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Supongamos que alguien te hace la pregunta: “¿Qué es el reino de Dios?” ¿Cómo responderías? La respuesta más fácil sería notar que un reino es un territorio donde gobierna un rey. Y como entendemos que Dios es el Creador de todas las cosas, su reino se extiende por todo el mundo. Esto manifiesta que el reino de Dios está dondequiera que Dios reina, y dado que Él reina en todas partes, el reino de Dios está en todas partes.

Sin embargo, eso no es todo. Ciertamente, el Nuevo Testamento se refiere a algo más. Podemos ver esto en el momento que Juan el Bautista sale del desierto anunciando con urgencia: “Arrepentíos, porque el reino de Dios se ha acercado”. Y volvemos a verlo cuando Jesús aparece en escena con el mismo anuncio. Si el reino de Dios es todo el universo sobre el cual Él reina, ¿por qué alguien tendría que anunciar que el reino de Dios estaba cerca o estaba por suceder? Obviamente, Juan el Bautista y Jesús se referían a algo más profundo.

En el corazón de este tema está la idea del reino mesiánico de Dios. Un reino que será gobernado por el Mesías escogido de Dios, quien no será solo el Redentor de su pueblo, sino también su Rey. Así que cuando Juan habla de la proximidad radical de este avance, la intrusión del reino de Dios, está hablando del reino del Mesías.

Al final de la vida de Jesús, justo cuando estaba a punto de partir de este mundo, sus discípulos tuvieron la oportunidad de hacerle una última pregunta. Ellos le preguntaron: “Señor, ¿restaurarás en este tiempo el reino a Israel?” (Hch. 1:6b).

Fácilmente puedo imaginarme que de alguna manera Jesús se frustró con esa pregunta. Y hubiera esperado que Él dijera: “¿Cuantas veces tengo que decirles que yo no restauraré el reino de Israel?”; pero eso no fue lo que dijo; Él les dio una respuesta paciente y gentil. Él dijo: “No les corresponde a ustedes saber los tiempos ni las épocas que el Padre ha fijado con Su propia autoridad; pero recibirán poder cuando el Espíritu Santo venga sobre ustedes; y serán Mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra” (Hch. 1:7-8). ¿Qué quiso decir? ¿A dónde quería llegar?

Cuando Jesús le dijo a Pilato: “Mi reino no es de este mundo”, ¿estaba indicando que su reino era algo espiritual que toma lugar en nuestros corazones, o estaba hablando de algo más? Todo el Antiguo Testamento llama la atención no a un reino que simplemente toma lugar en los corazones de las personas, sino a un reino que se abriría paso en este mundo, un reino gobernado por el Mesías escogido por Dios. Por esta razón, durante su ministerio en la tierra, Jesús dijo cosas como: “Pero si Yo por el dedo de Dios echo fuera los demonios, entonces el reino de Dios ha llegado a ustedes” (Lc. 11:20). ¿Cómo podría el reino haber llegado a la gente, o estar cerca de ellos? El reino de Dios estaba cerca de ellos porque el Rey del reino estaba allí. Cuando Él vino, Jesús inauguró el reino de Dios. Él no lo consumó, pero sí lo empezó. Y cuando ascendió al cielo, fue allí para su coronación, para su investidura como Rey de reyes y Señor de señores.

Así que la realeza de Jesús no es algo que permanezca en el futuro. Cristo es Rey en este preciso minuto. Él está en el puesto de la más grande autoridad cósmica. Toda la autoridad en el cielo y en la tierra ha sido dada al ungido Hijo de Dios (Mt. 28:18).

La realeza de Jesús no es algo que permanezca en el futuro. Cristo es Rey en este preciso minuto. Él está en el puesto de la más grande autoridad cósmica.

En 1990 me invitaron a Europa del Este a realizar una serie de cátedras en tres países, primero en Checoslovaquia, luego Hungría, y finalmente Rumania. Cuando partíamos de Hungría, nos alertaron que la patrulla fronteriza de Rumania era un poco hostil a los estadounidenses, y que debíamos estar preparados para que nos arrestaran en la frontera.

