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Nota del editor: 

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Existe una tendencia, incluso entre los maestros fieles, a caer en lo que podríamos llamar un «cristianismo Nike». Desesperados por la permisividad, el antinomianismo y la resistencia a las enseñanzas éticas de las Escrituras, queremos gritar mandatos simples divorciados de cualquier motivación: «¡Obedece! Ora, adora, testifica, sé santo porque Dios lo dice y yo lo digo. Solo hazlo». 

Pero sabemos que esto no debe ser así. Sabemos que debemos basar estos imperativos en la obra redentora de Dios y en Sus promesas. Esta verdad tiene implicaciones amplias para nuestro llamado. De hecho, una teología del trabajo completamente centrada en Dios es trinitaria.

La humanidad anhela ser creativa y sostener lo que es bueno porque el Padre nos creó a Su imagen. El Espíritu también obra en nosotros, recreándonos a la imagen de Jesús (Ro 8:29). Eso significa que somos cristomórficos: formados por Cristo a medida que nos parecemos más a Él.

La humanidad anhela ser creativa y sostener lo que es bueno porque el Padre nos creó a Su imagen

Por lo tanto, podemos considerar la obra del Hijo y preguntarnos cómo podríamos imitarla, no en cuanto a la expiación del pecado, sino en el trabajar con nuestras manos. Al igual que Jesús, podemos anhelar completar tareas grandiosas y amar los proyectos exigentes lo suficiente como para decir: «Mi comida es hacer la voluntad del que me envió y llevar a cabo Su obra» (Jn 4:34). Jesús sabía detenerse en el trabajo para poder hacer otra cosa (Mt 14:22), pero también tenía esa pasión por Su trabajo que tiene sentido para nosotros, donde se encuentran la meta y lo adecuado de nuestra labor. Al igual que Él, podemos trabajar tan duro que nos derrumbamos del sueño (Mt 8:24-25), apenas capaces de dar un paso más (Jn 4:6). Al final de nuestro trabajo, podemos incluso clamar, en un pálido pero genuino eco de Cristo, «consumado es» (Jn 19:30). Al pensar en la cruz, nos damos cuenta de que el trabajo de un discípulo puede ser cruciforme: aceptamos el sufrimiento si es necesario para nuestro servicio a Dios y a la humanidad.

No, no podemos duplicar el gran trabajo de redención de Dios, pero podemos seguir los pasos de Jesús mientras trabajamos. Es nuestra vocación y también nuestro privilegio, como hombres y mujeres recreados a imagen de Dios. 

Veamos cómo este enfoque en la obra de Dios puede llevarnos a principios que guíen nuestro trabajo. Aquí tenemos doce.

1. El Dios de las Escrituras trabaja y ordena que los humanos trabajen.

El Señor creó los cielos y la tierra y los sostiene cada día (Gn 1:1-2:4; Is 45:18; Col 1:16-17). Creados entonces a Su imagen, somos llamados a crear, sostener y conservar el mundo. Dios ordenó a Adán y Eva que trabajaran antes de la caída, mostrando que el trabajo es intrínsecamente bueno (Gn 1:26; 2:15).

2. El Señor trabajó seis días y descansó uno, estableciendo una pauta y un límite para el trabajo.

«Seis días trabajarás y harás toda tu obra, pero el séptimo día es día de reposo… No harás en él trabajo alguno» (Éx 20:9-10). El patrón del Señor prohíbe tanto el trabajo incesante como la pereza, tanto los adictos al trabajo como los perezosos. El trabajo es esencial, pero en la humanidad hay algo más que nuestra labor. Como Dios, trabajamos, descansamos y reflexionamos.

3. Al trabajar con Sus manos, Jesús demostró que todo trabajo honesto es noble.

Jesús honró el trabajo de los pastores, los agricultores, los carpinteros, los sirvientes y los médicos. Cuando Pablo ordenó a los creyentes que trabajaran con sus manos (Ef 4:28), ennobleció el trabajo manual que la sociedad generalmente desprecia. El Señor estima tanto el trabajo mental como el físico.

