Durante los últimos meses, he permanecido con Israel en las Llanuras de Moab, escuchando a Moisés llamar al pueblo de Dios para obedecerlo y entrar en la tierra de la promesa. Metida hasta las narices en Deuteronomio, estoy aprendiendo todo tipo de cosas acerca de la gratitud que parecen no solo relevantes para el año calendario, sino también importantes en esta temporada tan particular de mi vida.
Al igual que Israel en Deuteronomio, nuestra familia está al final de un largo período de espera. En 2011 nos mudamos a Toronto con todas las intenciones de regresar a Chicago tres años después. Pero llegamos a amar nuestra nueva ciudad, y llegamos hasta desear que Dios nos permitiera quedarnos.
Necesitábamos, por supuesto, asegurarnos de que teníamos trabajo en la ciudad, y luego necesitábamos solicitar el papeleo adecuado para asegurar la residencia permanente. Finalmente, con esas cosas aseguradas, compramos una casa y comenzamos un proyecto de renovación de un año. Hace un mes, finalmente nos mudamos.
Ocho años y medio después, estamos en casa.
Llegar al otro lado de la larga espera y la esperanza, el deseo febril y la oración, se siente trascendental y también aterrador. Porque, como aprendemos en Deuteronomio, la paz y la prosperidad pueden ser preocupantes.
Los peligros de una buena vida
En Deuteronomio 8, Moisés le recuerda al pueblo que si bien el desierto fue una educación difícil, fue la educación que necesitaban. En particular, el hambre durante esos 40 años enseñó a los israelitas a depender del pan de Dios (v. 2-3). La fe no se formó con los estómagos llenos y saciados. Se formó a medida que la gente crecía para depender del maná que caía del cielo seis mañanas a la semana, una provisión que siempre resultó suficiente sin importar cuánto se recolectara.
La gratitud es una de las prácticas más importantes para recordar lo que es verdadero acerca de nosotros y lo que es verdadero acerca de Dios
Pero mientras el pueblo está al borde del precipicio de la promesa de Dios a Abraham desde hace mucho tiempo, Moisés les recuerda que las lecciones de la privación terminarán pronto. Vienen a una tierra de abundancia agrícola y esa plenitud será un regalo de Dios para ellos: “Cuando hayas comido y te hayas saciado, bendecirás al Señor tu Dios por la buena tierra que Él te ha dado” (Dt 8:10).
Por un momento, sus palabras confirman lo que esperamos de la relación entre abundancia y gratitud. Cuando la vida sea más buena, pensamos, seguramente estaremos más agradecidos.
Es por eso que las siguientes palabras de Moisés nos despiertan: “Cuídate de no olvidar al Señor tu Dios” (Dt 8:11). Moisés le dice al pueblo que todos los buenos regalos que les aguardan en la tierra (casas y ganado, plata y oro) podrían ser motivo, no de gratitud, sino de tentación. En lugar de llevarlos a alabar al Dador, estas bendiciones podrían conducirlos a pecados de ingratitud y orgullo.
Esto nos recuerda que la prosperidad no garantiza gratitud ni alabanza. No estaremos necesariamente más agradecidos cuando estemos casados, más agradecidos cuando seamos padres, más agradecidos cuando estemos empleados, más agradecidos cuando estemos sanos.
En cambio, como Israel aprendió en el desierto, la privación puede enseñarnos acerca de la bondad y fidelidad de Dios; la privación puede enseñarnos a dar “gracias en todo” (1 Ts 5:18).
Un llamado a practicar la gracia
Hay peligros reales en la buena vida. Aún así, eso no significa que tengamos que sentirnos culpables o preocupados cuando las olas turbulentas se calman y la crisis cede. En cambio, en esos esplendorosos y tranquilos tiempos de paz, cada regalo que recibimos de Dios se convierte en una oportunidad para ensayar el evangelio, para proclamar que Dios da, no porque seamos buenos, sino porque Él lo es.
Moisés advierte al pueblo que no debe asumir los buenos dones de la tierra y luego acreditar sus propios logros: “No sea que digas en tu corazón: ‘Mi poder y la fuerza de mi mano me han producido esta riqueza’” (Dt 8:17). Israel estaba dispuesto a heredar una letanía de bendiciones que no movieron un dedo para asegurar: casas que no construyeron, viñedos que no plantaron, pozos que no cavaron, campos que no sembraron.
La salvación es un regalo que podemos disfrutar, pero por el cual no podemos atribuirnos ningún crédito
Su herencia era una imagen del evangelio, que es la buena noticia de que en Cristo, Dios nos da algo por lo que no trabajamos, algo que no ganamos: “Porque por gracia ustedes han sido salvados por medio de la fe, y esto no procede de ustedes, sino que es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Ef 2:8-9). Como la casa y el viñedo de Israel, el pozo y el campo, la salvación es un regalo que podemos disfrutar, pero por el cual no podemos atribuirnos ningún crédito.
La gratitud es una de las prácticas más importantes para recordar lo que es verdadero acerca de nosotros y lo que es verdadero acerca de Dios: que no merecemos nada y su generosidad.
Agradece
Dondequiera que miremos, vemos recordatorios para dar gracias. Está escrito en tazas de café, pegado en Pinterest, promocionado por los gurús de la autoayuda. Pero estas vagas nociones culturales de “sentirse bien por las cosas buenas que tienes” no son como la gratitud que un cristiano aprende a practicar.
El cristiano puede estar agradecido por la carencia, agradecido por el dolor, agradecido incluso por el sufrimiento, “sabiendo que la prueba de [nuestra] fe produce paciencia” (Stg 1:3). El desierto tiene tanto, si no más, que enseñarnos sobre la gratitud como la tierra fértil y exuberante.
Incluso cuando entramos en una temporada que se siente muy bien, estamos destinados a dirigir nuestra mente, no solo a los dones, sino también al Dador. En Letters to Malcolm, C. S. Lewis establece una relación importante entre la gratitud y la alabanza: “La gratitud exclama, muy propiamente, ‘¡Qué bueno que Dios me dé esto!’. La adoración dice: ‘¡Cuál debe ser la cualidad de ese Ser cuyas ¡chispas momentáneas [destellos de ingenio] son así!’. La mente de uno recorre de regreso el rayo de sol hacia el sol”.
Dar gracias es adorar.