Efectivamente, cuando nuestro inestable tren llegó a la frontera con Rumania, dos guardias se subieron. No podían hablar inglés, pero señalaron nuestros pasaportes y nuestro equipaje. Ellos querían que bajáramos nuestras maletas del portaequipaje y las abrieramos. Eran bastante bruscos y rudos. Fue entonces, cuando de la nada, su jefe apareció, un oficial corpulento que hablaba un poco de inglés. Él notó que una de las mujeres de nuestro grupo tenía una bolsa de papel en su regazo, y había algo que se asomaba. El oficial dijo: ¿Qué es esto? ¿Qué hay en la bolsa? La abrió, sacó una Biblia, y repasó rápidamente las hojas. Luego se detuvo y me miró. Yo estaba sosteniendo mi pasaporte americano, y él dijo: “Usted no estadounidense”. Miró a Vesta y dijo: “Usted no estadounidense”. Y luego dijo lo mismo al resto del grupo. Fue allí cuando él sonrió y dijo: “Yo no soy rumano”.

Para entonces ya estábamos confundidos, pero él señaló un texto, me lo dio, y me dijo, “Lee lo que dice”. Yo miré y decía: “Nuestra ciudadanía está en los cielos” (Fil. 3:20a). El oficial era un cristiano. Volteó a ver a sus subordinados y dijo: “Dejen a esta gente en paz. No hay problema. Ellos son cristianos”. Como puedes imaginar, dije: “Gracias, Señor”. Este hombre entendía algo acerca del reino de Dios: que nuestra ciudadanía, en primer lugar, es el reino de Dios.

Yo tuve una crisis sobre esto en mi último año de seminario, cuando era un pastor estudiantil de una iglesia de refugiados húngaros en el oeste de Pensilvania. Era un pequeño grupo de unas cien personas, muchas de las cuales no hablaban inglés. Alguien donó una bandera estadounidense a la iglesia, la cual coloqué en la plataforma, frente a la bandera cristiana. Mi crisis llegó la semana siguiente, cuando uno de los ancianos, que era un veterano, vino y me dijo: “Reverendo, usted puso todo mal allí en la plataforma”. Le pregunté: “¿Por qué?”. Dijo: “Bueno, la ley de nuestra tierra requiere que cada vez que se muestra una bandera junto a la bandera estadounidense, debe colocarse en una posición subordinada a la bandera estadounidense. La forma en que usted las puso, la bandera estadounidense está subordinada a la bandera cristiana. Eso tiene que cambiar”. Cualquiera que haya vivido fuera de este país sabe lo maravilloso que es este lugar. Me encanta y lo respeto, junto con sus símbolos, incluida la bandera. Pero mientras escuchaba a este anciano hablar, me pregunté a mí mismo: ¿Cómo puede la bandera cristiana estar subordinada a cualquier bandera nacional?

La tarea de la iglesia es hacer visible el reino invisible.

El reino de Dios triunfa sobre todos los reinos terrenales. Soy primero cristiano, y segundo estadounidense. Le debo lealtad a la bandera estadounidense, pero tengo una mayor lealtad a Cristo, porque Él es mi Rey. Entonces tuve un dilema. No quería violar la ley de los Estados Unidos, y no quería comunicar que el reino de Dios está subordinado a un gobierno humano. Así que resolví el dilema con bastante facilidad: saqué ambas banderas de la iglesia.

Experimentamos este conflicto de reinos cuando Jesús nos dice que oremos: “Venga tu reino”. ¿Qué significa esto? ¿Qué estamos orando cuando hacemos esta petición? Hay una lógica que corre como una cinta a través del Padre nuestro. Cada una de las peticiones está conectada a las demás. La primera petición que Jesús nos enseñó fue: “Santificado sea tu nombre”, lo cual pide que el nombre de Dios sea considerado como santo. Manifiestamente, a menos que y hasta que el nombre de Dios sea considerado como santo, su reino no vendrá ni podrá venir a este mundo. Pero nosotros que consideramos que su nombre es santo, tenemos la responsabilidad de manifestar el reino de Dios.

Juan Calvino dijo que la tarea de la iglesia es hacer visible el reino invisible. Lo hacemos al vivir de tal manera que damos testimonio de la realidad de la monarquía de Cristo en nuestros trabajos, nuestras familias, nuestras escuelas, e incluso nuestros talonarios de cheques, ya que Dios, en Cristo, es Rey sobre cada una de estas esferas de la vida. La única forma en que el reino de Dios se manifestará en este mundo antes de que Cristo venga es si lo manifestamos por la forma en que vivimos como ciudadanos del cielo y súbditos del Rey.


Publicado originalmente en Ligonier. Traducido por Carolina Holguín.
Imagen: Lightstock.

 

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