Deuteronomio 7 – 9 y Romanos 13 – 14
“El SEÑOR no puso su amor en vosotros ni os escogió por ser vosotros más numerosos que otro pueblo, pues erais el más pequeño de todos los pueblos… No te espantes de ellos, porque el SEÑOR tu Dios está en medio de ti, Dios grande y temible. Y el SEÑOR tu Dios echará estas naciones de delante de ti poco a poco; no podrás acabar con ellas rápidamente, no sea que las bestias del campo lleguen a ser demasiado numerosas para ti”, Deuteronomio 7:17,21-22.
Hace un tiempo se dio a conocer la última comunicación del Concorde que cayó en Francia. El avión supersónico estaba tratando de buscar un aterrizaje de emergencia mientras ardía en llamas, pero el piloto Christian Mary solo llegó a decir: “Demasiado tarde… no hay tiempo”. Las últimas palabras fueron las del copiloto: “Negativo, nosotros estamos tratando Le Bour…”. Allí se perdió la comunicación. Los ciento nueve pasajeros y la tripulación fallecieron junto con cuatro personas de tierra cuando el avión colisionó con un hotel en Gonesse, en las afueras de París. ¿Qué fue lo que pasó? Aunque la investigación sigue en curso, se sabe que una pieza de metal de unos 16 centímetros desprendida de otro avión (se piensa que es una pequeña pieza perdida de un Continental Airlines que despegó momentos antes), desencadenó una serie de sucesos que terminaron en un desenlace fatal. Salman Rushdie, famoso escritor anglo-hindú, comenta al respecto en una columna periodística: “En un mundo que nunca vio caer un Concorde, este gracioso aparato encarnó nuestros sueños de trascendencia. En la nueva realidad todavía humeante en el suelo de Gonesse, Francia, debemos bajar el nivel de nuestras expectativas”. ¿Cómo una pequeña pieza insignificante de metal pudo hacer caer a una de las maravillas de la tecnología moderna?
Creo que el desastre de Gonesse puede convertirse en una parábola moderna para que nunca desestimemos los pequeños detalles que pueden llegar ocasionar grandes dificultades. Un amigo me mandó por e-mail este mensaje del que desconozco su autoría: “Un experto asesor de empresas en Gestión del Tiempo quiso sorprender a los asistentes a su conferencia. Sacó de debajo del escritorio un frasco grande de boca ancha. Lo colocó sobre la mesa, junto a una bandeja con piedras del tamaño de un puño y preguntó: “¿Cuántas piedras piensan que caben en el frasco?”.
Después que los asistentes hicieran sus conjeturas, empezó a meter piedras hasta que llenó el frasco. Luego preguntó: ¿Está lleno?
Todo el mundo lo miró y asintió. Entonces sacó de debajo de la mesa un cubo con arenilla (gravilla). Metió parte de ella en el frasco y lo agitó. Las piedrecillas penetraron por los espacios que dejaban las piedras grandes. El experto sonrió con ironía y repitió: “¿Está lleno?”.
Esta vez los oyentes dudaron: “Tal vez no”. “¡Bien!” Y puso en la mesa un cubo con arena que comenzó a volcar en el frasco. La arena se filtraba en los pequeños recovecos que dejaban las piedras y la grava. “¿Está lleno?”, preguntó de nuevo.
“¡No!”, exclamaron los asistentes. “Bien”, dijo, y tomó una jarra con agua de un litro que comenzó a verter en el frasco. Éste aún no rebosaba. “Bueno, ¿qué hemos demostrado?, preguntó.
Un alumno respondió: “Que no importa lo lleno que esté tu agenda, si lo intentas, siempre puedes hacer que quepan más cosas”.
“¡No!”, concluyó el experto: “Lo que esta lección nos enseña es que si no colocas las piedras grandes primero, nunca podrás colocarlas después. ¿Cuáles son las grandes piedras en tu vida? ¿Tus hijos, tus amigos, tus sueños, tus principios, tu salud, la persona amada?
¡Recuerda! Ponlas primero… El resto encontrará su lugar.
