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“Los humanos no tienen alma. Somos simplemente máquinas hechas de materia”. Esta es la visión que domina la neurociencia contemporánea. Mientras la mayoría de las personas creen en un alma inmaterial, muchos científicos están de acuerdo en que los humanos no tienen alma: solo tenemos cerebro y eso es todo.

Por ejemplo, un artículo en el New York Times dice: “Los neurocientíficos han dejado de buscar el asiento del alma, pero están buscando qué puede ser especial en el cerebro humano, qué es lo que proporciona una base para un nivel de autoconciencia y emociones complejas a diferencia de las de otros animales”.[1]

Este punto de vista —que todo lo que somos es materia— a menudo se llama materialismo reductivo. Según esta perspectiva, tu identidad, tu voluntad, tus recuerdos, tus ambiciones, tus alegrías, y todo acerca de ti puede reducirse a una disposición de células nerviosas en tu cráneo; una colección que llamamos cerebro.

La Biblia enseña que tal creencia debe ser rechazada. No somos solo máquinas biológicas. Si lo fuéramos, entonces no habría lugar para la transcendencia con Dios. Si este es el punto de vista que los cristianos negamos, ¿qué es lo que sí creemos al respecto? Más importante aún, ¿cuál es la visión bíblica sobre el alma?

Puntos de vista sobre el alma

El cristianismo enseña que los humanos tienen partes materiales e inmateriales. Los cristianos han creído que tenemos dos partes (cuerpo y alma) o tres (cuerpo, alma, y espíritu).

Quienes piensan que tenemos tres partes se basan en pasajes como 1 Tesalonicenses 5:23 y Hebreos 4:12. Aquellos que piensan que los humanos se componen de dos partes, sin embargo, constituyen la mayor parte de la tradición cristiana. Este punto de vista señala que, aunque la Biblia habla de “alma” y “espíritu”, las Escrituras a menudo usan estas palabras de manera intercambiable (cp. Mt. 10:28; 1 Co. 7:34, Stg. 2:25).

La Biblia enfatiza que somos seres físicos, hechos de materia, pero no apoya la idea de que solo somos seres físicos

No obstante, hay un tercer punto de vista cada vez más común entre algunos teólogos. Este punto de vista se llama fisicalismo no-reduccionista. Enseña que el fisicalismo es cierto (que solo somos materia) pero que los comportamientos del alma —a los que prefiere llamar de la mente— no pueden reducirse a descripciones de estados neurológicos. Más bien, hay factores externos que afectan los estados cerebrales y, por lo tanto, la mente. Como puedes imaginar, esta postura resulta muy complicada y ha generado mucho debate filosófico. Pero algo es claro: según sus proponentes, estamos hechos solo de materia. Ellos creen que esta enseñanza se alinea mejor con la neurociencia contemporánea.

Sin embargo, la Biblia afirma que no todo en nosotros puede reducirse a una realidad material. La conciencia, la libertad, y la responsabilidad dependen de nuestras partes materiales, pero no son estrictamente iguales a los procesos de nuestro cerebro. La Biblia enfatiza que somos seres físicos, hechos de materia, pero no apoya la idea de que solo somos seres físicos.

Los términos bíblicos para el alma

El Antiguo Testamento usa varias palabras que se traducen como “alma” o “espíritu”. Por ejemplo, el término hebreo nephesh, que suele traducirse como “alma”, pero puede significar literalmente “garganta” o “cuello” (Sal. 105:18). John Cooper, profesor de teología filosófica, explica que esta palabra a menudo significa la persona completa y no solo la parte inmaterial. Puede usarse para referirse a la “fuerza vital” de la persona, lo que da vida a un cuerpo inanimado. También puede referirse a esa parte de la persona que sobrevive después de que deja de respirar (1 R. 17:21-22).

De manera similar, el término hebreo ruach se asocia con aire en movimiento o respiración (Jb. 34:14). También se refiere a la “fuerza vital” de las criaturas, tanto de los humanos como de las bestias. El teólogo J. P. Moreland explica que ruach se usa con referencia al centro de la conciencia, volición (Jer. 51:11), cognición (Is. 29:24), emoción (1 R. 21:4), y disposición espiritual (Pr. 18:14).

En el Nuevo Testamento, la palabra griega psyche a menudo se traduce como “alma” (Ap. 6:9). Como en el Antiguo Testamento, los autores del Nuevo Testamento a veces usan esta palabra para hablar de la “fuerza vital” que marca la diferencia entre un simple cadáver y un ser humano vivo. También es el aspecto de lo humano que permite que alguien exista aunque su cuerpo haya fallecido (Mt. 10:28).

El alma, en términos bíblicos, es la fuerza vital de la persona y lo que le permite existir en el estado entre la muerte y la resurrección final. De hecho, la noción de tal estado intermedio debe impulsarnos a creer que estamos hechos de cuerpo y alma.

El alma y el estado intermedio

¿Qué ocurre con las personas entre la muerte y la resurrección final? El Antiguo Testamento enseña que la vida después de la muerte es un estado incorpóreo disminuido, aunque consciente. Por ejemplo, Job 3:13 y Salmo 88:10-12 indican que los muertos existen de una manera letárgica e inactiva que se asemeja a algo parecido a un coma. Los muertos en el Seol también se describen como miembros de la familia, despiertos y activos (Is. 14: 9-10). El Salmo 49:15, además, enseña que el nephesh se va a Dios al morir. La forma más natural de interpretar estos pasajes es que el alma sobrevive a la muerte física, aunque en un estado disminuido, y finalmente se reunirá con el cuerpo resucitado.

