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Durante mis primeros años como estudiante, solía dejar los temas más fáciles de las asignaturas para estudiarlos al final. Pensaba que no importaba si los leía la noche antes del examen. Me decía: “Esto es algo fácil, si lo leo un par de horas antes será suficiente para sacar la nota máxima”. Por supuesto, lo único que estaba haciendo era engañarme a mí misma.

Sabía que tenía que planear mejor. Sabía que debía estudiar con tiempo cada tema. Sin embargo, en vez de aceptar la realidad y reconocer mi falta de disciplina, prefería repetirme una y otra vez la misma mentira: “Si lo leo un par de horas antes, será suficiente”.

Todo ser humano se ha repetido a sí mismo mentiras para justificarse o evadir las consecuencias de sus decisiones. En el interior, sin embargo, sabemos la verdad. Tratamos de engañarnos a nosotros mismos, pero rara vez lo logramos. Así que repetimos la mentira una y otra vez.

Los científicos no están exentos de caer en este tipo de autoengaño. De hecho, existe una mentira particular que muchos científicos incrédulos deben repetirse constantemente para no reconocer la existencia de Dios. Sin embargo, a pesar de la insistencia, en su interior saben que no es verdad. La realidad se hace evidente, por más que intentemos ocultarla.

La gran mentira

Recuerdo un día en que mi profesor de Genética (quien se identifica como un agnóstico inclinado hacia el ateísmo) estaba explicando sobre los “territorios cromosomales”. En su explicación dijo:

“Los cromosomas [el ADN empaquetado, donde se almacena la información genética] se encuentran ordenados dentro del núcleo celular, ocupando territorios específicos. Sorprendentemente, toda la maquinaria que permite la lectura del ADN se encuentra cerca de estos territorios. Es casi como si todo estuviera diseñado”.

Luego mi profesor reflexionó en silencio por unos pocos segundos y agregó: “Pero sabemos que esto no es producto de ningún diseño, sino de millones de años de evolución”. En otras palabras, mi profesor se estaba diciendo a sí mismo: Esto no está diseñado, aunque lo parezca.

Es contradictorio decir que puede surgir diseño sin que exista un diseñador

Esta forma de pensar no es exclusiva de mi profesor de genética. Muchos científicos y biólogos en general (especialmente los biólogos evolutivos naturalistas) afirman que el universo y la vida tienen “una apariencia de diseño”. Sin embargo, como no están dispuestos a reconocer la existencia de Dios, deben repetirse constantemente la mentira de que esta “apariencia de diseño” se originó por medio de fuerzas impersonales y ciegas.

Pero es contradictorio decir que puede surgir diseño sin que exista un diseñador. Por definición, un diseño refleja una idea de propósito y complejidad. Una mesa está diseñada y estructurada para permitir que las personas puedan sentarse; cada una de las piezas de una computadora portátil está diseñada para permitir el trabajo conjunto y el funcionamiento del aparato.

Una fuerza impersonal y ciega no puede diseñar algo, porque es incapaz de otorgar el sentido de propósito y complejidad. Por su naturaleza ciega, no puede diseñar el ADN para que sea la molécula que almacena la información y tampoco puede hacer que los cromosomas se ubiquen en territorios específicos para facilitar el proceso de transcripción y lectura de la información genética.

Restringiendo con injusticia la verdad

Hoy en día, muchos científicos se resisten a aceptar la existencia de Dios; en vez de dar gloria al Creador deciden galardonar a la creación, atribuyéndole la complejidad, belleza y diseño del mundo a fuerzas impersonales. Pero creo que esto no es más que un autoengaño. No es más que hacerse el ciego para no ver la realidad. No es más que ser necio (Sal 14:1).

En estos científicos incrédulos se cumple perfectamente lo que dice Romanos 1:18-23:

Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres, que con injusticia restringen la verdad. Pero lo que se conoce acerca de Dios es evidente dentro de ellos, pues Dios se lo hizo evidente. Porque desde la creación del mundo, Sus atributos invisibles, Su eterno poder y divinidad, se han visto con toda claridad, siendo entendidos por medio de lo creado, de manera que ellos no tienen excusa. Pues aunque conocían a Dios, no lo honraron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se hicieron vanos en sus razonamientos y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se volvieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por una imagen en forma de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles.

Ningún ser humano tiene razón para negar la existencia de Dios, ya que esta realidad se hace claramente evidente a través de Su creación

De acuerdo con este pasaje, el ser humano conoce a Dios a través de su creación. Pablo no dice que las personas “deberían” conocerlo, sino que ya lo conocen por medio de todas las cosas que Él ha hecho en su creación y que nos son visibles. Entonces, ningún ser humano tiene razón para negar la existencia de Dios, ya que esta realidad se hace claramente evidente a través de su creación. Tal y como dice Pablo, no tenemos excusa.

Sin embargo, a pesar de esta verdad, los científicos incrédulos deciden engañarse a sí mismos. Deciden callar su mente para no pensar en el diseño evidente de la creación, repitiéndose constantemente que todo esto no es más que el resultado de “millones de años de evolución naturalista”. Como escribe el apóstol, “profesando ser sabios, se hicieron necios”.

Un problema del corazón

Si Dios se hace evidente en la creación, ¿por qué muchos científicos no aceptan su existencia? El problema no está en la falta de argumentos a favor de la fe cristiana ni en la falta de evidencia para creer en un Diseñador. El problema está en el corazón del ser humano.

“No hay justo, ni aun uno;
No hay quien entienda,
No hay quien busque a Dios.
Todos se han desviado, a una se hicieron inútiles;
No hay quien haga lo bueno,
No hay ni siquiera uno” (Romanos 3:10-12).

Debido al pecado, el ser humano se resiste a Dios y a su gracia. Los científicos no están exentos de esto, a pesar de que en sus estudios hay mucha evidencia que apunta a la existencia de un Creador. No hay quien entienda.

El evangelio tiene poder para derribar el orgullo y el autoengaño que está presente en muchos científicos

El científico incrédulo no busca conocer a Dios, por lo que se engaña a sí mismo repitiéndose mentiras para justificar su condición de rechazo de Dios y no hacerse responsable por su pecado. Como dice Pablo: “Pero el hombre natural no acepta las cosas del Espíritu de Dios, porque para él son necedad; y no las puede entender, porque son cosas que se disciernen espiritualmente” (1 Co 2:14).

A pesar de este problema persistente en el corazón del ser humano, aún hay esperanza. La esperanza está en Cristo, quien se dio a sí mismo para el perdón de nuestros pecados. El evangelio tiene poder para derribar el orgullo y el autoengaño que está presente en muchos científicos. Cuando nos arrepentimos y venimos a los pies de la cruz, somos transformados y podemos ver la belleza de Dios, el Creador de los cielos y la tierra.

Si dejamos de lado nuestro orgullo, inevitablemente la ciencia nos acercará más a Dios. La ciencia y la fe no son incompatibles, sino complementarias, y como creyentes tenemos el gozo de poder hacer ciencia para la gloria de nuestro Creador y Señor.

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