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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado del libro Disfruta tu vida de oración (Publicaciones Andamio, 2018), por Michael Reeves.

No es nada nuevo, pero, desgraciadamente, a la mayoría de nosotros no se nos da bien orar. Este es el estado actual del cristianismo en el mundo occidental y es preocupante.

Además, parece que incluso los líderes de nuestras iglesias tampoco hablan mucho con Dios. Bajo estas circunstancias, ¿pueden nuestras iglesias y comunidades ser saludables?

El temor es que cada vez seamos más como la iglesia en Corinto. En las cartas de Pablo vemos cómo los líderes de aquella iglesia se predicaban a sí mismos, torcían la Palabra de Dios y no eran espirituales, sino que eran carnales, orgullosos, hipócritas, y competitivos. Su vida de oración era vergonzosa, pues el amor a Cristo y la dependencia de Él habían quedado eclipsadas por el amor propio y la autosuficiencia.

La falta de oración siempre va de la mano de la falta de integridad cristiana. Esto se observa más aún en los líderes cristianos. Es decir, si no disfrutan de una comunión con Dios, entonces solo están vendiendo un producto en el que realmente no creen. Todo esto se ve agravado porque la importancia y la urgencia del trabajo que realizan los conduce, irónicamente, a estar súper ocupados y a la autosuficiencia, haciendo de ellos un puñado de Martas (Lc. 10:38-42).

Así que, mientras trabajan para tener éxito en la misión y en su vida cristiana, existe un vacío en lo referente a su comunión real con Dios. Quiero decir que yo soy el primero al que le pasa esto. No obstante, espero animarte a estimular, o incluso arrancar, nuestra vida de oración.

Primero de todo, necesitamos definir qué es la oración exactamente. Puede parecer ridículo, pero creo que no tenerlo claro es una de las causas principales de nuestra falta de oración.

La falta de oración viene a ser un ateísmo práctico, pues refleja una falta de creencia en Dios.

La realidad es que es muy fácil pensar y hablar de la oración como si fuera un ejercicio abstracto, una de esas cosas que “los cristianos hacen”. Y de ahí, pensamos: ¿cómo puedo mejorar en eso que llamamos oración?

Ahora bien, si tu concepto de la oración es ese, el de una actividad independiente, la solución para tener una mejor vida de oración va a ser una serie de técnicas y consejos prácticos. Como por ejemplo: tener un diario de oración, descargarte una aplicación para el móvil de listas de oración, usar el libro Operación Mundo, intentar orar en voz alta, y tener tu tiempo devocional nada más levantarte por la mañana. Menciono cosas concretas porque creo que consejos como estos pueden ser de gran ayuda y tienen su lugar.

Pero la oración no es eso. De hecho, si para ti la “oración” solo se mantiene gracias a un conjunto de técnicas, entonces siempre va a ser una tarea gravosa o quizás algo casi mágico si crees que puedes conseguir todo lo que quieras solo con usar la “fórmula” correcta (Y si no consigues la respuesta que esperabas, empiezas a cuestionarte si esa “fórmula” mágica realmente funciona).

El Señor dice de Israel: “Este pueblo me alaba con la boca y me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí” (Is. 29:13). Por tanto, la oración no es algo abstracto “que hay que hacer”; de hecho, puedes “hacerlo” y aún así ir totalmente desencaminado. Detrás de la práctica tiene que haber algo vivo.

Entonces, ¿qué es la oración? Nadie lo ha expresado mejor que Calvino en su libro Institución de la religión cristiana. En su breve capítulo sobre la oración, la describe como “el principal ejercicio de la fe”. En otras palabras, la oración es la expresión principal de la fe verdadera. Esto también significa que la falta de oración viene a ser un ateísmo práctico, pues refleja una falta de creencia en Dios.


Imagen: Lightstock.
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