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Génesis 10 – 12   y   Mateo 7 – 8

“Y tomó Abram a Sarai su mujer, y a Lot su sobrino, y todas las posesiones que ellos habían acumulado, y las personas que habían adquirido en Harán, y salieron para ir a la tierra de Canaán; y a la tierra de Canaán llegaron”.

Génesis 12.5 Promesa cumplida. Si hay un término que haya caído en el mayor descrédito es la palabra promesa. Empezando por los políticos, los matrimonios, los enamorados, los jefes y en toda la gama de relaciones del espectro humano en donde haya de por medio algún tipo de ofrecimiento, oferta, proposición, compromiso, contrato, voto o juramento, siempre habrá la posibilidad de escapar al cumplimiento con las palabras… “¿Quién?… ¿yo?… ¡nunca dije eso!”.

Esta falta de respeto no es una debilidad de carácter nueva en el hombre. Desde tiempos inmemoriales vemos cómo Dios luchó con la obstinación del corazón humano y su incapacidad para cumplir sus promesas. Lo vemos en el problema de Babel: “… nada les hará desistir ahora de lo que han pensado hacer” (Gn. 11:6b). Cuando al hombre se le mete algo en la cabeza, es muy difícil hacerlo cambiar de parecer. Por lo tanto, el problema del cumplimiento está en directa relación al valor que para uno tiene el compromiso adquirido.

Una persona que verdaderamente desea algo con todo el corazón no va a temer derramar hasta su propia sangre por conseguirlo. Son como los adolescentes a los que les pesa el alma levantarse para ir al colegio en la mañana, pero que si es para ir a la playa son capaces de dormir con la ropa puesta y levantarse a las cuatro de la madrugada. Abraham nos demuestra el valor del cumplimiento de las promesas.

El había escuchado de Dios: “…Vete de tu tierra, de entre tus parientes y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré. Haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición” (Gn. 12.1:2). El Señor había irrumpido en su vida con la firme promesa de entregarle un nuevo y singular sentido a su propia vida. Conquistó su corazón mostrándole el valor de su propuesta y la firmeza de su promesa. Me puedes decir: “Bueno, con tremendo ofrecimiento quién no se metería”. Pues, déjame decirte que conozco muchas personas que se pierden grandes negocios porque son incapaces de cumplir con la parte que a ellos les corresponde.

Abraham, sin embargo, no entró en rodeos, no justificó el peso de su edad, la carga del sobrino allegado, la dificultad de acarrear con el ganado y todo el mobiliario a cuestas; no, nada de eso, él decidió responder con confiabilidad a la confiable promesa que el Señor le había entregado. No se cuántos de nosotros tenemos compromisos pendientes: carreras inconclusas, jardines que parecen verdaderas selvas, visitas a los abuelitos que nunca se llevan a cabo, trabajos que debieron estar la semana pasada, paseos que los hijos esperan hace tres veranos, perseverancia en la vida espiritual, etc., etc. “Del dicho al hecho hay mucho trecho”, dice mi madre con frecuencia refiriéndose al mismo tema. Abraham no se distrajo sino que: “salieron para ir a tierra de Canaán; y a tierra de Canaán llegaron”.

Sin dilaciones, sin atrasos, sin excusas, cumplió en llegar a donde se había propuesto llegar. Te hago otra pregunta: De todas las promesas que le hiciste al Señor y a ti mismo, ¿cuáles y cuántas se han quedado en el camino? ¿Qué hace que no llegues a tu propio Canaán? ¿Qué te distrae? Yo creo (con una equivocación de +/- 5%) que el 95% de nosotros tenemos una máquina de hacer abdominales debajo de la cama acompañada de la firme promesa de ser Miss Amazona o Mister Atlas el próximo verano. Los veranos siguen pasando y mi condición de Baywatch solo llega a Ba… llena. ¿Qué nos hace ser tan irresponsables y volubles? ¿Por qué la meta siempre tiene que estar tan lejana? Quisiera aprovechar las enseñanzas de Jesucristo de nuestra lectura de hoy para aproximarnos a una respuesta. Lo haremos a modo de un contrato.

Promesa para cumplir mis promesas

Deseo ser un fiel cumplidor de mis compromisos. Por eso consideraré los siguientes puntos:

  1. Para cumplir mis promesas debo centrarme en mí y no andar mirando lo que hacen los demás para justificar mi propia inoperancia. ”¿Y por qué miras la mota que está en el ojo de tu hermano, y no te das cuenta de la viga que está en tu propio ojo? (Mt. 7:3).
  2. Para cumplir mis promesas debo aprovechar los recursos que Dios puede poner en mi mano si pongo mis debilidades e inquietudes en sus manos a través de la oración. “Pedid, y se os dará; buscad y hallaréis; llamad, y se os abrirá” (Mt. 7:7).
  3. No puedo pedir que otros me cumplan cuando yo dejo pasar mis compromisos. ” Por eso, todo cuanto queráis que os hagan los hombres, así también haced vosotros con ellos, porque esta es la ley y los profetas” (Mt. 7:12).
  4. Mi relación con el Señor no es solo palabras, sino traducir en obediencia práctica cada uno de sus mandamientos. Mi primera responsabilidad es cumplirle a Dios. ” No todo el que me dice: ‘Señor, Señor’, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mt. 7:21).
  5. A  pesar de cualquier obstáculo, mientras más le cumpla al Señor, más firme estaré y podré cumplir mis promesas a los demás. “Por tanto, cualquiera que oye estas palabras mías y las pone en práctica, será semejante a un hombre sabio que edificó su casa sobre la roca; y cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y azotaron aquella casa; pero no se cayó, porque había sido fundada sobre la roca. Y todo el que oye estas palabras mías y no las pone en práctica, será semejante a un hombre insensato que edificó su casa sobre la arena; y cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y azotaron aquella casa; y cayó, y grande fue su destrucción” (Mt. 7:24-27).

El señor siempre estará presente en el lugar en donde decidimos previamente encontrarnos. Algunos nos quejamos del abandono de Dios; pero su silencio puede que sea producto de que nos comprometimos a estar en un lugar al cual nunca llegamos. Abraham llegó a Canaán “Y el SEÑOR se apareció a Abram, y le dijo: A tu descendencia daré esta tierra. Entonces él edificó allí un altar al SEÑOR que se le había aparecido” (Gn. 12:7). Nuestra relación con el Señor y con los demás fructificará en la medida en que estemos siempre en donde decimos que vamos a estar. Esto es, en el lugar en que nuestras promesas se cumplen.

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