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Salmos 23-30 y Juan 5-6

El Señor es mi luz y mi salvación;
¿A quién temeré?
El Señor es la fortaleza de mi vida;
¿De quién tendré temor?

(Salmos 27:1)

Un amigo cristiano coreano que estudiaba conmigo durante mis años de maestría, me dijo un día que esa mañana había estado orando al Señor para que le ayude a mejorar su inglés. Después de una pausa, me dijo confiadamente que el Señor ya le había respondido cuando leyó en el famoso salmo 23: “El Señor es mi pastor, Nada me faltará” (Sal. 23:1). Como yo estaba en clases con él, compartía plenamente la necesidad de su petición y también la confianza que podemos tener en el Señor, quien nos ayuda a solucionar nuestros dilemas en toda su variedad y extensión, en cada período de nuestras vidas.

Pero también es evidente que solo cuando somos capaces de mirar en perspectiva, desde la distancia y cuando ya la situación difícil se ha enfriado, es cuando podemos entender lo que parecía inentendible o simplemente imposible en su momento. Yo suelo marcar con fecha los pasajes bíblicos significativos que marcan momentos importantes de mi vida, y en la lectura de hoy me encontré con un pasaje al que le había puesto una marca con una fecha de hace más de 30 años atrás.

Al recordar la situación por la que pasaba en esa época, un escalofrío recorrió mi cuerpo. Por un instante viajé en el tiempo y me ubiqué en esos inquietantes momentos de mi existencia. Pero, un segundo después, mi corazón se volvió a conmocionar al ubicarme nuevamente frente al computador al escribir esta reflexión. Más de 30 años pasaron en un santiamén y solo pude compartir con David: “Canten alabanzas al Señor, ustedes Sus santos, Y alaben Su santo nombre. Porque Su ira es sólo por un momento, Pero Su favor es por toda una vida. El llanto puede durar toda la noche, Pero a la mañana vendrá el grito de alegría” (Sal. 30:4-5). Su presencia estuvo conmigo en esos momentos y aún permanece misericordiosamente acompañándome hasta este mismísimo día. Y mi confianza radica en su promesa de permanecer conmigo todos los días de mi vida y hasta la eternidad.

Lamentablemente, muchos de nosotros hemos sido enseñados religiosamente a buscar los “autógrafos de Dios”. Los autógrafos son firmas ininteligibles de personas a las que poco o nada conocemos, y que están llenas de frases típicas que no tienen la más mínima relación con la vida del receptor. Por ejemplo, si un jugador de fútbol estampa su firma en una pelota, de seguro esa pelota nunca más volverá a ser usada como tal, pierde su razón de ser, cambia su naturaleza. Se convierte en un trofeo y no es más un instrumento de placer deportivo.

Por otro lado, un autógrafo se consigue sin que siquiera el dador de la firma nos haya mirado una sola vez a los ojos y, por supuesto, sin que vaya a tener el más mínimo recuerdo de nuestras vidas. Cuando era niño me topé con el famoso Chavo del 8 y todo el vecindario en un hotel. Recuerdo que me obligaron a acercarme a un caballero que, por supuesto, no hubiera reconocido si no fuera porque me dijeron que era él. Yo fui nervioso con una servilleta y un lapicero a buscar el consabido autógrafo. Casi sin mirarme garabateó algo ininteligible con las palabras “El Chavo” al final. Bueno, esa servilleta nunca más se usó como tal, el autógrafo sirvió para jactarme con mis amigos durante unos días… luego perdí la servilleta, crecí, y nunca más me acordé de ese encuentro hasta ahora que vuelvo a escribir de él. Y claro, en las memorias del Chavo no aparece ningún capítulo en donde habla del niño nervioso que le pidió un autógrafo en un hotel.

Sinceramente, no creo que sea muy trascendente pasar por las diferentes etapas de nuestra vida tratando de sacarle un autógrafo a Dios. La verdad es que nuestra existencia demanda un poco más que una firma ininteligible en una prenda que nunca servirá para nada más que para recordar un hecho efímero que no llegó a impactar nuestra vida real.

Los buscadores de autógrafos divinos andan recorriendo iglesias, ministros, ministerios, encuentros, retiros, y demás lugares religiosos tratando de obtener un pequeño recuerdo de Dios, pero sin importarles mucho tener un encuentro profundo con Dios que le dé significado o consuelo a sus propias vidas.

En el lado opuesto a esos cazadores de autógrafos están los personajes que, en la Biblia, apreciaron y utilizaron algo a lo que denominaremos marcas de gratitud. Abraham levantó altares en los diferentes lugares en donde se le apareció el Señor, Jacob tomó una piedra y marcó el lugar en donde tuvo la visión de la escalera al cielo cuando huía de la ira de su hermano, Moisés compuso un cántico de alabanza y gratitud para con Dios cuando Israel fue salvado milagrosamente del ejército egipcio, y en las Escrituras encontramos muchos más ejemplos como estos.

Los salmos de David son las marcas de gratitud del rey hebreo que le permiten recordar el pasado y hacerse fuerte para enfrentar el futuro. Ustedes podrán notar que sus palabras tienen un profundo y distintivo corte personal, ya que David cantaba de lo que le estaba pasando, de su propia coyuntura, de sus lacerantes dolores, sus profundas alegrías y sus más sinceras experiencias. Justamente, la universalidad del canto de David es producto de su origen real con el que todos podemos identificarnos.

