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Crecí en la iglesia evangélica desde los 12 años de edad. Siempre me llamó la atención la importancia que se le daba al Antiguo Testamento. Crecí escuchando más pasajes del Antiguo Testamento que del Nuevo. Quizá debido a que es fácil relacionarse con las historias del Antiguo Testamento, mientras que las epístolas del Nuevo se veían como frías o muy doctrinales. La verdad es que me encantaba escuchar esos mensajes que nos instaban a ser como Abraham, Moisés, o David.

Mientras estudiaba las doctrinas reformadas, comencé a fascinarme con las epístolas de Pablo. La claridad de la justificación, y la centralidad de Cristo, provocó en mi vida una inclinación desproporcionada hacia el Nuevo Testamento. Pero mientras más estudio la Biblia y comprendo la importancia de la teología bíblica del Antiguo Testamento, cada vez más lo incluyo en mi dieta de lectura y en la rotación de la predicación en nuestra iglesia.

Deseo animar a pastores jóvenes, o a aquellos que están entrando al mundo reformado, a que incluyan el Antiguo Testamento en la comida regular de su congregación. Recordemos que la Biblia de los apóstoles era el Antiguo Testamento. Por consiguiente, Jesús y el evangelio laten en cada una de las páginas de estas antiguas Escrituras. En el camino a Emaús, Jesús dice a dos discípulos que el Antiguo Testamento era acerca de Él (Lc. 24:44).

El ejemplo de Israel

Pero no solo eso, Pablo nos anima a mirar al ejemplo de Israel para aprender de ellos y no caer en las mismas tentaciones. Así dice 1 Corintios 10:1-6:

“Porque no quiero que ignoréis, hermanos, que nuestros padres todos estuvieron bajo la nube, y todos pasaron por el mar; y en Moisés todos fueron bautizados en la nube y en el mar; y todos comieron el mismo alimento espiritual; y todos bebieron la misma bebida espiritual, porque bebían de una roca espiritual que los seguía; y la roca era Cristo. Sin embargo, Dios no se agradó de la mayor parte de ellos, pues quedaron tendidos en el desierto. Estas cosas sucedieron como ejemplo para nosotros, a fin de que no codiciemos lo malo, como ellos lo codiciaron”.

¿Por qué se menciona que el pueblo de Israel eran los padres de los corintios? Sabemos que en Corinto había creyentes gentiles; por ende vemos que ahora la Iglesia es Israel, y continúa el plan de Dios para su pueblo. Observamos también que Cristo estaba con Israel de diferentes formas. El ejemplo mencionado sucede en Éxodo 17, cuando el pueblo bebe de la peña de Horeb. Cristo es el agua que el pueblo de Dios necesita.

Es importante señalar que esto sucedió para nuestro ejemplo, para que no pequemos como ellos lo hicieron. Esto mismo lo vemos claramente en toda la carta a los Hebreos. En la misma, el autor apunta conscientemente al endurecimiento del pueblo de Dios en Éxodo 17 como un ejemplo que no debemos seguir.

“Porque somos hechos partícipes de Cristo, si es que retenemos firme hasta el fin el principio de nuestra seguridad. Por lo cual se dice: ‘Si ustedes oyen hoy su voz, no endurezcan sus corazones, como en la provocación’”, Hebreos 3:14-15.

El viaje a una nueva tierra

¿Porque el Nuevo Testamento nos apunta al ejemplo del pueblo de Israel? Porque tanto el pueblo de Israel como la Iglesia de Cristo son peregrinos en camino hacia una Tierra Prometida. Lo que Pablo nos dice en 1 de Corintios 10, y lo que el autor de Hebreos nos anima a ver, es que tanto los judíos en el desierto como la Iglesia estamos en una trayectoria similar. Así que observamos a Israel para aprender de sus errores.

Muchas veces juzgamos a Israel por sus errores. Decimos: “Luego de ver el Mar Rojo abierto, ¿cómo es que dudaron de Dios tres días después, en Mara? ¿Cómo pocos días después rogaron a Dios porque no tenían qué comer? ¿Cómo luego de que Dios supliera agua y maná volvieron a dudar en Meriba?”. Quizá pensamos que si nosotros hubiéramos visto el Mar Rojo abierto, no dudaríamos. Hay un problema con pensar así: tú y yo tenemos algo mejor que el milagro del Mar Rojo. Tenemos una tumba vacía, tenemos un redentor crucificado por nuestros pecados quien venció la muerte. Por eso es que al autor de Hebreos nos dice:

“Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, quien por el gozo puesto delante de El soportó la cruz, despreciando la vergüenza, y se ha sentado a la diestra del trono de Dios”, Hebreos 12:2.

Si no queremos cometer los errores de los israelitas en el desierto, entonces no quitemos la mirada de Jesús. Cuando ellos dudaban, solo tenían que abrir sus tiendas y mirar la columna de nube de día o de fuego de noche. Eso representaba la misma presencia de Dios.

La meta de todo: Cristo

¿Y nosotros? Nosotros miramos a Cristo; a Dios mismo. Cuando miramos a la cruz, nuestros corazones deben llenarse de fe y no endurecerse.

No cometamos los mismos errores del pueblo israelita: queja, murmuración, desconfianza de líderes calificados, incredulidad. De estos pecados tenemos que estar pendientes y alertas. No endurezcamos nuestro corazón, o no entraremos al descanso. Todas estas cosas son síntomas de incredulidad, de dudar de Dios. Solo mirando a Jesús, el autor y consumador de la fe, nuestros corazones creerán y continuarán en esta peregrinación, la cual tiene una meta: la presencia de Dios por la eternidad. Caminemos y no dudemos, mirando a Jesús.


Imagen: Lightstock
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