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Nota del editor: El pastor John Piper recibe preguntas de algunos de sus oyentes en su programa Ask Pastor John. La siguiente es una respuesta a una de esas preguntas.

“¡Hola pastor John! Mientras que la falta de unidad de la iglesia en términos de sus denominaciones es, en mi opinión, uno de los acontecimientos más trágicos y devastadores en la historia de la Iglesia, el hecho es que ahora existen una gran cantidad de denominaciones en el mundo y en los EE.UU. en particular, y cada una tiene sus propias fortalezas y debilidades. A la luz de esta realidad, ¿podría compartir cómo y por qué decidió ser bautista?”.

Antes de decir por qué soy bautista, permíteme responder acerca de lo que dijo sobre las divisiones en la iglesia, ya que esto es doloroso y es real, y todos necesitamos pensar en ello. Además, ambas cosas están relacionadas. 

Las divisiones, algunas de comportamiento, algunas doctrinales, han estado ahí en la iglesia desde el principio. Pablo habla de esto más explícitamente, al parecer, en 1 Corintios. Él dice: “Pues, en primer lugar, oigo que cuando se reúnen como iglesia hay divisiones entre ustedes, y en parte lo creo. Porque es necesario que entre ustedes haya bandos, a fin de que se manifiesten entre ustedes los que son aprobados” (1 Co. 11:18-19). Lo que oímos en esa frase, me parece —y en todo el Nuevo Testamento por cierto— es que los desacuerdos y las divisiones que resultan como consecuencia de ellos son lamentables e inevitables en este mundo debido, en mi opinión, al pecado, las limitaciones, la diversidad cultural, las diferencias de personalidad, y así sucesivamente.

Se puede oír el lamento en 1 Corintios 1:10, donde Pablo dice: “Les ruego, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que todos se pongan de acuerdo, y que no haya divisiones entre ustedes, sino que estén enteramente unidos en un mismo sentir y en un mismo parecer”. Y se oye el aspecto inevitable de las divisiones en el texto que ya he mencionado, 1 Corintios 11:19, “Es necesario que entre ustedes haya bandos, a fin de que se manifiesten entre ustedes los que son aprobados”.

Por lo tanto, me parece que todos los que somos cristianos debemos decidir cómo haremos nuestra parte para minimizar las divisiones y no quedar paralizados o ser utópicos en nuestra visión de lo inevitable de las divisiones hasta que Jesús regrese. Me parece que los esfuerzos centralizados por tener una unidad global aspiran inevitablemente a poderes que solo le pertenecen a Jesús. Y creo que esto se puede ver en la Iglesia Católica Romana.

Cuando busco consejo en el Nuevo Testamento acerca de cómo minimizar las divisiones, lo que encuentro no es un énfasis en las estructuras institucionales que pretenden dar un frente unido ante la opinión pública, como organizaciones macro-ecuménicas. Más bien, lo que encuentro es un esfuerzo repetido a superar el orgullo, el egoísmo, y la vanagloria, y trabajar por una actitud común de hacer el bien a los demás, incluso cuando se está en desacuerdo por alguna razón. Y el mejor ejemplo que conozco de esto se encuentra en Filipenses 2:2-4. Note, ahora, cómo Pablo se mueve del llamado a un mismo sentir al llamado a la humildad y el servicio. Así es como se ve:

“Hagan completo mi gozo, siendo del mismo sentir, conservando el mismo amor, unidos en espíritu, dedicados a un mismo propósito. No hagan nada por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de ustedes considere al otro como más importante que a sí mismo, no buscando cada uno sus propios intereses, sino más bien los intereses de los demás”.

No podemos controlar la unidad de creencias. Pero podemos darnos a nosotros mismos para servirnos unos a otros en amor. No se puede forzar la unidad de creencia porque las creencias no son meras acciones de la voluntad, sino delicias profundas del corazón. Por lo tanto, la única forma de buscar la unidad de creencia es hablando la verdad en amor. La unidad que no está basada en la verdad, simplemente, no es unidad bíblica. Y el ejercicio de hablar esa verdad debe ser en amor si queremos algún progreso en la unidad.

Lo que creo que todo esto significa para nosotros es que buscamos las Escrituras, tratamos de discernir si lo que vemos es la verdad, y nos entregamos a las comunidades de fe que comparten esa verdad. Luego buscamos en amor y servicio mantener la unidad de esas comunidades en humildad, bondad, mansedumbre, benignidad, paciencia, y perdón, y hacemos nuestro mejor esfuerzo por amar a aquellos en otras comunidades, para que el mundo vea nuestro amor, no solo nuestros desacuerdos.

Ahora, la razón por la que soy bautista es, en primer lugar, simplemente porque crecí en un hogar bautista. Pero luego, en cada etapa de mi educación, primero en Wheaton, luego en el Seminario Fuller, después en la Universidad de Munich, en Alemania, en donde yo era el único bautista que conocí en toda la facultad de teología allí; en cada etapa, los desafíos a mis convicciones bautistas se hicieron cada vez más intensos.

Por lo tanto, tuve que probar por las Escrituras mis convicciones heredadas una y otra vez, especialmente durante esos diez años de educación superior. Y hasta la fecha, no he podido ser persuadido de que bautizar infantes está justificado por el Nuevo Testamento. Esa es la razón principal por la que soy bautista. Yo no creo en el bautismo de infantes. Ahora, este probablemente no es el lugar para una defensa exegética acerca de eso, pero estoy dispuesto a hacerlo, si queremos, en otro podcast.

El punto aquí debería ser probablemente que, para mí, lo más importante es ser un cristiano que cree en el evangelio y es guiado por la Biblia. La segunda prioridad es abrazar las doctrinas de la gracia porque reflejan el evangelio, protegen el evangelio, están basadas en la Biblia, sustentan el gozo, y glorifican a Dios. Y solo en tercer lugar diría que están mis convicciones bautistas. Eso me permite, entonces, tener comunión con hermanos fuera de mis propias conexiones denominacionales. Y espero que, a través de mis escritos y pláticas, la verdad de la Escritura esté siendo promulgada en el mundo de tal forma que más y más personas se acerquen cada vez más a las verdades centrales y, por lo tanto, el uno al otro.


Publicado originalmente en Desiring God. Traducido por Becky Parrilla.
Imagen: Lightstock
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