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“En esos días Él se fue al monte a orar, y pasó toda la noche en oración a Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos y escogió doce de ellos, a los que también dio el nombre de apóstoles”, Lucas 6:12-13.

Una de las tareas más difíciles en el ministerio es la formación de un equipo de trabajo que tenga un carácter piadoso, una formación bíblica sólida, acompañado de un cuerpo de doctrinas y filosofía ministerial que sean común a todo el equipo, y que además contribuya a la unidad de la iglesia. Sin embargo, como me comentaba en una ocasión el doctor Albert Mohler, hay una tarea aun más difícil que seleccionar a la persona correcta para una posición, y es suspender a un miembro del equipo por no ser la persona ideal para desempeñar su función.

La selección de miembros de un equipo de trabajo para el ministerio requiere de discernimiento para poder identificar quién pudiera estar siendo llamado por Dios para formar parte de del equipo; paciencia para poder formarlos, reconociendo que el carácter es más importante que el talento; y oración para buscar la voluntad y el tiempo de Dios. No es una coincidencia que Jesús pasara toda la noche en oración antes de seleccionar a sus doce primeros hombres la mañana siguiente. No se nos dice qué cosas Jesús conversó con su Padre, pero no creo que esa larga oración estuviera divorciada de la selección de los hombres sobre quienes recaería la responsabilidad de la Iglesia cuando Jesús partiera.  

Frecuentemente se ha cometido el error de elegir personas que no estaban listas para servir, y se ha hecho esto en base a la necesidad del momento. No podemos olvidar nunca que la necesidad no define el llamado o la voluntad de Dios. Jesús bajó a la piscina de Betesda y allí había cientos de personas enfermas y en necesidad, pero terminó sanando solamente a uno de ellos en cumplimiento de la voluntad de su Padre (Jn. 5:8-9).

Criterios de selección

A la hora de seleccionar ancianos o pastores para una iglesia, el apóstol Pablo dio instrucciones a Timoteo: que considerara a personas que fueran irreprochables (1 Ti. 3:2). Las demás calificaciones que siguen hablan de las áreas donde esta persona debiera ser irreprensible. Y de todas las características mencionadas, solamente una de ellas corresponde a la habilidad de la persona a ser reconocida como líder (pastor, anciano), y esa es su habilidad para enseñar. Por otro lado, el mismo Pablo instruye a Timoteo y le dice: “Y lo que has oído de mí en la presencia de muchos testigos, eso encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros” (2 Ti. 2:2).

La idoneidad de estos hombres debe presidir al servicio de los mismos. Cuando una persona es colocada en una posición de liderazgo sin estar preparada aún, eso es un boleto al fracaso. Muchos son los que se han accidentado en el camino al abrazar una tarea que, aunque noble, no contaba con la nobleza de carácter requerida. El tiempo requerido para poder usar a una persona está directamente relacionado a la tarea que va a realizar. Seleccionar a un anciano pastor requerirá de más criterios y un estándar más alto que la selección de un personal secretarial. Sin embargo, nunca debemos cometer el error de seleccionar a una persona para formar parte del equipo que sea conocida por ser reprochable, aun si esta va a hacer un trabajo voluntario. De hecho, Pedro instruye a que nosotros los cristianos mantengamos “entre los gentiles una conducta irreprochable, a fin de que en aquello que os calumnian como malhechores, ellos, por razón de vuestras buenas obras, al considerarlas, glorifiquen a Dios en el día de la visitación” (1 Pe. 2:12).

Muchos son los que se han accidentado en el camino al abrazar una tarea, que aunque noble, no contaba con la nobleza de carácter requerida.

El momento de contratar a una segunda persona

Una pregunta importante: ¿cuándo se debe contratar a alguien adicionalmente al pastor plantador o líder? Antes de determinar el cuándo, debemos definir el quién. Esa segunda persona pudiera variar de un caso a otro, dependiendo de la necesidad de la iglesia en crecimiento. Es posible que, en algunos casos, la esposa del plantador tenga la capacidad para apoyar a su esposo en el desempeño de funciones secretariales, y que esto permita contratar un personal distinto, como un líder de adoración. Por otro lado, es posible que una persona dentro del grupo sirva voluntariamente como líder de adoración, y que esto permita entonces la contratación de otro personal distinto que sea también importante para el funcionamiento de la iglesia.

