A estas alturas de mi vida, he escuchado más de 2500 sermones dominicales. Es una lección de humildad comparar todo lo que he olvidado de esos mensajes con lo que recuerdo (la diferencia es abismal). Imagino que no soy el único que se siente así.
Pero algunos sermones, por la gracia de Dios, siguen predicando mucho después de haber sido predicados por primera vez. Escuché uno de esos sermones el 14 de febrero de 2010. Mi pastor y amigo, C. J. Mahaney, estaba exponiendo los dos primeros versículos de Judas:
Judas, siervo de Jesucristo y hermano de Jacobo, a los que son llamados, amados en Dios Padre y guardados para Jesucristo: Sea multiplicada en ustedes la misericordia, la paz y el amor (Jud vv. 1-2).
Judas es una de las cartas más cortas del Nuevo Testamento, así que cuando oí que C. J. iba a predicar sobre ese libro, supuse que sería un sermón de un solo domingo, o quizá dos. Es decir, ¿cuánto se puede decir de una carta que es un poco más larga que una página en mi Biblia?
Estaba a punto de descubrirlo.
Lo que realmente importa
Los predicadores fieles buscan mostrar, a partir de un pasaje de la Escritura, lo que Dios dijo, por qué lo dijo de esa manera y lo que significa para nuestras vidas. Más importante aún, nos ayudan a entender cómo la Palabra escrita nos dirige a Jesús, la Palabra viviente.
Pero mientras se expresan estas verdades, algo más está sucediendo. Se está enseñando a los miembros de la congregación a leer sus Biblias. Cuando los predicadores dan mucha importancia a los idiomas originales, las variantes de los verbos, los comentarios y los asuntos debatibles, pero dicen poco sobre lo que el pasaje significa para nuestras vidas, la gente aprende a leer la Escritura a través del lente de la erudición y la academia. Tratan la Palabra de Dios como algo que hay que descifrar y evaluar, más que recibir, someterse a ella y celebrarla. Cuando un predicador apenas hace referencia al pasaje sobre el que predica y en su lugar presenta a la iglesia historias de interés humano, temas de actualidad y principios morales, la gente aprende a leer la Escritura a través del lente de la cultura, la personalidad y las preferencias.
Cuando un predicador proclama con claridad y pasión la Escritura por lo que es —el Dios viviente revelándose a nosotros—, las vidas son transformadas
Pero cuando un predicador proclama con claridad y pasión la Escritura por lo que es —el Dios viviente revelándose a nosotros—, los corazones se ablandan, los ojos se abren y las vidas son transformadas. Por la obra del Espíritu, Él modela y a la vez cultiva un hambre por la belleza, la bondad y la verdad de la Palabra de Dios. Sus oyentes comprenden mejor que solo Dios puede decirnos lo que realmente importa. Desde el día en que escuché por primera vez aquel sermón de Judas, nunca he olvidado cuatro cosas que importan.
1. Las introducciones importan
C. J. comenzó su mensaje señalando cómo tendemos a pasar por alto las introducciones de las cartas del Nuevo Testamento. Me declaro culpable. Al leer las epístolas, a menudo asumía que los autores utilizaban los saludos comunes de su época con un toque cristiano. Pero C. J. destacó la autodescripción de Judas: «siervo de Jesucristo y hermano de Jacobo». Judas acentuó su sumisión a Cristo, no el hecho de que tener a Jacobo como hermano también lo convertía en hermano de Jesús (Gá 1:19). Sus primeras palabras revelaron la profunda transformación que produce el evangelio.
Desde ese día, he intentado leer más despacio y hacerme más preguntas sobre las palabras iniciales de las epístolas del Nuevo Testamento (y de todos los demás libros de la Biblia). Esa práctica me ha permitido beneficiarme inmensamente de las primeras frases de libros como Romanos, 1 Corintios, y 1 y 2 Pedro. ¡No dudo de que me aguardan más tesoros!