Es posible que tengas álbumes de fotos y archivos en tu computador con tomas de tu graduación, tu matrimonio, algún viaje especial, recortes de diarios, alguno que otro diploma, tarjetas de saludos, estampillas; en fin, mil y un recuerdos que te remontan a un pasado dichoso y del que orgullosamente no te quieres olvidar, y seguro que lo atesoras porque quieres mostrárselo a los demás. Pero, ¿cómo podemos mostrar las grandes lecciones de la vida? ¿Qué de los momentos en que tuviste que demostrar que fuiste más fuerte que las circunstancias? ¿Con qué cámara pudiste dejar impresas imágenes de tus encuentros con el Señor en el devenir de la vida? ¿Existen imágenes que demuestran que no estuviste solo en ese momento de quebranto porque el Buen Pastor estuvo contigo?

Nuestra memoria es frágil y somos propensos a hacer pequeñas “modificaciones” a nuestros archivos mentales cuando solo descansamos en nuestra capacidad de recordar los momentos. Las marcas de gratitud permiten que podamos mirar con sinceridad el pasado, aun por más doloroso que este haya sido, como lo hizo David, cuando dejó grabado lo siguiente: “Vuélvete a mí y tenme piedad, Porque estoy solitario y afligido. Las angustias de mi corazón han aumentado; Sácame de mis congojas. Mira mi aflicción y mis trabajos, Y perdona todos mis pecados” (Sal. 25:16-18).

Pero David no se quedó solo con una radiografía de su realidad pasada, porque las marcas de gratitud también son la posibilidad de mantener una memoria fresca de la intervención y la presencia de Dios en el pasado. Él dijo: “Te ensalzaré, oh Señor, porque me has elevado, Y no has permitido que mis enemigos se rían de mí. Oh Señor, Dios mío, A Ti pedí auxilio y me sanaste” (Sal. 30:1-2).

En el mismo sentido, las marcas de gratitud aseguran nuestro presente y orientan nuestro futuro con testimonio vivo y comprobado que viene desde nuestro pasado. Una vez más, David dice: “Cuando los malhechores vinieron sobre mí para devorar mis carnes, Ellos, mis adversarios y mis enemigos, tropezaron y cayeron. Si un ejército acampa contra mí, No temerá mi corazón; Si contra mí se levanta guerra, A pesar de ello, yo estaré confiado… Porque en el día de la angustia me esconderá en Su tabernáculo; En lo secreto de Su tienda me ocultará; Sobre una roca me pondrá en alto” (Sal. 27:2-3,5).

Las marcas de gratitud no son oportunidades para el orgullo o la vanagloria. No tienen como propósito el mostrar nuestra superioridad espiritual o lo contundente de nuestro testimonio. Si fuera así, no las llamaríamos de “gratitud” sino de “recompensa”, ya que serían, más bien, los hechos conquistados por méritos propios. Por el contrario, las marcas de gratitud son las enseñanzas y las intervenciones que nuestro Señor nos ha ido dejando de manera práctica en nuestras vidas producto de nuestra necesidad de Él y nuestra búsqueda consciente de su voluntad.

Las marcas de gratitud serán un poderoso instrumento que llenará de gratitud nuestros corazones al refrescar nuestras mentes con las obras y las palabras de Dios en nuestras vidas. Cada salmo de David es un testimonio fidedigno de las “luces y sombras” de una vida tan humana como la nuestra. Pero además, estos salmos son la manifestación viva de un hombre que recorrió los senderos de la vida de la mano de un Dios Todopoderoso. Su testimonio de gratitud es evidente con estas palabras: “El Señor es mi pastor… En lugares de verdes pastos me hace descansar; Junto a aguas de reposo me conduce… Aunque pase por el valle de sombra de muerte, No temeré mal alguno, porque Tú estás conmigo; Tu vara y Tu cayado me infunden aliento” (Sal. 23:1-2,4).

Un milenio después de David nos encontramos con un paralítico sin nombre, postrado por casi cuatro décadas y en la espera de un milagro frente a un estanque en Betesda. Al parecer el paralítico no conocía al famoso y popular Jesús, pero el Maestro sí lo conocía a él. Ese hombre tenía demasiados años postrado como para saber lo que sucedía más allá de su dolor y quebranto. Aun cuando Jesús le preguntó si quería ser sano, su respuesta no fue una afirmación decisiva, sino una esperanza tímida en un evento casi mágico. Así somos los seres humanos, poco sabemos de lo que realmente necesitamos y por eso nos conformaríamos con un autógrafo o un selfie del Señor. ¡Pero el Señor levantó a este hombre y él volvió a caminar!

Lo que el evangelio nos enseña es que cuando Jesús viene a nuestra vida, es para dejar una marca indeleble de gratitud en nuestro corazón porque solo Él hará lo que para nosotros era imposible de lograr por nosotros mismos. ¿Qué es eso que solo Él puede hacer? Pues que Jesucristo es el único que puede sacarnos de nuestro estado de postración y muerte, para darnos una vida que trasciende a esta vida temporal y se emplaza en la eternidad con Dios.

Así lo dijo Jesús y por eso todos los cristianos nacidos de nuevo tenemos esa gran marca de gratitud en nuestro corazón: “Y esta es la voluntad del que me envió: que de todo lo que El me ha dado yo no pierda nada, sino que lo resucite en el día final. Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo aquel que ve al Hijo y cree en El, tenga vida eterna, y yo mismo lo resucitaré en el día final” (Jn. 6:39-40).

Marca con gratitud la salvación que solo el Señor Jesucristo, por su obra, pudo haberte dado por su sola misericordia. Cántalo, testifícalo y márcalo en tu vida porque cambió tu pasado, impacta tu presente y tu futuro está asegurado.


Imagen: Lightstock.
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