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“Y, sin embargo, se mueve”.

Cinco palabras que resumen un conflicto centenario. Galileo contra la Iglesia. La razón contra la superstición. La ciencia contra la fe.

¿Es esa la verdadera historia?

Algunos quieren hacernos creer que sí. Que la ciencia y la fe simplemente no son compatibles. Que es imposible que una persona racional crea en un ser superior del cual no tiene evidencia alguna. En siglos pasados, dicen, Dios era necesario para explicar lo que no podíamos entender; ahora las cosas son distintas, podemos explicar cómo funciona el universo. Y esa explicación no tiene nada de sobrenatural.

“Si no entiendes cómo funciona algo, no importa: simplemente ríndete y di que Dios lo hizo”.

— Richard Dawkins[1]

Utilizar la apócrifa historia de “Y, sin embargo, se mueve” para hacerle creer a las personas que deben elegir un bando es increíblemente tentador. ¿De qué lado estás? ¿Del lado de la verdad y la libertad, o del lado de la mentira y la tiranía? Esta narrativa sobresimplificada vende muchos libros, pero no cuenta la historia completa.

A la cabeza de este giro moderno a una historia vieja están los “cuatro jinetes del ateísmo”: Richard Dawkins, Daniel Dennet, Sam Harris, y el ya fallecido Christopher Hitchens. Estos hombres han usado todo su arsenal científico, filosófico, y periodístico para tratar de convencer al mundo de que la religión es responsable de prácticamente todos los males que aquejan a nuestra sociedad. Y las voces de estos ateos suenan fuerte.

El término “nuevo ateísmo” fue acuñado por el periodista Gary Wolf, en un artículo para la revista Wired publicado en 2006. ¿Qué identifica a este movimiento? Wolf lo resume bien: “La ironía del nuevo ateísmo, este ataque profético a la profecía, este extremismo en oposición al extremismo, es demasiado para mí”, escribió. Los nuevos ateos no han llegado para dialogar, sino para destruir. ¿Su objetivo? La fe.

[Los nuevos ateos] condenan no solo la creencia en Dios, sino el respeto por la creencia en Dios. La religión no solo está equivocada; es malvada”.

—Gary Wolf

Los nuevos ateos no son simplemente a-teos; son anti-teístas. Tienen una misión. No solo rechazan la existencia de Dios, sino que abogan que la fe y la religión deben ser expuestas como lo que son: un engaño. Deben ser criticadas y eliminadas. No hay lugar para concesiones. Estás con ellos o estás contra ellos. Y, aparentemente, ellos tienen la ciencia de su lado.

Desafortunadamente, los nuevos ateos no están solos en su campaña por poner a la razón y a la fe en conflicto. No es raro escuchar a líderes religiosos declarando desde sus púlpitos: “¿A quién le creerás? ¿A Dios o al hombre?”, cuando algún nuevo descubrimiento científico parece contradecir lo que dice la Escritura. No es de extrañar que los científicos rueden los ojos cuando un cristiano bien intencionado atribuye a un milagro cualquier cosa que no puede explicar.

Muchos creyentes se sienten intimidados por estas voces que, una y otra vez, predican con energía que la fe y la ciencia no pueden coexistir. ¿Será que es verdad? ¿Será que mi fe es una fe ciega? Lo más sencillo resulta hacer oídos sordos a esta guerra y simplemente ignorar el asunto. Pero no podemos permitirnos hacer eso. Nuestro Dios es Dios del universo. Todo está bajo su dominio… incluyendo la ciencia.

Necesitamos dar un paso atrás y evaluar este supuesto conflicto.

Simplificaciones absurdas como la de la historia de Galileo nos pueden hacer pensar que la ciencia siempre ha estado en conflicto con la fe. En la cultura popular, el movimiento de la Ilustración se percibe como una separación secular de un pasado religioso opresivo. Sin embargo, la realidad es que muchos de los principales pensadores de la Ilustración fueron creyentes cristianos (si bien no todos eran ortodoxos). El anglicanismo de Francis Bacon no impidió que consolidara el método científico, y el catolicismo de René Descartes no lo detuvo de ser considerado el padre de la geometría analítica.

