:6; cursiva añadida).

Recibimos la fe para creer en la obra salvífica de Cristo y la templanza o dominio propio para mantener nuestros deseos bajo el señorío de Cristo.

4) La templanza es un tema que debemos compartir con los inconversos

Cuando Pablo se presentó ante Félix, procurador de Judea y después de Cesarea, testificó sobre tres temas importantes: la justicia, la templanza y el juicio venidero (Hch 24:25). Aunque no tenemos detalles sobre lo que Pablo expuso en aquella ocasión, es importante comprender que Felix fue un hombre mezquino que no buscaba la justicia, la templanza y quizá negaba o ignoraba que le esperaba un juicio. Esto se deduce del testimonio de Lucas: «Al disertar Pablo sobre la justicia, el dominio propio (templanza) y el juicio venidero, Félix, atemorizado dijo: “Vete por ahora, pero cuando tenga tiempo te mandaré llamar”» (Hch 24:25; énfasis añadido).

Existen muchos Félix a nuestro alrededor que necesitan conocer el mensaje del evangelio. Que el amor por el Señor nos guíe a vivir con integridad para compartir al mundo el evangelio y hablarles a otros creyentes sobre la necesidad de la templanza que viene como fruto del Espíritu Santo. Oremos que Él nos ayude a mantener una actitud prudente, valiente y decidida en un mundo lleno de egolatría y desenfreno.


1 Alfonso Ropero, “Templanza”, Gran diccionario enciclopédico de la Biblia (Barcelona, España: Editorial Clie, 2014) p. 4083.
2 Ibid.
3 W. E. Vine, “Templanza”, Diccionario de palabras del Antiguo y Nuevo Testamento exhaustivo p. 238.
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