“¡Cuán preciosas son Tus moradas, Oh SEÑOR de los ejércitos!”, Salmos 84:1.
Los tiempos de enfermedad son muy difíciles. De por sí uno se encuentra debil físicamente; cansado quizá por no haber dormido bien y en ocasiones con fiebre. Estos afectan nuestra percepción de las cosas.
Si agregamos a esto las circunstancias externas de estar solo por largo tiempo porque los demás se van a la escuela, trabajo o iglesia, las horas se llegan a sentir interminables. Y luego si agregamos a esta “combinación perfecta” el aspecto espiritual de pensamientos, ideas, y recuerdos de reclamos, acusaciones y criticas, etc.
En medio de este asalto a nuestra vida emocional, física y espiritual que es imprescindible a lo largo de esta “noche oscura” hablar a nuestra alma las verdades del evangelio. Es mantenernos firmes en nuestras convicciones, realidades, beneficios e implicaciones de estar “en Él”, independientemente de nuestros pensamientos o sentimientos, y ajustándolos a la realidad objetiva de Su Palabra.
Por eso el salmista en otro lugar dice, “¿Por qué te abates, alma mía, y te turbas dentro de mí? Espera en Dios, porque aún he de alabarlo, ¡salvación mía y Dios mío!”
(Sal. 42:5).
En ambos salmos, el salmista recuerda la bendición de la comunidad de fe y anhela una vez más estar “entre familia” para encontrar en ella la bendición y regalo de Dios para Sus hijos. Pero cuando las circunstancias no lo permiten, necesitamos también “morar” en estas verdades y habitar por un tiempo en ellas. A la luz de la obra de Cristo en la cruz del Calvario en nuestro favor, recordar que soy profundamente amado y que nada me separá de su amor. Que soy completamente perdonado y que nada que haya hecho o haré cambia esta realidad; que soy completamente aceptado no por lo que haga, pero por lo que Él ha hecho. Y que soy eternamente agradecido.
Es al “morar” en Su presencia agradecido por Su provisión que Su Espíritu, en Su gracia, trae tiempos de refrigerio a nuestra vida.
Piensa en esto y encuentra tu descanso en Él.