2. Cada palabra importa
Había sido cristiano durante casi cuarenta años cuando escuché el sermón de C. J. Pero nunca me había fijado en las tres palabras que Judas usa para describir a los destinatarios de su carta: llamados, amados, guardados. Llamados por Dios desde antes de los tiempos mediante una convocatoria divina. Amados de una manera que supera con creces nuestra comprensión. Guardados por el poder de Dios de los efectos del pecado que mora en nosotros y de la falsa enseñanza. ¿Cómo se me habían pasado por alto esas palabras de consuelo, aliento y esperanza? No estoy seguro, pero Dios usó ese sermón dominical para plantarlas de forma indeleble en mi mente y en mi corazón.
3. Las realidades eternas importan
Judas escribió para proteger a sus lectores de las herejías de su época. Los falsos maestros estaban pervirtiendo el evangelio, amenazando la fe de los santos. Pero antes de confrontar estos problemas del momento, Judas proclama la buena noticia de que todo permanece bajo el control sabio y soberano de Dios. El sermón de aquel día me recordó, y sigue recordándome, que detrás de cada ataque que nuestra sociedad lanza contra el evangelio, Dios permanece inconmovible, llevando a cabo Sus planes inmutables.
Las verdades teológicas son cimientos para nuestras vidas que nos sostienen en los mejores y en los peores momentos
Las verdades teológicas no fueron dadas para ser simplemente discutidas, debatidas, consideradas o incluso predicadas. Son cimientos para nuestras vidas que nos sostienen en los mejores y en los peores momentos. Aunque muchos sermones que he escuchado a lo largo de los años han tenido un énfasis similar, el sermón de Judas de aquel día me ayudó a descansar más seguro en los decretos eternos de Dios.
4. El amor de Dios importa
Si me hubieras preguntado antes de escuchar ese sermón si me costaba creer que Dios me amaba, te habría dicho que no. Pero a medida que C. J. desglosaba el significado de la frase «amados en Dios el Padre», se hizo evidente que mi actitud se basaba más en la presunción que en la fe. Antes había luchado contra la ansiedad y la depresión, y todavía peleaba la batalla contra el anhelo de la alabanza de la gente. Había una grieta en los cimientos de mi confianza.
C. J. citó una paráfrasis de John Owen para ayudarnos a sentir la importancia de recibir el amor de Dios por nosotros. «La mayor tristeza y carga que puedes poner sobre el Padre, la mayor crueldad que puedes hacerle, es no creer que Él te ama» (ver Communion with God [Comunión con Dios], p. 109). ¿Qué entristece a Dios? ¿Cómo le muestro mi crueldad? Al negarme a creer que Él me ama verdadera, profunda, personal, apasionada y eternamente; no por algo que yo haya hecho o sea, sino simplemente porque Él ha decidido amarme. Dios demostró ese amor entregando a Su Hijo amado para que muriera por nuestros pecados en un monte llamado Calvario. En un momento dado, C. J. nos amonestó con delicadeza: «¡Renuncien a buscar en ustedes mismos alguna razón por la que Dios deba amarlos!». Fue un consejo que he procurado seguir hasta el día de hoy.
Sigo siendo guardado
He vuelto a los pensamientos, citas y puntos de este mensaje una y otra vez en la última década y media, ayudado por la oportunidad de escucharlo varias veces en otros contextos. Su efecto ha sido profundo y duradero, una fuente de refrigerio, aliento, fortaleza, gozo y fe que me ha ayudado a conocer y amar más profundamente al Dios que me creó y redimió.
Uno nunca sabe qué sermones usará el Espíritu de Dios para llevar a cabo Su obra en nuestros corazones. Pero estoy especialmente agradecido por este, que ha resultado ser un sermón que me guardó, me sigue guardando y me mantiene a salvo de caer en una respuesta superficial a la Palabra y al corazón de Dios.