Independientemente de quién sea esa persona, el pastor plantador debe buscar que exista alguien muy tempranamente que pueda apoyar significativamente en la parte administrativa, porque tan pronto la iglesia comienza a crecer, alguien tendrá que responder las llamadas, hacer citas, escribir cartas o documentos de otro tipo, ayudar en el seguimiento de la parte financiera de la iglesia, contribuir al seguimiento de la agenda del pastor plantador y su equipo, y múltiples otras funciones similares.

El plantador necesita apoyo temprano en áreas de administración, en la enseñanza de la Palabra para cuando él falte, y en la dirección de la adoración.

Dicho todo esto, el plantador necesita apoyo temprano en áreas de administración, en la enseñanza de la Palabra para cuando él falte, y en la dirección de la adoración. Este último no debe ser simplemente un buen músico, sino alguien con un corazón pastoral, incluso si no se desempeña como pastor todavía. Esta es una función vital para que la iglesia aprenda a adorar bíblicamente de forma que honre a Dios y ministre a su pueblo. La adoración es uno de los ministerios más descuidados, porque en muchos casos hemos confundido música con adoración. La adoración requiere de un alto concepto del Dios a quien vamos a honrar por todo lo que Él es y hace, en ese orden. Si Dios, hipotéticamente, dejara de actuar hoy, aun así merece ser honrado con todo lo que nosotros somos y tenemos.

La necesidad de la formación del equipo ministerial

El simple hecho de reconocer que no tenemos todos los dones, ni todos los talentos, ni toda la sabiduría, es razón suficiente para comprender que necesitamos otros hombres y mujeres que contribuyan a enriquecer los dones que Dios ha provisto para el desarrollo y fortalecimiento del cuerpo de Cristo. Cada persona tiene por lo menos un don, como nos confirma Pedro: “Según cada uno ha recibido un don especial, úselo sirviéndoos los unos a los otros como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios” (1 Pe. 4:10). La no existencia de un equipo de trabajo impide llevar a la práctica esta enseñanza, lo cual deshonraría el nombre de nuestro Dios. Uno de los énfasis de nuestro ministerio es la idea de que cada quien debe funcionar en las áreas donde mejor operarían sus dones y talentos. Cuando tú trabajas fuera de tu don, no estás trabajando en el lugar para el cual Dios te equipó, y los demás tampoco están recibiendo la mejor ministración. Donde mejor funcionas es donde tu don, talento, y llamado convergen.

Cuando tú trabajas fuera de tu don, no estás trabajando en el lugar para el cual Dios te equipó, y los demás tampoco están recibiendo la mejor ministración. Donde mejor funcionas es donde tu don, talento, y llamado convergen.

Tempranamente vemos en el libro del Éxodo cómo el suegro de Moisés, Jetro, le recomendó designar setenta personas que pudieran ayudarle a resolver los casos más sencillos, y que Moisés pudiera dedicarse a ver los casos más complicados (Ex. 18:13-27). Siempre me sorprende que Jetro no le recomendara a Moisés agregar tres o cuatro personas a su equipo de trabajo, sino setenta. Creo que esa es una clara evidencia de que Moisés estaba sobrecargado, y que probablemente no había desarrollado su capacidad de delegar, en lo cual frecuentemente tenemos dificultad.

Posteriormente, vemos cómo el apóstol Pablo escribió a los Corintios en el capítulo 12 de su primera carta. Les habla ampliamente de cómo cada miembro del cuerpo humano tiene su función específica (el ojo, el oído, el pie), y que de esa misma manera cada uno de los miembros del cuerpo de Cristo debe entender cuál es su función, para que la pueda llevar a cabo de la mejor forma posible, y que pueda funcionar en armonía con el resto de los miembros del equipo.

