El pastor John Piper recibe preguntas de algunos oyentes de su pódcast Ask Pastor John. A continuación está una de esas preguntas y su respuesta.
Cuando se trata del diablo, surgen muchas preguntas que debemos enfrentar. A lo largo de los años, en nuestro pódcast, hemos abordado varias de ellas: ¿Satanás es real? ¿Es poderoso? ¿De dónde vino? ¿Cómo pecó por primera vez? ¿Tiene límites? ¿Puede devorar a los verdaderos cristianos? ¿Puede enfermarnos físicamente? ¿Cómo luchamos contra él? La gran cantidad de preguntas sobre este tema nos demuestra cuánto hay por preguntar y responder sobre el ámbito demoníaco.
Hoy tenemos una pregunta sobre un texto de nuestra lectura bíblica, Efesios 6:12, que nos dice que «nuestra lucha no es contra carne y sangre». Entonces, ¿cómo aplicamos esto cuando parece que nuestros enemigos son únicamente personas de carne y sangre, gente que nos causa dolor relacional, emocional, físico o mental? Este es el correo que recibimos:
Pastor John, hola y gracias por atender mi pregunta sobre Efesios 6:12. El pasaje nos recuerda que «nuestra lucha no es contra carne y sangre», sino contra fuerzas espirituales en las regiones celestiales. En la vida real, ¿cómo aplicamos esto al enfrentar luchas tangibles y cotidianas —ya sean relacionales, emocionales o mentales— donde las personas involucradas parecen ser el problema? Cuando nos sentimos atacados por las palabras o acciones de otros, ¿cómo discernimos las raíces espirituales del conflicto, especialmente cuando se siente tan personal? ¿Cómo respondemos de una manera que refleje el amor y la verdad de Cristo, sin tratar a los demás como si fueran el enemigo? ¿Cómo peleamos batallas invisibles mientras lidiamos con las consecuencias visibles en nuestras relaciones, trabajo y vida personal? Y ¿cómo encontrar el equilibrio en todo esto, sin ver demonios al acecho en cada esquina ni reducir cada tensión a un simple conflicto interpersonal? ¿Cómo mantenemos ese equilibrio?
Esta pregunta no es para nada teórica. Surge directamente de Efesios 6 y exige nuestra atención. Es una buena pregunta; me gusta mucho esta clase de preguntas. La cuestión es esta: ¿Acaso no luchamos también contra adversarios humanos, además de los adversarios sobrenaturales y demoníacos? Este es el texto que plantea el dilema:
Revístanse con toda la armadura de Dios para que puedan estar firmes contra las insidias del diablo. Porque nuestra lucha no es [y aquí es donde surge el problema] contra carne y sangre, sino contra principados, contra potestades, contra los poderes de este mundo de tinieblas, contra las fuerzas espirituales de maldad en las regiones celestes (Ef 6:11-12).
La pregunta es, cuando Pablo dice: «No luchamos contra carne y sangre, sino contra poderes demoníacos», ¿quiere decir que no hay lucha con el pecado humano: el pecado en nuestra familia, en nuestros compañeros o en nuestros adversarios religiosos? ¿Quiere decir que las personas no nos causan ningún problema y que solo los demonios son los responsables?
Lo humano vs. lo demoníaco
La expresión «carne y sangre» normalmente se refiere a los seres humanos en su condición natural, aparte de la realidad divina o demoníaca. Por ejemplo, cuando Pedro identifica a Jesús como el Mesías, Jesús le responde: «Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo reveló carne ni sangre, sino Mi Padre que está en los cielos» (ver Mt 16:17). En otras palabras, el simple pensamiento o sentimiento humano no puede, por sí solo, comprender esa realidad sin la ayuda divina. Dios te dio esta sabiduría, no la carne y la sangre; es decir, no tu propia humanidad.
Por lo tanto, cuando Pablo dice que no luchamos contra carne y sangre, la expresión se refiere a los seres humanos siendo contrastados con la realidad sobrenatural de los demonios.
Pero ¿qué hay del hecho de que Pablo sí tuvo adversarios humanos reales que amenazaron su fe, la fe de sus iglesias y su propia vida? Por ejemplo, él afirma: «Porque se me ha abierto una puerta grande para el servicio eficaz, y hay muchos adversarios» (1 Co 16:9). Muchos adversarios. Tenemos un ejemplo de quiénes son. Pablo los describe en 2 Corintios 11:13-15:
Porque los tales son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Cristo. Y no es de extrañar, pues aun Satanás se disfraza como ángel de luz. Por tanto, no es de sorprender que también sus ministros [y aquí hablamos de ministros humanos] se disfracen como ministros de justicia. El fin de ellos será conforme a sus obras.
Es más que evidente, y todos lo saben, que Pablo tuvo que lidiar con adversarios humanos reales. Nosotros también los tenemos. Pablo es insultado, perseguido, calumniado, golpeado, azotado, encarcelado, abandonado y traicionado. Y todos los que le causan ese sufrimiento son seres humanos, ¿no es así? Pero no solo él lo experimenta, sino que también instruye a Timoteo y a Tito para que reprendan a quienes persisten en el pecado o socavan la fe y la unidad de la iglesia (1 Ti 5:20; Tit 1:13; 2:15). Así que ellos también tienen adversarios reales.
