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Servir a la generación joven es una oportunidad de suma importancia para la Iglesia. A la vez, representa un reto extraordinario, debido al tipo de generación que se levanta, dominada por el relativismo moral y narcisismo, que cuestiona todo y no cree nada.

Una investigación realizada por la agencia noticiosa RT en 2015 describe a los millennials como “idealistas, impacientes, y bien preparados académicamente”. En el estudio, “los investigadores destacan entre sus características la falta de madurez, el individualismo, altas expectativas, la confianza en sí mismos, una autoestima inflada, y la necesidad de comodidad. Pero al mismo tiempo, también subrayan rasgos como la capacidad de adaptarse a nuevas condiciones y cambiar de hábitat y de trabajo, así como la de crecer rápidamente y resolver varios problemas simultáneamente”.

Además, apunta: “La generación (del milenio) se compone de este tipo de personas que quieren todo a la vez. No están dispuestos a soportar un trabajo poco interesante y rutinario, no quieren dejar las cosas buenas para luego”. El estudio subraya también aspectos positivos al indicar que “lo que sí quieren es dejar su huella en la historia, vivir una vida interesante, formar parte de algo grande, crecer y desarrollarse, cambiar el mundo que les rodea, y no solo ganar dinero”.

Si sirves en el ministerio juvenil, cuando lees informes de esta naturaleza casi te sientes acobardado. Al mismo tiempo, hay tristeza y pesar por la condición pecaminosa de la juventud, pues sabes que no son más que “ovejas sin pastor” (Mt. 9:36) rumbo al despeñadero.

Es todo un desafío lidiar con una generación con estas características. Sin embargo, si bien no tenemos fuerzas en nosotros mismos para lograr cambiar sus corazones, sí las hay en el Dios que se hizo carne y vivió entre nosotros, el mismo que, en su humanidad, murió por el pecador y resucitó, sellando la redención.

Nosotros conocemos una verdad que el estudio no menciona, y es que esta generación sin Cristo está muerta en sus delitos y pecados (Ef. 2:1), y esa condición la hace objeto de la ira de Dios (Jn. 3:36), lo que implica que pasarán la eternidad en el infierno. ¡Pensar eso debe estremecernos!

Sin embargo, la buena noticia es que Cristo nos ha dejado lo único que puede transformar al hombre y darle vida en medio de mortandad y condenación eterna: el evangelio. Ese mensaje no cambia para la generación joven.

Cristo nos ha dejado lo único que puede transformar al hombre y darle vida en medio de mortandad y condenación eterna: el evangelio.

El apóstol Pablo, bajo la inspiración del Espíritu, expresó: “Porque no me avergüenzo del evangelio, pues es el poder de Dios para la salvación de todo el que cree, del Judío primeramente y también del Griego” (Ro. 1:16). Pablo no se avergüenza del evangelio por una razón: es poder de Dios. Y ese poder desplegado tiene un propósito: la salvación de todo aquel que cree.

Desde la Caída (Gn. 3), el corazón del hombre nunca ha variado, aunque sus expresiones pecaminosas sí. En ese sentido, puede ser que, como a mí, te intimide tener que responder preguntas y lidiar con el corazón de un joven de esta época. Pero el evangelio no se amedrenta por la dureza del corazón del pecador, pues es poder de Dios para salvar. El mismo Dios que hizo de la nada todo lo que existe, es quien por su Espíritu nos resucita a vida espiritual en Cristo.

El evangelio, entonces, es fundamental. Estoy convencido de que el evangelio debe ser central en el ministerio juvenil.

El ministerio juvenil se centra en el evangelio

Si el ministerio juvenil se trata de acompañar a jóvenes hasta llegar a su madurez en Cristo, entonces no tenemos que reinventar la rueda. El llamado de Cristo fue fuerte y claro: Mientras van, hagan discípulos, enseñándoles que obedezcan lo que les he mandado (Mt. 28:19-20).

Incontables iglesias han manejado el concepto equivocado de que el ministerio de jóvenes es creatividad para entretener, cuando en realidad tiene que ver con un sacrificio de amor para transformar. Esa transformación viene por medio de la proclamación del evangelio. Ese es el claro objetivo. Si el objetivo es claro, el camino se podrá trillar con mejor visión.