Muchas veces, cuando no hemos podido agrupar el equipo alrededor de nosotros, estamos trabajando en contra de los demás. Trabajar con otros es vital para cultivar amistad, confianza, y lealtad, porque de lo contrario esa falta de unidad será percibida por el resto de la iglesia, y esta no podrá disfrutar de la unidad del Espíritu que se nos ha ordenado preservar (Ef. 4:3). Cuando la unidad falta en el equipo ministerial y en el cuerpo de Cristo, el ministerio del Espíritu no es honrado, y la iglesia carece de llenura. Trabajar sin el apoyo moral de tu equipo es una de las tareas más debilitantes en el ministerio. De hecho, trabajar sin el apoyo moral de un solo miembro del equipo es extremadamente desmotivador para el líder. Por eso que algunos han dicho que necesitamos desarrollar una piel gruesa y un corazón grande para permanecer en el liderazgo.

Se ha dicho antes: “Usted conseguirá más trabajando con otros que trabajando solo o contra otros”.

Cada miembro del equipo de trabajo necesita tener claro que no estamos llevando acabo la agenda del líder, y ni siquiera la agenda de todo el equipo, sino que estamos tratando de llevar a la práctica la agenda de Dios para con nosotros. Por tanto, necesitamos alinearnos con los propósitos de Dios. Este es mi texto favorito para hablar de esta idea: “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas (Ef. 2:10). Dios va a traer gente que Él selecciona para realizar ese propósito. Entonces, como siervos de Dios que somos todos, cada cual necesita subordinar sus metas personales a los propósitos de Dios. Muchas veces el equipo que Dios trae a nuestro lado nos ayuda a descubrir la meta de Dios para nuestra iglesia, en la manera en que ellos contribuyen a enriquecer la visión.

Obstáculos para el trabajo en equipo

El Señor Jesús nos dejó el mejor modelo de cómo debe hacerse el ministerio en cuanto al trabajo en equipo. Desde un inicio comenzó a formar doce hombres, once de los cuales terminaron siendo los pilares de la Iglesia. Cada uno de estos hombres tenía una personalidad diferente, fue equipado de manera multiforme, y fue llamado a funciones distintas; pero cada uno de ellos entendió la necesidad de permanecer unidos con un solo propósito. El mismo apóstol Pablo supo trabajar con Bernabé, Silas, Timoteo, Tito, Lucas, y aun con mujeres como Evodia y Síntique (Fil. 4:2-3), por solo mencionar a algunos. Dios hizo un trabajo enorme en Pablo, y esto permitió que su corazón pastoral atrajera a muchos a trabajar a su lado. Sin embargo, muchos no han tenido la facilidad que este hombre tuvo para llevar a cabo la obra del ministerio, porque en sus vidas aún hay grandes piedras de tropiezo. A continuación, mencionamos algunas de estas.

1) El ego

El orgullo en nosotros es quizá el más grande obstáculo para trabajar en equipo. El orgullo demanda reconocimiento, el aplauso de los demás, el ser centro de atención, y no da espacio para que otros puedan usar sus dones. Necesitamos la humildad necesaria para admitir que no podemos hacer ciertas cosas. Hay tareas que yo no puedo hacer porque no he sido equipado para ellas. Hay cosas que otros hacen mejor que yo, y hay funciones que cuando otros las realizan, resultan mejor hechas. Pero el ego cree que puede hacerlo todo, que no necesita de ayuda, y no desea compartir el crédito con ningún otro. El orgullo no valora los dones y talentos de los demás, pero tampoco los ve porque está enfocado en sí mismo. El deseo de ser como Dios, en el caso de Lucifer y de Adán, terminó con la expulsión del primero del reino de los cielos, y al segundo del jardín del Edén. Dios se opone al orgulloso, pero le da gracia al humilde (Stg. 4:6). Recordémoslo.

2) La inseguridad

Nosotros tenemos inseguridades, y esa inseguridad se siente amenazada por la colaboración de otras personas. La inseguridad nos hace sentir desplazados, o nos hace sentir que otros están siendo aprobados por encima de nosotros. El Espíritu de Dios regala dones a cada uno de sus hijos, y el mismo Espíritu regala individuos a su Iglesia para su fortalecimiento. La inseguridad en el ser humano es el origen de sus temores, de su orgullo, de las formas impositivas de trabajo, de la falta de confianza en otros, y de la falta de motivación para trabajar en equipo.