Comprender que somos una unidad de cuerpo y alma es importante para la forma en que servimos a los demás

Si el Antiguo Testamento presenta un caso a favor de la existencia inmaterial e incorpórea de personas entre la muerte y la resurrección, el Nuevo Testamento presenta un caso aún más fuerte. En 2 Corintios 5:1-10, por ejemplo, Pablo dice que desea vivir para ver la segunda venida de Cristo porque así su cuerpo terrenal sería reemplazado inmediatamente por su cuerpo de resurrección y, por lo tanto, no tendría que pasar por la condición del estado intermedio incorpóreo. En el versículo 8, Pablo declara explícitamente que estar ausente del cuerpo es estar presente con el Señor. Para que esta declaración sea cierta, se requeriría que Pablo pueda existir en un estado incorpóreo e inmaterial. Sin alma, esto es imposible.

Finalmente, la enseñanza bíblica sobre Cristo nos empuja a creer en un alma inmaterial. Considera lo que sucedió entre la muerte y la resurrección del Señor. Él continuó existiendo como Dios-Hombre entre su muerte y su resurrección. Sin creer en un alma que permita un estado intermedio de existencia, estamos obligados a decir que Jesucristo dejó de existir por un tiempo. Sin embargo, esta es una opinión en conflicto con el cristianismo.

Las facultades del alma

El cristianismo enseña además que el alma tiene algunas “facultades”. Podría parecer extraño hablar de ellas. Por lo general, cuando pensamos en “facultades,” pensamos en departamentos o grupos de profesores en una universidad. Entonces, ¿qué tiene que ver una “facultad” con el alma?

Los teólogos han usado el término “facultad del alma” para hablar de varias capacidades del alma que se pueden agrupar. Más que cualquier otro teólogo cristiano, Tomás de Aquino desarrolló el concepto de las “facultades del alma” que sería usado por cristianos de todos las tradiciones, incluyendo la tradición reformada.

¿Cuáles son estas facultades? Aunque uno puede encontrar diferentes listas de facultades, es común hablar de…

  • Las facultades sensoriales, como la vista, el olor, el tacto, el gusto, y la audición (Ro. 1:19-20; 1 P. 2:11)
  • La voluntad, es decir, la capacidad de elegir (Dt. 30:15-20)
  • Las facultades emocionales como, por ejemplo, la capacidad de experimentar miedo o amor (1 S. 18:1, Sal. 94:19)
  • Y la razón (Ro. 1:21-22; 2 P. 2:12).

A veces los teólogos también hablan de la memoria y la conciencia como facultades del alma. Sin embargo, lo fascinante de todas estas facultades es cómo están relacionadas a nuestros cuerpos. El daño al cerebro, por ejemplo, puede afectar la conciencia y nuestras habilidades emocionales o sensoriales. Un accidente cerebrovascular o un accidente grave puede impactar nuestra toma de decisiones, nuestros procesos sensoriales, y nuestra capacidad de relacionarnos emocionalmente con otras personas.

Predicar el evangelio es lo más importante, pero no podemos ignorar las necesidades físicas de aquellos que Dios ha puesto ante nosotros

Esto nos muestra que no solo somos cuerpos y no solo somos almas. En cambio, somos cuerpos y almas.

¿Qué diferencia hace creer todo esto?

¿Cómo debería afectar nuestras vidas saber que estamos hechos de dos partes? Por un lado, significa que somos más que nuestros cuerpos. El estado de nuestro cuerpo no nos define. Al mismo tiempo, no somos solo almas. El cuerpo no es una “prisión” para nosotros, pues Dios nos hizo para que seamos criaturas encarnadas. Cuando el Verbo se encarnó, Él afirmó el valor del cuerpo (Jn. 1:14). Su cuerpo era extremadamente importante para lo que Dios estaba haciendo en el mundo. ¡Y nuestros cuerpos también importan! De hecho, los cuerpos son tan importantes que Dios promete darnos cuerpos redimidos algún día.

Comprender que somos una unidad de cuerpo y alma es importante para la forma en que servimos a los demás. El Pacto de Lausana, afirmado por evangélicos importantes como John Stott, Samuel Escobar, Billy Graham, y René Padilla, nos da un ejemplo del ministerio holístico que se dirige al alma y al cuerpo. Afirma la suma importancia del ministerio al alma, por ejemplo, proclamando el perdón de los pecados a través de la muerte de Cristo y llamando a las personas a seguirlo a Él. Sin embargo, también afirma la importancia del ministerio al cuerpo: por ejemplo, la preocupación por los problemas sociales y considerar las necesidades físicas de las personas que sufren.

Predicar el evangelio es lo más importante, pero no podemos ignorar las necesidades físicas de aquellos que Dios ha puesto ante nosotros. El cristiano que toma en serio la enseñanza bíblica sobre el cuerpo y el alma siempre atenderá los asuntos del alma porque son de suma importancia, pero nunca descuidará los asuntos del cuerpo como si no importaran.


[1] Sandra Blakeselee, “Humanity? Maybe It’s All in the Wiring,” New York Times, December 9, 2003, F1.
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