No intento decir que debes evitar ser creativo en tu ministerio. Más bien lo que deseo comunicar es que la transformación de la vida de los jóvenes tiene su garantía en la proclamación del mensaje del evangelio, tanto a inconversos para salvación, como a salvos para santificación. Como dijo una vez el Dr. Tim Keller: “El evangelio no es el ABC de la vida cristiana, sino el A hasta la Z de la vida cristiana”.

El evangelio se centra en Jesucristo

Imagina a alguien en agonía. Una persona que está viviendo sus últimas horas porque está condenada a morir. Así que decide escribir una carta a un amigo. El destinatario elegido es alguien importante, sin duda. Cada palabra se escribirá con cuidado. No es una publicación en Facebook. Va a trasmitir lo esencial. Lo más importante.

Algo así ocurrió con el apóstol Pablo al escribir su última carta. No quiere dejar de decirle a su hijo en la fe, Timoteo, algo sumamente importante: “Acuérdate de Jesucristo” (2 Ti. 2:8).

El punto de esta exhortación es que Cristo fue levantado de los muertos, y al recordar eso, Timoteo debía ser estimulado a enfrentar cualquier adversidad, aun la muerte.

Tristemente, hemos comprado la falsa idea de que lo que necesitan nuestros jóvenes es simplemente pasarla bien. Por lo tanto, nuestros ministerios juveniles tienen que competir con el entretenimiento del mundo, así que priorizamos la producción de un extraordinario programa, relegando la enseñanza de la Palabra a un segundo o tercer plano. No me malentiendas, es importante invertir tiempo en un buen programa juvenil, ¡pero nunca negociando los tiempos en que se enseña la Palabra de Dios y se proclama el evangelio!

Es importante invertir tiempo en un buen programa juvenil, pero nunca negociando los tiempos en que se enseña la Palabra de Dios y se proclama el evangelio.

Recordar a Jesucristo es tener presente el evangelio en todo lo que hacemos. El ministerio juvenil no puede ser distinto. Y esta es la razón: no ganaremos a esta generación con un buen programa, dinámicas espectaculares, bienvenidas cálidas, y una charla motivacional con un toque de comedia. ¡No! Necesitamos poder de Dios, necesitamos el evangelio. Por tanto, debemos recordar siempre a Jesucristo y su evangelio.

Una llamada de atención

No quiero terminar este escrito sin resaltar una verdad trascendental. El líder juvenil, ya que tiene la tarea de servir en la enseñanza a los jóvenes, debe haber sido y estar siendo transformado por el evangelio.

Inicié en el ministerio juvenil a temprana edad con un grupo pequeño de discipulado en el colegio, poco tiempo después de ser alcanzado por el evangelio a mis quince años. A los veinte tuve el privilegio de comenzar a servir en el ministerio de una denominación en mi país cuyo propósito era entrenar a líderes juveniles de las iglesias de esa denominación. Lo hice por unos ocho años.

Amaba y servía al Señor apasionadamente. En esa búsqueda me expuse a predicadores por medio de la televisión e Internet, y para ser sincero, algunas de ellas no me hicieron mucho bien. Pero Dios tuvo misericordia y por medio de su Palabra experimenté un avivamiento personal. Vi la relevancia del evangelio, y comprendí que he sido llamado a, simplemente, proclamar ese mensaje.

El tema que debe transformar, apasionar, conducir, inspirar, y motivar al líder juvenil es el evangelio. El líder de jóvenes debe haberlo experimentado, estudiado, y ser capaz de articularlo. Aún más, debe estar comprometido al cien en proclamarlo. El evangelio debe ser el eje alrededor del cual gira toda su enseñanza. Por tanto, Jesús es la persona más importante para el líder juvenil.

No se trata de crecer los dones o ganar experiencia ministerial. Mucho menos de usar el grupo de jóvenes como escalón para ser catapultado al ministerio. La meta es agradar a una persona: Jesús, nuestro salvador. El líder de jóvenes es un individuo fervoroso por amar y proclamar a Jesús y su mensaje.

Así que el ministerio juvenil existe para proclamar el evangelio, proveyendo enseñanzas que suplen las necesidades de esta generación. El líder juvenil está llamado a pasar el mismo mensaje que ha recibido: el evangelio (1 Co. 15:3-4), no como un mero intermediario, sino como uno que ha sido transformado por su poder. Y su figura céntrica, Cristo, debe estar presente en todo, incluyendo la planificación de cada detalle.


Imagen: Lightstock.
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