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Nota del editor: 

Este artículo aparece en nuestra Revista Coalición: Las promesas del evangelio (Abril 2021). Puedes descargar GRATIS la revista aquí.

En un momento de la película The Avengers, el grupo de superhéroes requiere que el personaje de Bruce Banner se enoje y convierta en el gigante Hulk de manera rápida. Él explica, para sorpresa de sus compañeros, cómo eso es posible para él: “Este es mi secreto… Siempre estoy enojado”. Inmediatamente después, Banner se transforma en su alter ego y empieza a aplastar monstruos alienígenas enemigos.

Al igual que este personaje ficticio, nuestra cultura es una que parece vivir en enojo, lo cual va de la mano con el odio a los demás. En cuestión de segundos, cualquiera en redes sociales puede actuar como un Hulk virtual aplastando a otra persona con quejas, insultando a quienes están en desacuerdo con él o criticando una publicación. Se nos da muy bien “cancelar” todo lo que no nos guste solo porque sí, sin hacer un juicio justo primero; es común despreciar a quienes piensan distinto a nosotros y nos desagradan. No sabemos extender misericordia y gracia. Siempre excusamos nuestra furia y odio.

Un mundo sin perdón

Nuestra sociedad está cada vez más polarizada en todos los aspectos y hay muchas razones que podríamos señalar para esto. En redes sociales estamos inmersos en cámaras de eco que fortalecen nuestras opiniones y nos dificultan entender a quienes piensan distinto. En Internet es fácil hablar apresuradamente y malinterpretarnos unos a otros sin perdonar nuestros errores. Además, los medios muchas veces distorsionan la verdad por la forma en que presentan los titulares. Las mentiras corren más rápido que la verdad.

Al mismo tiempo, las redes sociales están diseñadas para llevarnos a ser rápidos para hablar y generar contenido e interacciones. También nos motivan a ser veloces para airarnos cuando vemos publicaciones que producen enojo en nosotros, y así obtienen más atención de la que deberíamos darles (cp. Stg 1:19). Sumado a esto, hundir a otros en público se convierte fácilmente en una forma de elevarnos sobre los demás y justificarnos a nosotros mismos para obtener aprobación de otras personas. Odiar es atractivo cuando al hacerlo puedo ganar “me gusta” y comentarios positivos de quienes piensan igual a mí.

Nuestro mundo está acostumbrado a odiar y expresar su furia; nosotros somos exhortados a perdonar y extender gracia reflejando el corazón de Dios

Pudiéramos seguir hablando sobre qué está detrás de nuestra creciente cultura de odio y las cosas que nos empujan a despotricar con facilidad, pero algo debe quedar muy claro para quienes creemos en Cristo: somos llamados a vivir en contra de esta corriente tóxica. Nuestro mundo está acostumbrado a odiar y expresar su furia; nosotros somos exhortados a perdonar y extender gracia reflejando el corazón de Dios.

Llamados a perdonar

Esta es una de las lecciones que más me confrontan al leer la primera carta de Pedro, escrita a iglesias odiadas por la sociedad: iglesias perseguidas, insultadas y difamadas. ¿Cómo debían estas iglesias tratar a las otras personas en respuesta a tanta malignidad? No con furia ni acciones de venganza. No difamando a otros o burlándose de ellos por ser ignorantes de la fe, ni creyéndose superiores a los demás. En cambio, mira lo que dice Pedro:

“En conclusión, sean todos de un mismo sentir, compasivos, fraternales, misericordiosos, y de espíritu humilde; no devolviendo mal por mal, o insulto por insulto, sino más bien bendiciendo, porque fueron llamados con el propósito de heredar bendición” (1 Pedro 3:8-9).

Este es un mandato que involucra el perdón, incluso a quienes nos tratan de la peor forma que podemos imaginar. Se trata de un perdón radical que nuestra sociedad actual no conoce. Eso es bendecir cuando nos insultan y no devolver mal por mal. Eso es ser misericordiosos y de espíritu humilde, incluso cuando no es popular serlo.

