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A principios de este semestre, escribí en Twitter: «Nota histórica: este día de apertura del semestre de primavera de 2023 marca la primera vez que he tenido que decir a los estudiantes que no se puede utilizar inteligencia artificial (IA) en la redacción de ninguna tarea. Parecía una escena retrospectiva explicativa en algún apocalipsis de ciencia ficción».

Estaba medio bromeando, intentando ser consciente en tono jocoso de la tendencia a temer lo desconocido, sobre todo con las nuevas tecnologías. Algo así como «los dispositivos para leer libros digitales acabarán con los libros físicos». Pero también hablaba en serio sobre nuestra tendencia a utilizar mal las herramientas, especialmente las nuevas y brillantes, y a no ser conscientes de cómo arruinamos las cosas.

¿Se puede utilizar la IA de forma legítima en el proceso de redacción de un trabajo académico? Mi propia institución ha creado un grupo de trabajo para determinar lo que consideramos un uso legítimo e ilegítimo. Mientras tanto, esta es mi opinión inicial, que aún no he procesado del todo: Utilizar la IA para la investigación inicial está bien. Utilizarla para escribir está mal.

Así es cómo llegué a esa conclusión: El propósito de la educación es formar a los estudiantes con las capacidades necesarias de pensamiento y rendimiento adecuadas a su campo. La educación cristiana ve esto como una manera de formar a las personas para que conozcan a Dios en lo que ha hecho y en lo que ha dicho (Pr 1:1-7).

Así pues, la pregunta que me gustaría que se hicieran mis alumnos se basa en ese propósito: ¿De qué manera mi uso de la IA cumple o no el propósito de la educación de formar mis capacidades personales como pensador y actor en el mundo de Dios?

Escribir es una labor formativa

Aunque el pensamiento y el rendimiento adecuados a los distintos campos de estudio pueden variar, el objetivo de la educación es ampliar las capacidades personales para estas tareas. Se trata de un tipo de cambio interno del alumno. La educación tiene por objeto provocar ese cambio.

Se requieren dos ejercicios diferentes pero relacionados: investigación y redacción. La investigación consiste en recopilar y organizar información y reflexionar sobre ella hasta adquirir conocimientos y comprensión. La escritura afina y expresa esa comprensión para que otros la reciban y la evalúen. A través del proceso laborioso de expresar con precisión una idea, llegamos a conocer con precisión esa idea.

Puede resultar tentador recurrir a la IA para facilitar este proceso. Pero hay límites en cuanto a lo que la tecnología puede lograr: la IA puede ayudar a recopilar información y, hasta cierto punto, a organizarla. Pero no puede provocar el cambio interno que llamamos comprensión.

Si confiamos en la IA para producir material escrito que imite la comprensión, desvirtuamos el propósito mismo de la educación: la formación de pensadores y hacedores. Externalizar la elaboración de palabras es externalizar la elaboración del pensamiento. Como toda capacidad humana, las habilidades para comprender y expresar esa comprensión se adquieren mediante el trabajo duro. La experiencia encarnada nos obliga a trabajar con algo para conocerlo. Esto es cierto desde el punto de vista neurológico y espiritual.

Tareas de entrada y de salida

Herramientas como la IA son adecuadas para tareas de entrada: recopilar y, hasta cierto punto, organizar la información. La IA no es adecuada para tareas de salida: producir evidencias de la comprensión de un estudiante. Puede extraer ideas de recursos para familiarizar a un estudiante con una conversación existente sobre su tema e incluso sugerirle un esquema de organización para procesarla. Pero no debe utilizarse para demostrar que el alumno participa en esa conversación.

Como todo lo creado por el ser humano, la IA no es objetiva ni omnicompetente

Incluso para las tareas de entrada, debemos tener en cuenta las limitaciones de nuestras herramientas. Como todo lo creado por el ser humano, la IA no es objetiva ni omnicompetente. Los datos que produzca serán tan parciales como las fuentes de las que se nutra, y la relación de esos conceptos entre sí estará limitada por los algoritmos con los que esté programada. La IA no es capaz de llegar a entenderse a sí misma, y mucho menos de producir personas creadas a imagen de Dios como almas encarnadas.

Quizá deberíamos pensar en la IA de forma similar a otras herramientas de información como los operadores de búsqueda booleana o los catálogos de fichas. En la medida en que los usuarios conozcan las limitaciones de la herramienta y, por tanto, a los fines específicos que puede y no puede servir, podrán hacer valoraciones acertadas sobre su uso.

Así que cuando un estudiante se hace la pregunta que he planteado antes, una buena respuesta sería: Estoy consultando la IA como paso inicial de la investigación sobre un tema, pero no dependo de ella para escribir nada que pueda reclamar como propio, ni siquiera para sacar conclusiones que pueda acreditar como propias.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Eduardo Fergusson.
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