Los líderes que forman parte de un equipo necesitan ser personas sanadas por Cristo para sentirse seguras en Él. Adán y Eva experimentaron inseguridad tan pronto se separaron de Dios, y de esa misma manera nosotros somos sanados de esa inseguridad por medio de nuestro acercamiento a Cristo. Por eso dice la Palabra que el perfecto amor echa fuera todo temor (1 Jn. 4:18). Necesitamos experimentar de manera cercana ese amor divino que nos convence de que Dios está por nosotros y con nosotros, independientemente de las circunstancias. Y allí encontramos nuestra seguridad.   

Los líderes que forman parte de un equipo necesitan ser personas sanadas por Cristo para sentirse seguras en Él.

3) El temperamento rígido e inflexible

Usualmente este temperamento lleva a la formación de un perfeccionismo que ahoga el gozo de la persona que padece de esta debilidad, y lo mismo hace en los demás. Para el perfeccionista hay una sola forma de hacer ministerio y vivir la vida. El perfeccionismo destruye la creatividad en el equipo de trabajo y suprime la expresión de los dones dados por Dios al equipo. El temperamento rígido no permite mucha la colaboración de otros. El perfeccionismo bloquea la visión de forma tal que la persona perfeccionista tiene una sola manera de ver la vida, y esa vida y ministerio tienen solamente dos colores: blanco y negro. Se hace muy difícil trabajar con personas rígidas, porque esa rigidez no sabe cómo crear espacio para formas alternas de pensamiento, de hacer ministerio, y aun de vivir la vida en general.

4) Una mala actitud

El apóstol Pablo escribió a los Filipenses y les animó así:

“Haya, pues, en vosotros esta actitud que hubo también en Cristo Jesús, el cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”, Filipenses 2:5-8.

Es obvio que Cristo, en su calidad de Dios, gozaba de todos los derechos y privilegios de serlo, y aun así subordinó todo eso a la voluntad de su Padre para encarnarse y llevar a cabo sus propósitos. El Señor Jesús no se aferró a lo que verdaderamente le pertenecía, sino que lo entregó como ofrenda porque entendió que había un propósito más importante que su interés particular, y era la redención de una humanidad que la Trinidad completa se había propuesto llevar a cabo.

Menciono esto porque una mala disposición nunca será honrada por Dios, y por lo tanto, esa mala actitud tiene el potencial de derribar un equipo. Malas actitudes tienen como base las piedras de tropiezo mencionadas arriba, y algunas otras: orgullo, inseguridad, perfeccionismo, sentido de superioridad, celos, envidias, legalismo… Como se ha dicho, “Una buena actitud no garantiza el triunfo, pero una mala actitud garantiza el fracaso”.¹ Las actitudes son contagiosas, las buenas y las malas, pero las malas son mucho más fáciles de copiar.

Conclusión

Tenemos que reconocer que vivimos en un mundo caído, y por lo tanto nunca encontraremos las condiciones ideales para llevar a cabo una tarea. Reconozcamos desde el inicio que los problemas vendrán, los desacuerdos surgirán, y lamentablemente muchas veces aun las divisiones se asomarán, y en su peor caso, terminarán separándonos. La pregunta que todos necesitamos hacernos es: cuando estas cosas surjan (no si surgen), ¿cómo actuaremos?

Quisiera dejar algunos consejos que ayudarán a solucionar problemas, porque primeramente procuran glorificar a nuestro Dios por encima de todas las cosas.

  1. Sé manso y humilde (Mt. 11:29).
  2. Pastorea el alma del otro (Jn. 21:15-17).
  3. Procura entender al otro antes que defender tu punto (Fil. 2:1-4).
  4. Recuerda que la meta no es ganar (Cristo “perdió” en la cruz).
  5. Procura al máximo la reconciliación (Ro. 12:18).
  6. Dios y tu testimonio son tus mejores defensores, y no tus palabras (Sal.18:1-6).
  7. No olvides que estamos en un peregrinar, y por tanto todos estamos creciendo; tú y tu hermano por igual (Fil. 3:12-14).

No olvides que el equipo se forma y se sostiene por el poder del Espíritu. Su rol fue vital en la vida de Cristo, y lo es para cada uno de nosotros.


[1] John C. Maxwell, Motivated to Succeed (Nashville: Thomas Nelson Inc), 11.

Imagen: Lightstock

 

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