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Dos funerales han sido inolvidables para mí: el de mi tío abuelo y el de mi abuela paterna. Ambas personas fueron muy queridas para mí e instrumentos que Dios usó para llevarme a Cristo. El funeral de mi abuela fue un tanto más privado, reservado para la familia y personas cercanas. Pero el de mi tío abuelo no fue así, todo lo contrario, y aquella ocasión despertó una reflexión en mi corazón.

Una vida bien vivida

El funeral de mi tío abuelo fue un evento público, que requirió varios servicios porque no podíamos acomodar a todos los asistentes en el recinto de nuestra iglesia local, donde él fue pastor en más de una oportunidad. Nos acompañaron centenares de personas que vinieron de todo el país, incluyendo a pastores en quienes dejó una huella durante sus años como profesor de seminario o a través de su consejo y mentoría. La procesión hacia el cementerio requirió intervención policial para detener el tráfico de la ciudad, a medida que aquel enjambre humano le escoltaba hacia su última morada de este lado del sol.

Hace unas semanas volví a ver las imágenes de esos días y volvieron a mi memoria recuerdos vívidos. Fue así como me escuché cantar, luego de tanto tiempo, el himno que entoné aquel día casi sin poder, con la voz entrecortada que contenía las lágrimas. Estoy casi segura de que muchos no lo conocen, es de otra generación. Se titula «Su voluntad da gozo».

Cuando morimos en Cristo, al cruzar el umbral de la muerte, quedamos libres de la presencia del pecado para siempre

Este himno acompañó a mi tío abuelo en sus últimos meses, impedido de caminar, con la mitad de su cuerpo paralizado. El hombre que había recorrido países llevando las buenas nuevas, el predicador de la voz fuerte, la sonrisa dulce y la risa contagiosa, el que sufrió prisión por causa del evangelio, nos pedía una y otra vez que cantáramos este himno, cuando él apenas podía hablar, menos cantar:

En Su creación Dios tiene un plan que reina;
Los astros por su senda van;
Él traza el curso de los grandes ríos;
Sé que para mí Él tiene un plan.

Pondré en las manos de Dios mi ser,
En Sus heridas yo puedo ver,
Promesas en la gloria que puedo tener,
Si la voluntad del Señor yo quiero hacer.
La incontable arena Él conoce,
Las olas guía con poder;
El viento sus deseos obedece,
Y las plantas hace florecer.

Su voluntad da gozo a la vida,
Es fuente de la bendición.
Si llega prueba dura y tan temida,
Él es quien da paz al corazón.

Y es que estas palabras describen muy bien su vida: una vida vivida para la gloria de Dios, gastada en los negocios de su Padre. Así lo corroboraron quienes una y otra vez compartieron testimonios sobre este siervo a quien el Señor rescató siendo un niño, en un pueblito pequeño. Aun en los días más oscuros, Él vivió con los ojos puestos en lo invisible, en lo eterno, amando a Cristo más que a todo.

Un funeral que celebre

Los funerales son un tema que no suele salir en muchas conversaciones. No creo recordar cuál fue el primero que presencié, pero sé que fue hace mucho tiempo. Sin embargo, con los años, he participado en varios, ya sea acompañando a otros en su dolor o estando entre los dolientes por la partida de un familiar, amigo o miembro de la familia de la fe. Cuando vi de nuevo el video del funeral de mi tío abuelo, pensé: «¿Cómo quisiera que fuera mi funeral?».

Tal vez esa pregunta jamás pasó por tu mente. Nos cuesta pensar en la muerte. Cuando considero la respuesta para mí, pienso que quisiera que fuera como el de mi tío abuelo, pero no por la multitud de personas que asistieron, ni por el número de servicios.

Los funerales nos causan tristeza porque la muerte es sinónimo de separación. Pero el funeral de un creyente es también un momento para dar gracias a Dios

Quisiera que mi funeral fuera como el de él por la huella que dejó; no a su nombre, sino al del Salvador para quien vivió. Un funeral donde los asistentes estén convencidos de que no hay mejor manera de vivir que cuando lo hacemos para la gloria de Aquel que nos dio la vida. Quisiera un funeral donde no haya luto, sino celebración al recordar las palabras del salmista: «Estimada a los ojos del SEÑOR / Es la muerte de Sus santos» (Sal 116:15).

Sí, los funerales nos causan tristeza porque la muerte es sinónimo de separación. La muerte entró al mundo como consecuencia del pecado y nos duele. Pero el funeral de un creyente es, al mismo tiempo, un momento para dar gracias a Dios. Darle gracias porque nos ha dado la esperanza de un cuerpo glorificado, el cual no sufrirá más los azotes de la enfermedad o el envejecimiento. Y lo mejor es que, cuando morimos en Cristo, al cruzar el umbral de la muerte, quedamos libres de la presencia del pecado para siempre:

Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad. Pero cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: «Devorada ha sido la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde, oh sepulcro, tu aguijón?». El aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado es la ley; pero a Dios gracias, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo (1 Co 15:53-57).

Un funeral que exalte a Cristo

No puedo saber quiénes estarán el día en que se celebre mi funeral, pero quisiera que fuera un día de proclamación de la esperanza que tenemos los creyentes.

Sé que, inevitablemente, en los funerales las personas rememoran la vida de aquel de quien se despiden. Así que quisiera que en mi funeral pudieran recordar a alguien que vivió para hacer la voluntad de Dios, para deleitarse en Él y descansar en Su plan soberano en todo momento porque, como muy bien dice el himno que mencioné, «Su voluntad da gozo a la vida» (cp. Ro 12:2).

Pero, sobre todo, quisiera que en el día de mi funeral Cristo sea exaltado, porque los que mueren en Él no mueren para siempre, sino que un día regresaremos con Él a la vida, quien dijo de Sí mismo: «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en Mí, aunque muera, vivirá» (Jn 11:25).

Y tú, ¿cómo quisieras que fuera tu funeral?

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