Grabado de “Galileo before the Holy Office”, de Joseph-Nicolas Robert-Fleury. / Imagen por © Stefano Bianchetti/Corbis

¿Fue realmente el tan sonado “martirio intelectual” de Galileo meramente culpa de un montón de religiosos aferrados a sus ideas primitivas? Ni el mismo Galilei lo creía así. En su carta a la gran duquesa de Toscana, el astrónomo revela que el conflicto era mucho más complejo que eso:

“Hace pocos años, como bien sabe vuestra serena alteza, descubrí en los cielos muchas cosas no vistas antes de nuestra edad. La novedad de tales cosas, así como ciertas consecuencias que se seguían de ellas, en contradicción con las nociones físicas comúnmente sostenidas por filósofos académicos, lanzaron contra mí a no pocos profesores, como si yo hubiera puesto estas cosas en el cielo con mis propias manos, para turbar la naturaleza y trastornar las ciencias. Olvidando, en cierto modo, que la multiplicación de los descubrimientos concurre al progreso de la investigación, al desarrollo y a la consolidación de las ciencias, y no a su debilitamiento o destrucción. Al mostrar mayor afición por sus propias opiniones que por la verdad, pretendieron negar y desaprobar las nuevas cosas que, si se hubieran dedicado a considerarlas con atención, habrían debido pronunciarse por su existencia. A tal fin lanzaron varios cargos y publicaron algunos escritos llenos de argumentos vanos, y cometieron el grave error de salpicarlos con pasajes tomados de las Sagradas Escrituras, que no habían entendido correctamente y que no corresponden a las cuestiones abordadas” (énfasis agregado).

En las primeras líneas de su carta, Galileo escribe que “filósofos académicos” y “profesores” fueron los que se opusieron a sus descubrimientos y parecían acusarlo de “turbar la naturaleza y trastornar las ciencias”. Las cosas que Galilei había visto a través de su telescopio no solo amenazaban la (mala) interpretación de ciertos pasajes bíblicos, sino que también sacudían con fuerza la ciencia conocida en esos días.

Por supuesto, los descubrimientos de Galileo también amenazaron la autoridad de la Iglesia católica; sin embargo, la lucha nunca fue entre la fe y la razón, sino una lucha de poderes humanos (tanto científicos como religiosos). En su búsqueda de la verdad, la ciencia y la fe cristiana se unen en contra de un mismo objetivo: la soberbia del hombre.

Ciencia para la gloria de Dios

En todas las áreas de la ciencia, tecnología, ingeniería, y matemáticas encontraremos creyentes comprometidos con su fe. Creyentes convencidos de que toda verdad es verdad de Dios: sea que se revele en un laboratorio o en las páginas de la Biblia.

Jeffrey Williams es un es un oficial jubilado del ejército de los Estados Unidos y un astronauta de la NASA. Durante su carrera pasó más de 500 horas en el espacio, haciendo toda clase de experimentos científicos. Williams es también un cristiano comprometido con su fe. Y no es el único en la NASA.

Jeffrey Williams

“Hay una percepción popular del campo en el que trabajo, de que somos un montón de ateos y promovemos una filosofía atea… y eso no es verdad. Hay muchos creyentes entre las personas con las que trabajo… eso era cierto en el ejército y es cierto en la NASA”.

— Jeffrey Williams

La ciencia es una herramienta poderosa. A través de ella podemos observar y tratar de entender el mundo físico que nos rodea. Pero debemos tener cuidado de atribuirle más crédito del que merece. Describir el universo no es lo mismo que explicar su existencia. Entender cómo funciona el sistema operativo de tu computador no niega la existencia del ingeniero que lo inventó. La ciencia no puede darnos toda las respuestas. De hecho, no puede contestar las preguntas más básicas de todo ser humano: ¿De dónde venimos? ¿Existe Dios? ¿Cómo debemos vivir? ¿Qué sucede después de la muerte? ¿Cuál es nuestro lugar en el universo?