Ahora, volvamos a Efesios, el mismo libro donde Pablo dice que no lucha contra carne y sangre. En Efesios 4:13-14, leemos que debemos buscar la madurez para que ya no seamos «llevados de aquí para allá por todo viento de doctrina, por la astucia de los hombres, por las artimañas engañosas del error». Esa expresión, «artimañas engañosas», es muy parecida a la que usó para las «insidias del diablo», solo que aquí se atribuye a la astucia de los hombres. De modo que Pablo afirma explícitamente que una de las cosas contra las que debemos luchar, enfrentar y protegernos son las artimañas y la astucia, que no solo son demoníacas, sino también humanas. Él mismo las llama humanas.
Adversidad humana, diseño satánico
De hecho, me atrevería a decir que, para Pablo, no existe pecado humano que no esté también influenciado por Satanás y sus fuerzas. En otras palabras, no creo que sea útil intentar separar completamente la maldad humana de la maldad demoníaca como si fueran dos cosas distintas. Siempre están entrelazadas.
Consideremos Efesios 2:1-3: «Ustedes… estaban muertos en sus delitos y pecados, en los cuales anduvieron en otro tiempo según la corriente de este mundo». Detengámonos aquí. «Según la corriente de este mundo». Esto significa que, antes de convertirnos a Cristo, vivíamos en sintonía con el espíritu de nuestra época. Ahora, observemos cómo Pablo describe esa condición:
…conforme al príncipe de la potestad del aire [ese es Satanás], el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia. Entre ellos también todos nosotros en otro tiempo vivíamos en las pasiones de nuestra carne, satisfaciendo los deseos de la carne y de la mente.
Así que hay tres maneras de describir a cualquier ser humano que vive apartado de Cristo: (1) está en sintonía con el espíritu de este siglo; (2) sigue al príncipe de la potestad del aire, el diablo; y (3) actúa para satisfacer los deseos de su cuerpo y de su mente. Esto último suena mucho a «carne y sangre», y lo es. La carne y la sangre, sin Cristo, siempre están bajo la influencia del espíritu de este siglo, bajo el dominio del príncipe de la potestad del aire y actuando según sus propios deseos carnales y mentales. Por lo tanto, en cierto sentido, no hay una separación real en nuestra guerra: la lucha contra la pecaminosidad humana y la lucha contra las artimañas demoníacas se superponen; están entrelazadas.
La lucha contra la pecaminosidad humana y la lucha contra las artimañas demoníacas están entrelazadas
Veamos un ejemplo en 2 Corintios 2:10-11: «Pero a quien perdonen algo» —dice Pablo— «yo también lo perdono… para que Satanás no tome ventaja sobre nosotros, pues no ignoramos sus planes», sus insidias. ¿A qué plan satánico se refiere? A que no ignoran el plan de Satanás de destruir una comunidad cuando sus miembros se niegan a perdonarse unos a otros.
En otras palabras, cuando una persona de carne y sangre peca contra nosotros, nos vemos en una situación donde debemos librar una guerra espiritual contra la obra satánica que busca destruir a la comunidad. Sentimos la tentación de no perdonar y guardar rencor. Esa es una oposición humana, de carne y sangre, pero también es un plan satánico para destruir la iglesia. Así, aunque el adversario visible sea la persona que pecó contra nosotros y a quien debemos perdonar, el diseño detrás de todo es satánico.
La verdadera lucha
Entonces, a la luz de todo esto, así es como entiendo Efesios 6:12. Cuando el texto dice: «No luchamos contra sangre y carne, sino contra las [fuerzas demoníacas]», creo que Pablo quiere decir esto: nuestra lucha nunca es contra simple carne y sangre, contra simples seres humanos. La oposición que enfrentamos en este mundo siempre es más grande que eso.
Cuando estamos ante un incrédulo, según 2 Corintios 4:4, nos encontramos ante alguien que no solo está sumido en la oscuridad de su propia depravación, sino que también ha sido cegado por «el dios de este mundo». Esto no ocurre a veces; ocurre siempre. Las dos realidades van de la mano. Por eso, cuando Jesús comisionó a Pablo para su ministerio evangelístico, le dijo: «Yo te envío, para que abras sus ojos, a fin de que se conviertan de las tinieblas a la luz, y del dominio de Satanás a Dios, para que reciban, por la fe en Mí, el perdón de pecados y herencia entre los que han sido santificados» (Hch 26:17-18).
Siempre estamos lidiando con dos frentes: la oscuridad del pecado y la esclavitud de Satanás. La buena noticia es que, con la muerte de Cristo, se ha pagado el precio por el perdón de esos pecados y se ha quebrado el poder condenatorio del diablo, pues ya no tiene ninguna acusación válida contra nosotros en el tribunal del cielo. Somos justificados por Dios a través de Cristo. Por lo tanto, vistámonos con toda la armadura de Dios. Eso es lo que nos corresponde hacer: ponernos la armadura completa y avanzar en victoria, por el poder del evangelio y del Espíritu.