Piensa conmigo por un momento: ¿Puedes imaginar qué pasaría si todos los creyentes usáramos las redes sociales de esta manera? ¿Si nos comportamos de esta forma en nuestros trabajos, en la universidad, en las reuniones familiares o con personas que piensan distinto a nosotros? Unos versículos atrás, Pedro nos ayuda a responder estas preguntas:

“Amados, les ruego como a extranjeros y peregrinos, que se abstengan de las pasiones carnales que combaten contra el alma. Mantengan entre los gentiles una conducta irreprochable, a fin de que en aquello que les calumnian como malhechores, ellos, por razón de las buenas obras de ustedes, al considerarlas, glorifiquen a Dios en el día de la visitación” (1 Pedro 2:11-12).

En otras palabras, Pedro dice que no vamos a ganar al mundo para Cristo si nos comportamos igual al mundo. Es como si dijera: “¿Quieres que la gente glorifique a Dios por tu vida? Bien, entonces deja de seguir las pasiones pecaminosas que gobiernan al mundo y vive conforme al evangelio, con integridad”. Y lo que leímos en 1 Pedro 3:8 (“sean todos de un mismo sentir, compasivos, fraternales, misericordiosos, y de espíritu humilde…”) forma parte de la “conducta irreprochable” que debemos tener. Esto es para que otros puedan interesarse por el evangelio debido a nuestra forma de conducirnos, y así puedan también conocer y glorificar al Señor que nos rescató.

Una comunidad caracterizada por el perdón es refrescante en un mundo que está ardiendo por el odio y la sed de venganza

¿Qué significa todo esto cuando hablamos sobre el perdón? Significa que los cristianos que perdonan pueden ser un medio para atraer a otros a Cristo. Una comunidad caracterizada por el perdón es refrescante en un mundo que está ardiendo por el odio y la sed de venganza.

Nuestro “secreto” para perdonar

Una verdad dolorosa: perdonar no es fácil. Pero como creyentes podemos perdonar a otros y profundizar más en este tema cuando reconocemos nuestro llamado. Esa es la razón que Pedro nos da para vivir diferentes al mundo: “no devolviendo mal por mal, o insulto por insulto, sino más bien bendiciendo, porque fueron llamados con el propósito de heredar bendición” (1 P 3:9).

En el contexto más amplio de esta carta, el apóstol viene hablando de la herencia incorruptible que tenemos reservada para nosotros gracias a la obra de Dios por medio de Cristo (1:3-4). Nuestra herencia es más grande de lo que podemos imaginar. Y la tenemos totalmente por gracia, porque Dios nos perdonó cuando no lo merecíamos.

Recordar nuestra herencia y su costo nos lleva a vivir perdonando a los demás. En otras palabras, si Pedro viviera en nuestro tiempo nos diría que no tenemos que devolver mal por mal; no tenemos que vivir odiando a otros, uniéndonos a legiones de linchadores en redes sociales o guardando rencor hacia otras personas. ¡No necesitamos actuar así! Ya somos herederos de Dios y nos aguarda una herencia que nunca se marchitará, una que fue comprada para nosotros por la sangre de tu Salvador que te ama. Dejemos que esto sea suficiente para nosotros y esperemos en Él.

Si Dios nos perdonó cuando éramos sus enemigos y ahora lo tenemos todo en Él, ¿quiénes somos para no perdonar a otros?

Jesús vino, murió y resucitó para hacer esto posible, dándonos en Él todo lo que necesitamos para glorificarlo con nuestras vidas. Ese es nuestro “secreto” para vivir como pecadores perdonados que perdonan. Un “secreto” que debemos anunciar a todo el mundo y reflejar en nuestras vidas porque se trata de la mejor noticia en el universo. Como también dijo Pablo:

“Sea quitada de ustedes toda amargura, enojo, ira, gritos, insultos, así como toda malicia. Sean más bien amables unos con otros, misericordiosos, perdonándose unos a otros, así como también Dios los perdonó en Cristo” (Ef 4:31-32).

A fin de cuentas, si el Señor no nos aplastó por nuestra maldad como merecemos, ¿quiénes somos para aplastar a otros como si fuésemos una especie Hulk? Y si Dios nos perdonó cuando éramos sus enemigos y ahora lo tenemos todo en Él, ¿quiénes somos para no perdonar a otros y buscar que también puedan heredar bendición?

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