4. La rebelión de la humanidad llevó a Dios a maldecir tanto la creación como el trabajo.

Después de la caída, Dios maldijo la tierra y el trabajo se convirtió en una labor frustrante. Las espinas y los cardos arruinan nuestro trabajo en la actualidad y el desorden y la entropía afligen la creación. El pecado estropea todas nuestras labores (Gn 3:17; Ro 8:18-23).

5. El trabajo es un mandato.

La gente trabaja, en parte, para ganarse la vida. El Señor ordenó a todo Israel —dirigentes y siervos, hombres y mujeres, ancianos y jóvenes— que trabajaran seis días a la semana y que trabajaran «de corazón, como para el Señor» (Éx 20:9; Col 3:23; Ef 6:5-9). El apóstol insiste en que «si alguien no quiere trabajar, que tampoco coma». (2 Ts 3:10), y «si alguien no provee para los suyos… es peor que un incrédulo» (1 Ti 5:8).

6. El trabajo moldea la identidad.

La gente llamaba a Jesús «el carpintero» (Mr 6:3). Cuando la Escritura identifica a las personas como sacerdotes, pescadores, soldados, comerciantes o recaudadores de impuestos, reconoce el vínculo entre el trabajo y la identidad. Sin embargo, Dios establece la identidad humana principalmente al hacer a la humanidad a Su imagen y adoptar a los creyentes en Su familia.

7. El trabajo y la vocación no son idénticos.

Jesús trabajó la madera y la piedra, y Pablo hizo tiendas, pero tenían otros llamados dados por Dios (Hch 18:3; Ro 1:1). Uno puede trabajar temporalmente en un campo mientras avanza hacia un puesto que se ajuste mejor a sus dones e intereses. Además, incluso el mejor de los trabajos tiene momentos difíciles y dolorosos.

8. El Señor soberano asigna lugares de trabajo, pero los creyentes pueden moverse.

«¿Fuiste llamado siendo esclavo?» pregunta Pablo. «No te preocupes». Luego dice: «si puedes obtener tu libertad, prefiérelo» (1 Co 7:17-24).

Por lo tanto, afirmamos una verdad doble: Dios asigna a los creyentes funciones o llamados específicos, y Él les permite moverse si hay una buena razón.

9. Las habilidades humanas varían.

El llamado principal es a ejercer fielmente los talentos que Dios otorga, sean muchos o pocos (Mt 25:14-30). El trabajo constante es lo que cuenta, pero el fruto también es importante (Sal 1:3; 92:14; Is 32:1-8; 45:8; Jn 15; Ro 7:4-5).

10. El trabajo que resulta de la caída sigue siendo noble. 

Una gran cantidad del trabajo humano es un resultado directo de la caída, pero estos intentos de mitigar los efectos del pecado no deben ser despreciados. Después de todo, la obra de redención de Jesús «simplemente» revirtió los efectos del pecado. Dado que el Señor trabaja con celo por la redención, podemos trabajar «de corazón, como para el Señor» (Col 3:23; Ef 6:5-9), incluso en tareas que solo son necesarias a causa de la caída. El trabajo policial, la recolección de basura, la exterminación de plagas y el cuidado de los enfermos terminales son dignos.

11. Dios llama a todo discípulo al servicio de tiempo completo.

Negamos que algunos trabajos sean sagrados y otros seculares. Los agricultores, los obreros, los ingenieros, los maestros, las amas de casa y los conductores fieles complacen a Dios con la misma seguridad que los pastores o los médicos fieles. Los discípulos siempre pueden orar «venga tu reino» mientras trabajan (Mt 6:10, 33).

12. En nuestro trabajo, podemos convertirnos en las manos de Dios.

Cuando pedimos el pan de cada día, Dios nos lo da a través de agricultores, panaderos y tenderos. Así que busquemos discernir la presencia de Dios en y a través de nuestro trabajo (Mt 25:31-46).


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
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