El trabajo de Dios siempre será progresivo. Fueron siete los días de la creación. Tres años los del ministerio de nuestro Señor Jesucristo. Tres días pasaron antes de la resurrección. Cuarenta años en el desierto. A Él le encantan los procesos y los “poco a poco”. Son muy pocas cosas las que le gusta hacer de manera instantánea. El ser humano es como ciertos programas de computación que necesitan “cargarse” (loading) para funcionar correctamente. Además, el hombre prueba sus capacidades y su interés en la medida en que entiende que los pequeños detalles son los que hacen que una joya se vea magnífica. “Y te acordarás de todo el camino por donde el SEÑOR tu Dios te ha traído por el desierto durante estos cuarenta años, para humillarte, probándote, a fin de saber lo que había en tu corazón, si guardarías o no sus mandamientos”, Deuteronomio 8:2.
¿Qué debemos encontrar en nuestro corazón? Allí debemos almacenar los recuerdos de las pruebas de nuestros inicios, los esfuerzos del presente y las grandes metas que esperamos cumplir en el futuro. Pero la suma del pasado, presente y futuro, deben estar recubiertos por los grandes principios que sustentan nuestra vida y que hacen que la vivamos con la dignidad que nos hace superar las circunstancias y nos levanta sobre lo instintivo. Sin principios o habiendo alcanzado nuestros objetivos pero dejando atrás nuestros valores, nos convierte en hombres huecos, deformes, que vendimos nuestra alma sin saber que todo vale nada si nos perdemos a nosotros mismos.
Por eso Moisés aconseja con fuerza a Israel: “Cuídate de no olvidar al SEÑOR tu Dios dejando de guardar sus mandamientos, sus ordenanzas y sus estatutos que yo te ordeno hoy; no sea que cuando hayas comido y te hayas saciado, y hayas construido buenas casas y habitado en ellas, y cuando tus vacas y tus ovejas se multipliquen, y tu plata y oro se multipliquen, y todo lo que tengas se multiplique, entonces tu corazón se enorgullezca, y te olvides del SEÑOR tu Dios que te sacó de la tierra de Egipto de la casa de servidumbre. El te condujo a través del inmenso y terrible desierto, con sus serpientes abrasadoras y escorpiones, tierra sedienta donde no había agua; El sacó para ti agua de la roca de pedernal. En el desierto te alimentó con el maná que tus padres no habían conocido, para humillarte y probarte, y para finalmente hacerte bien. No sea que digas en tu corazón: “Mi poder y la fuerza de mi mano me han producido esta riqueza”, Deuteronomio 8:11-18.
Para poder poner la torre a veinte metros de altura debo primero hacer un hoyo de varios metros para poner el cimiento. Cada cosa debe hacerse en su tiempo y todo en su debido lugar. “Poco a poco” sin claudicar, de la mano de nuestro buen Dios que nos acompaña cada día en cada nueva jornada que emprendemos. Por eso, en primer lugar, seamos fieles para con el Señor “Porque ninguno de nosotros vive para sí mismo, y ninguno muere para sí mismo; pues si vivimos, para el Señor vivimos, y si morimos, para el Señor morimos; por tanto, ya sea que vivamos o que muramos, del Señor somos”, Romanos 14:7 – 8.
En segundo lugar, seamos fieles con nuestro prójimo: “Pagad a todos lo que debáis; al que impuesto, impuesto; al que tributo, tributo; al que temor, temor; al que honor, honor. No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros; porque el que ama a su prójimo, ha cumplido la ley. Porque esto: NO COMETERAS ADULTERIO, NO MATARAS, NO HURTARAS, NO CODICIARAS, y cualquier otro mandamiento, en estas palabras se resume: AMARAS A TU PROJIMO COMO A TI MISMO. El amor no hace mal al prójimo; por tanto, el amor es el cumplimiento de la ley”, Romanos 13:7-10.
Y por último, seamos fieles con nosotros mismos: “La noche está muy avanzada, y el día está cerca. Por tanto, desechemos las obras de las tinieblas y vistámonos con las armas de la luz. Andemos decentemente, como de día, no en orgías y borracheras, no en promiscuidad sexual y lujurias, no en pleitos y envidias; antes bien, vestíos del Señor Jesucristo, y no penséis en proveer para las lujurias de la carne”, Romanos 13:12-14.
La carrera es de largo trecho, y el trabajo se irá completando poco a poco. Por eso, vamos despacio sin dejar lo importante por lo urgente.