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Quizás has visitado una de esas casas donde aman las cortinas. Las tienen de diferentes tonalidades y tamaños, y en cada habitación hay una. A veces son distintas dependiendo del área, y en otras ocasiones siguen un mismo patrón. Para algunas personas, las cortinas en la casa son un toque bien especial.

En la Biblia también había un lugar donde una cortina en particular era especial, y era tan especial, que cada detalle de su confección fue especificado por Dios. Una cortina diseñada por el mejor diseñador de todos los tiempos. Esta cortina se encontraba en el tabernáculo de adoración, donde se llevaban a cabo los sacrificios por el perdón de pecados (Éx. 26:33). Esa cortina, a la que la Biblia se refiere como un velo, separaba el lugar santo del lugar santísimo (v. 34).

El lugar santo era una habitación grande que estaba designada para ser el lugar de adoración, y el lugar santísimo una más pequeña donde moraba la presencia misma de Dios y donde solo podía entrar el sumo sacerdote una vez al año, el día de la expiación, para entrar a la presencia del Señor en representación de todo el pueblo y ofrecer sacrificio por sus pecados (Lev. 16).

Este velo que dividía las dos habitaciones era una gran cortina fabricada con el lino más fino, con pinturas de azul, púrpura y carmesí (Éx. 26:31). Colgaba de cuatro columnas de madera de acacia —un tipo de madera muy resistente— y su espesor era de aproximadamente 10 centímetros (v. 32). Según el historiador judío Josefo, el velo era tan pesado que si caballos hubieran tirado de cada lado, no hubieran podido partirlo[1].

El siguiente gráfico muestra el templo en los tiempos de Jesús, donde puede verse lo majestuoso del velo. La descripción lee: “Una enorme cortina separaba el Lugar Santo del Lugar Santísimo. Cuando Jesús murió, esta cortina fue rasgada en dos de arriba hacia abajo (Mt. 27:51; Mr. 15:38; Lc. 23:45)”[2].

¿Por qué usar una cortina tan pesada si solo se quería dividir un lugar de otro? Este velo, antes de Cristo, representaba lo gruesa y pesada que era la división que existía entre Dios y los hombres por causa del pecado. Esto nunca ha sido poca cosa. Pero más adelante, con la llegada de Cristo y su obra en la cruz, lo pesado del velo mostró algo más, algo extremadamente poderoso y glorioso. En el momento en que Cristo muere en la cruz por el perdón de nuestros pecados, luego de exclamar a gran voz la gloriosa declaración de que su obra había sido completada, esta cortina pesada se rasgó en dos, de arriba hacia abajo (Mat. 27:50-51).

Esa cortina que ni caballos en toda su fuerza podrían romper fue rasgada por el mismo Dios que la había diseñado. El hecho de que el velo se haya partido en dos de manera dramática al momento de la muerte de Jesús fue un símbolo de que su sacrificio y el derramamiento de su propia sangre por nuestros pecados fue suficiente y para siempre. Por eso, fue rasgado de arriba hacia abajo, porque fue Dios quien hizo el camino por nosotros. ¡El camino a la presencia de Dios fue abierto!

A través de Cristo Jesús, la pesada barrera por nuestro pecado fue destruida en la gloriosa cruz. Ya no necesitamos de un sumo sacerdote que cruce una gran cortina para entrar al lugar santísimo una vez al año a ofrecer sacrificio por nuestros pecados porque Cristo Jesús, nuestro gran sumo sacerdote, ofreció un sacrificio una vez y para siempre (Heb. 7:27), y nosotros podemos tener acceso a la presencia de Dios a través de Él.

Gloriosa obra de Cristo que hace que hoy esta hermosa y pesada cortina nos quede solo como un recuerdo de lo que éramos, y nos llena de gratitud por lo que ahora somos.


[1] El Tabernáculo: Guía ilustrada. Copyright 2010 Bristol Works, Rose Publishing, Inc.
[2] Fuente: ESV Study Bible. Tomado del blog de Justin Taylor.
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