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Si Dios perdona el pecado en lugar de castigarlo, ¿está actuando injustamente? ¿No dijo Dios: «Yo no absolveré al culpable» (Éx 23:7)? Las Escrituras dejan claro que Dios es tanto justo como misericordioso, pero no siempre es obvio cómo puede ser ambas cosas a la vez.

Muchos arminianos creen que Dios puede perdonar los pecados a Su discreción. Es el Gobernador moral del universo y, si desea perdonar, esa es Su prerrogativa. Por supuesto, dicen, Dios está afligido por el mal y no quiere que Su misericordia haga que la gente tome el pecado a la ligera. Así, en la crucifixión de Cristo, Dios mostró cuán seriamente considera el pecado, pero Cristo en realidad no tomó la culpa de otros sobre Sí mismo en la cruz ni soportó su castigo. Eso no era necesario. Esto se llama el punto de vista «gubernamental» de la expiación. Hugo Grotius, un famoso arminiano y jurista holandés, lo promovió en el siglo XVII y el influyente teólogo wesleyano estadounidense John Miley lo defendió en el siglo XIX. Hace poco, el conocido filósofo cristiano Nicholas Wolterstorff defendió una visión similar de la justicia y el perdón de Dios.

Los teólogos reformados y muchos otros pensadores protestantes rechazaron esta posición. La declaración de Dios de que no absuelve a los impíos no puede descartarse a la ligera (Éx 23:7). Normalmente nos horrorizaríamos al saber que un juez humano, con un criminal notorio ante su tribunal, anunció que esta persona fue perdonada y no será castigada. Nos preguntamos por qué sería diferente para Dios, en especial cuando declara que el que «justifica [declara justo] al impío» es una «abominación» para Él (Pr 17:15). Dios es justo y esto indica que no tratará a los culpables como trata a los inocentes. Sin embargo, Dios perdona. Él «justifica al impío» (Ro 4:5). ¡Pero otros textos bíblicos afirman que Dios no lo hará! Debe haber una explicación más profunda que el hecho de apelar a la discreción de Dios.

La Escritura proporciona una explicación: la expiación de Cristo. A lo largo de Su vida de obediencia perfecta en la tierra, Cristo llevó «nuestras enfermedades y cargó con nuestros dolores», y en la cruz «fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades», porque el Señor «hizo que cayera sobre Él la iniquidad de todos nosotros» (Is 53:4-6). Jesús «llevó nuestros pecados en Su cuerpo sobre la cruz» (1 P 2:24). Justo antes de la afirmación de que Dios justifica a los impíos (Ro 4:5), Pablo escribió sobre «la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios exhibió en público como propiciación por Su sangre por medio de la fe» (Ro 3:24-25).

En resumen, Dios permanece justo cuando por Su misericordia perdona nuestro pecado, porque Cristo ocupó nuestro lugar. Aunque no era pecador, Cristo tomó nuestra culpa sobre Sí mismo y sufrió el castigo que merecíamos. Al perdonar a Su pueblo, Dios no pasa por alto el pecado. Él administra el castigo justo por el pecado, pero un sustituto lo lleva en nuestro lugar. La justicia ha sido servida. El perdón divino tiene Sus raíces en la expiación «sustitutiva» o «vicaria», como suele denominarse este punto de vista.

Dios permanece justo cuando por Su misericordia perdona nuestro pecado, porque Cristo ocupó nuestro lugar

Puede ser útil abordar un par de objeciones que a veces se plantean contra esta posición. Una de ellas proviene de los defensores del punto de vista arminiano descrito anteriormente. Si Dios recibe el pago completo por nuestros pecados por medio de la expiación de Cristo como un asunto de justicia, entonces en realidad no nos perdona ni nos muestra misericordia. Si Cristo sufrió nuestro castigo, razonan, no queda nada que perdonar.

Una respuesta breve podría simplemente señalar esto: Dios mismo proporcionó el sustituto. El Juez mismo tomó el lugar del condenado. Esta es una misericordia incomparable. En lugar de decir que Dios no necesita perdonar porque satisfizo Su justicia por medio de Cristo, deberíamos verlo al revés. Es decir, porque Dios quiso perdonarnos, hizo exactamente lo que era necesario: envió a Su Hijo a morir por nosotros, para hacerlo de una manera totalmente consistente con Su justicia.

Otra objeción proviene de los teólogos «feministas». Afirman que hubiera sido cruel por parte de Dios infligir el castigo de otra persona a Su Hijo inocente. La expiación sustitutiva, acusan, convierte a Dios en un abusador de niños. En esencia, se oponen a la noción misma de que Dios encuentre necesario y justo infligir duras penas a todo pecado. Piensan que un Dios bondadoso podría encontrar otras formas de responder a las malas acciones. Tales objeciones plantean muchos desafíos serios a la enseñanza cristiana clásica, pero solo hay espacio para dos breves respuestas.

Primero, estas objeciones de manera inevitable subestiman la santidad de Dios y la atrocidad del pecado a Sus ojos. Si el pecado realmente no fuera gran cosa, estos teólogos feministas tendrían razón. Pero la Escritura enfatiza que Dios es infinitamente santo y que odia el pecado. ¿Sería realmente digno de toda gloria y adoración un «Dios» que es algo menos que esto?

En segundo lugar, estas objeciones no toman en cuenta el hecho de que Cristo se sometió a la voluntad de Su Padre y dio Su vida por Su propia voluntad y con gozo (Jn 10:17-18; Heb 12:2). En una relación abusiva, el abusador impone su voluntad sobre el abusado. Pero en la Santísima Trinidad, el Padre y el Hijo disfrutaron de un acuerdo perfecto, aunque el Hijo tuvo que transitar por un camino duro (Lc 22:42-44).

Confesar que somos perdonados por la fe sola es otra forma de confesar que somos justificados por la fe sola

Una última cosa a tener en cuenta sobre la doctrina del perdón se refiere a cómo obtenemos esta maravillosa bendición. Las Escrituras enseñan que recibimos el perdón por la fe. Es decir, Dios no nos perdona por ninguna buena obra o virtud que hayamos logrado, sino solo por confiar en Él y descansar en la obra perfecta de Cristo.

En Romanos 3 – 4, Pablo explica que el perdón viene «por medio de la fe en Jesucristo [que] es para todos los que creen» (3:22), es decir, para el que «cree en Aquel que justifica al impío, su fe se le cuenta por justicia» (4:5). Esta es «la fe de Abraham» (4:16), quien «se fortaleció en fe, dando gloria a Dios, estando plenamente convencido de lo que Dios había prometido» (4:20-21).

Confesar que somos perdonados por la fe sola es otra forma de confesar que somos justificados por la fe sola. La justificación implica más que simplemente el perdón, pero el perdón es un aspecto crucial de la justificación: Dios justifica a las personas al perdonar sus pecados e imputarles (o acreditarles) la obediencia perfecta de Cristo.


Esta es una adaptación de un ensayo publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Sol Acuña Flores.
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