Hace un tiempo, TGC compartió un artículo del año 2011 que escribí llamado “El pecado de la inseguridad”. A menudo me sucede que, cuando leo de nuevo algo que escribí, experimento una leve vergüenza, generalmente a causa de alguna elección de estilo o por algún error conceptual. Esta nueva publicación tuvo el mismo efecto en mí, pero también despertó cierta consternación por parte de algunos lectores. En pocas palabras, muchos de ellos preguntaron: “¿Cómo se puede etiquetar a la inseguridad como pecado cuando gran parte de ella es una carga no deseada por la gente que la sufre?”. Ahora yo mismo me hago la misma pregunta.
He sumado seis años adicionales de ministerio, es decir, de vida bajo el sol, y eso ha ayudado a que mi pensamiento crezca un poco. En realidad no cambiaría la idea principal del artículo. Todavía pienso que la inseguridad es, en gran medida, una cuestión de medirme a mí mismo según mis propios estándares, en lugar de los de Dios, los cuales han sido cumplidos por Cristo. En la medida en que la inseguridad involucre esta forma de orgullo, es pecado.
Sin embargo, en donde he crecido es en la capacidad para poder apreciar otros factores en la ecuación.
La inseguridad es pecado y sufrimiento
La inseguridad no es solo pecado; también es sufrimiento. El problema de mi anterior artículo (además de una introducción dolorosamente exagerada y recargada) es que abordaba el tema de la inseguridad casi exclusivamente como pecado. Pero una perspectiva más completa debe reconocer que la inseguridad es una respuesta pecaminosa condicionada por factores fuera del control de una persona. Algunas veces esos factores externos son traumáticos y extremos; otras veces, son comunes y cotidianos.
He aconsejado a personas que, por momentos, sienten una inseguridad paralizante a menudo debido a condiciones extremas. Algunas personas crecieron bajo crueles cuidadores. Otros fueron abusados sexualmente. Otros tienen condiciones físicas que los separan de los demás, tanto en apariencia como en capacidad. A menudo sucede que estas personas han formado profundos patrones de inseguridad porque su entorno no era seguro. Estos patrones se trasladan y continúan durante la vida adulta, e incluso, persisten aun después de ser salvados por Cristo.
Otras personas luchan con una inseguridad menos pronunciada, a menudo porque las condiciones también fueron menos pronunciadas. Pero no deja de ser importante que consideremos su situación, para así poder cuidar de ellos; ya sea que hayan crecido en una familia que no les haya cuidado, o que hayan sido enseñados en una escuela que no recompensó sus dones y habilidades, o que hayan navegado en círculos sociales que les asignaron un bajo lugar en el orden jerárquico. La inseguridad no se manifiesta en un vacío; mas bien, ocurre en respuesta a lo complicado e ineficaz de la vida en comunidad, en el marco de un mundo caído.
La inseguridad no se manifiesta en un vacío; mas bien, ocurre en respuesta a lo complicado e ineficaz de la vida en comunidad, en el marco de un mundo caído.
Cuidar a las personas en medio de su inseguridad significa no simplemente tratarlas como pecadores, sino también como personas que sufren. Están rotas y heridas porque el mundo en el que viven está caído. Las Escrituras los aborda con esta perspectiva, incluso cuando se confronta el pecado. Éxodo está lleno de este reconocimiento tan compasivo: “De esta manera Moisés habló a los Israelitas, pero ellos no escucharon a Moisés a causa del desaliento y de la dura servidumbre” (Ex. 6:9).
Victoria en la inseguridad
Este aspecto de sufrimiento incluido en la inseguridad también nos ayuda a definir qué es, y qué no es, la victoria. Todavía creo que la solución definitiva para la inseguridad es abandonar nuestros intentos de encontrar nuestro valor en cualquier cosa que no sea Cristo y su amor redentor (Fil. 3:7-8). Pero también creo que nunca lograremos una confianza perfecta en Cristo que elimine completamente toda inseguridad, al menos mientras vivimos aquí en la Tierra (Fil. 3:12). La inseguridad, especialmente para aquellos que han sufrido situaciones más extremas y traumáticas, puede ser una batalla de toda la vida. Puede amenazar con descarrilar cualquier situación social, puede acechar en todas tus relaciones, y hasta acechar tu vida de pensamiento privado.
Pero la promesa del evangelio trae confianza no solo para la lucha contra el pecado de la inseguridad, sino también para la parte del sufrimiento. En Cristo siempre tenemos todo lo que necesitamos para poder responder al sufrimiento con fe. En cuanto a la inseguridad, esto significa aferrarse a lo que Él dice sobre nosotros, en vez de creer eso que hemos sido condicionados a pensar sobre nosotros mismos. Los cristianos le pertenecen a Cristo, y eso es lo más importante acerca de ellos.
En Cristo siempre tenemos todo lo que necesitamos para poder responder al sufrimiento con fe.
Y al igual que los aspectos pecaminosos de la inseguridad, el aspecto del sufrimiento tampoco triunfa al final. Aun cuando los creyentes no puedan sentir su seguridad en Cristo, su seguridad real permanecerá sin cambios. Aun cuando sus seguidores parecen incapaces de sentirse seguros al hacer algo, Cristo ocupa su trono con seguridad, cumpliendo con todo y haciendo todo perfectamente, y lo hace por ellos.