“A medida que la ciencia explora el universo, se encuentra con problemas y preguntas que tienen un carácter filosófico y, por lo tanto, no pueden resolverse científicamente, sino que pueden ser iluminadas por una perspectiva teológica. De la misma manera, es simplemente falso que la religión no haga afirmaciones objetivas sobre el mundo. Las religiones del mundo hacen afirmaciones diversas y conflictivas sobre el origen y la naturaleza del universo y la humanidad, y no todas pueden ser verdaderas. Por lo tanto, la ciencia y la religión son como dos círculos que se entrecruzan o se superponen parcialmente. Es en el área de intersección donde se produce el diálogo”.

William Lane Craig

La rivalidad entre la ciencia y la fe que Dawkins, Hitchens, Dennet, y Harris promueven es solo una postura entre muchas otras.

Ian Barbour, quien fue profesor de física y religión en Carleton College, es reconocido por muchos como el padre de la disciplina académica contemporánea de la ciencia y la religión. Barbour propuso cuatro modelos de interacción entre ambas disciplinas: Conflicto, Independencia, Diálogo, e Integración.[2]

El modelo de conflicto establece que la ciencia y la religión son enemigos irreconciliables. En este grupo encontramos a los que creen —como escribió el filósofo Bertrand Russell— que “lo que la ciencia no puede descubrir, la humanidad no puede conocer”. Esta postura de cientificismo establece que la ciencia es la única manera de conocer la verdad. Y también tenemos el otro extremo; no solo hay científicos que adoptan el modelo de conflicto, sino también personas religiosas. Por ejemplo, aquellos que desechan completamente la revelación general y se aferran a interpretaciones bíblicas literales cuando el texto en cuestión debe entenderse como una alegoría o metáfora.

Otros expertos, como el paleontólogo e historiador Stephen Jay Gould, favorecen la relación de independencia. Este modelo establece que la ciencia y la religión estudian aspectos diferentes de la realidad: la ciencia pregunta cómo, mientras que la religión pregunta por qué. De acuerdo a esta perspectiva, los problemas empiezan cuando una disciplina empieza a meterse en los asuntos de la otra.

Pero, ¿es posible separar completamente la ciencia y la religión? ¿Qué sucede cuando la ciencia hace que surjan preguntas que ella misma no puede responder?

Una tercera forma en que la ciencia y la religión pueden relacionarse es el modelo de diálogo. Desde esta perspectiva, la interacción entre ambas disciplinas hace que podamos tener un entendimiento más completo de la realidad en que vivimos. El diálogo puede darse, por ejemplo, en temas de ingeniería genética: ¿El hecho de que podamos hacer algo en el laboratorio significa que debemos hacerlo?

Finalmente tenemos el modelo de integración, en el que la relación entre la ciencia y la religión se percibe como una mucho más cercana que el simple diálogo. Esta postura busca obtener una visión coherente que englobe la realidad en su totalidad.

¿Dónde está el verdadero conflicto?

Curiosamente, cuando analizamos más profundamente la situación nos damos cuenta de que la religión cristiana y la ciencia no son las que están en conflicto. La verdadera incompatibilidad se encuentra entre la “religión” naturalista y la ciencia.

En su libro Where The Conflict Really Lies, el filósofo Alvin Plantinga argumenta que el naturalismo —la idea de que solo existe aquello que las ciencias naturales pueden estudiar— es una cuasi religión. Como una religión, esta ideología ofrece “una narrativa maestra, responde preguntas humanas profundas e importantes”[3]: ¿Existe Dios? ¿Quiénes somos? ¿Por qué estamos aquí? ¿Hay vida después de la muerte? Por supuesto, las respuestas son: no; un montón de átomos; por suerte; y —de nuevo— no. Quizá catalogar el naturalismo como una religión suena exagerado, pero lo que definitivamente podemos decir es que el naturalismo no es ciencia. Es un sistema de creencias, una manera de concebir la realidad, una cosmovisión; no hay manera de demostrar su veracidad en el laboratorio.

Y justo ahí está la ironía. A pesar de que el naturalismo suele considerarse la “cosmovisión científica” por excelencia, el naturalista honesto deberá reconocer que la ciencia no es compatible con su manera de comprender el mundo. Si estamos aquí fruto de meras interacciones atómicas azarosas, si nuestras capacidades cognitivas son el simple resultado de la casualidad y el tiempo, ¿por qué habríamos de confiar en ellas? Plantinga escribe: “La selección natural está interesada no en la verdad, sino en el comportamiento adecuado”.[4]

Intérpretes de la revelación

Los cristianos creemos que toda verdad es verdad de Dios, ya sea revelada en su creación o en su Palabra. La Escritura contiene todo lo que necesitamos saber con respecto a nuestra salvación, y el mundo en el que vivimos nos apunta a cada momento hacia ese glorioso Dios que nos salva.

El teólogo y el científico son ambos intérpretes de la revelación de Dios. Ambos pueden trabajar para que la humanidad tenga una imagen cada vez más completa de la realidad natural y espiritual en la que vivimos, mostrándole al mundo las maravillas de su Creador.

Por supuesto, somos humanos falibles viviendo en un mundo caído. Nuestras mentes son finitas. Nos equivocamos con frecuencia. Y cuando hay conflicto, no es un conflicto entre la ciencia y la fe, sino en la manera en que hemos interpretado la información que la ciencia y la fe proveen.

Como dijo R. C. Sproul:

“Si una teoría de la ciencia —la revelación natural— está en conflicto con una teoría teológica, esto es lo que tengo por seguro: alguien está equivocado. No salto a la conclusión de que debe ser el científico. Puede ser el teólogo. Pero tampoco salto a la conclusión de que debe ser el teólogo. Bien podría ser el científico. Tenemos seres humanos falibles interpretando la revelación natural infalible, y seres humanos falibles interpretando la revelación especial infalible”.

Dawkins y sus simpatizantes definitivamente hacen mucho ruido con sus argumentos hostiles en contra de la fe. Pero no debemos dejarnos intimidar. No todo lo que dice un científico es ciencia; no todo lo que se proclama con seguridad es la verdad.

Como escribió el matemático Amir Aczel en su libro Por qué la ciencia no refuta a Dios: “El problema con la ciencia en los libros y conferencias de los Nuevos Ateos es que no es ciencia pura, la búsqueda auténtica del conocimiento acerca del universo. Más bien es una ‘ciencia con una intención’: la de refutar la existencia de Dios”.[5]

Sigamos buscando la verdad con fidelidad. Dudemos de nuestras dudas, hagamos preguntas. Exploremos el universo con humildad. Llenémonos de asombro por lo que podemos entender y por lo que todavía no.

La Escritura nos enseña que Dios creó al ser humano a su imagen. Fuimos hechos para reflejar Su naturaleza, y una de las maneras en que hacemos esto es a través de nuestra capacidad de conocer y entender el mundo que nos rodea. Aunque esta capacidad es limitada e imperfecta, está ahí, en cada hombre y en cada mujer. Y por eso algunos de nosotros hacemos ciencia.

“La ciencia moderna es una manera muy impresionante en la que la humanidad refleja la naturaleza divina de manera colectiva, un impresionante desarrollo de la imagen de Dios en la humanidad”.

 Alvin Plantinga[6]

La hostilidad y el escarnio de los nuevos ateos no debería sorprendernos. La cruz de Cristo ha sido atacada por milenios, pero ninguna burla ha sido ni será capaz de disminuir su poder para salvar.

Permanezcamos firmes en la verdad sin ningún temor, porque toda verdad es verdad de Dios.


[1] The God Delusion, p. 171.

[2] Para conocer más profundamente los modelos de interacción de Barbour, ver When Science Meets Religion.

[3] Where The Conflict Really Lies, p. 311.

[4] Ibid., p. 316.

[5]  Por qué la ciencia no refuta a Dios, p. 32.

[6] Where The Conflict Really Lies, p. 5.

Nota del editor: 

Este artículo fue publicado gracias al apoyo de una beca de la Fundación John Templeton. Las opiniones expresadas en esta publicación son de los autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de la Fundación John Templeton.

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