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En la actualidad, algunos cristianos parecen avergonzarse de la doctrina del infierno. Por eso, o bien omiten hablar de él, o reinventan la doctrina y la despojan de cualquier horror verdadero. Sin embargo, nuestro Señor no tuvo miedo de hablar del infierno. Jesús habla del «infierno de fuego» (Mt 5:22); del peligro de que «todo el cuerpo sea arrojado al infierno» (Mt 5:29); del «fuego que no se apaga» (Mr 9:43); del lugar donde es «echado» el impenitente (Mr 9:45), «donde el gusano de ellos no muere, y el fuego no se apaga» (Mr 9:48).

A muchos cristianos les cuesta creer que Jesús desempeñe un papel activo en la destrucción de los impíos. Sin embargo, las Escrituras no nos dejan ninguna duda sobre la realidad: Nuestro Señor, con Sus ángeles, reunirá a todos los «que hacen iniquidad» y «los echará al horno de fuego», donde habrá «llanto y el crujir de dientes» (Mt 13:41-42). Cristo llama a esto un lugar de «tinieblas de afuera» (Mt 25:30). Si alguien duda de que Cristo habló del juicio venidero, a menudo utilizando un lenguaje vívido, es que no ha leído atentamente los evangelios (ver, p. ej., Mt 3:12; 7:22-23; 10:28; 11:23; 13:30, 41-42, 49-50; 23:16, 33; 25:10, 31-33; 26:24; Mr 8:36; 9:43-48; 16:16; Lc 9:25; 12:9-10, 46; Jn 5:28-29).

Al mismo tiempo, la doctrina del infierno no es solo una doctrina del Nuevo Testamento. De hecho, parte del lenguaje utilizado para el infierno en el Nuevo Testamento procede del Antiguo. Por ejemplo, Isaías advierte a los impíos del «fuego consumidor» y las «llamas eternas» (Is 33:14). En el último capítulo, habla de Dios viniendo en fuego «Para descargar Su ira con furor / Y Su reprensión con llamas de fuego. Porque el Señor juzgará con fuego / Y con Su espada a toda carne, / Y serán muchos los muertos por el Señor» (Is 66:15-16). Isaías profetiza hablando de parte de Dios que los justos «cuando salgan, verán / Los cadáveres de los hombres que se rebelaron contra Mí; / Porque su gusano no morirá, / Ni su fuego se apagará, / Y serán el horror de toda la humanidad» (Is 66:24; ver el uso que Cristo hace de estas palabras en Marcos 9:48).

Daniel, junto con otros, también se refiere al juicio final: «Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra despertarán, unos para la vida eterna, y otros para la ignominia, para el desprecio eterno» (Dn 12:2).

Castigo sin fin

No hay escasez de cristianos profesantes que afirmen un juicio venidero de los malvados. Algunos, sin embargo, tienden a pensar que este juicio no será eterno. Como seres finitos que somos, nos cuesta asimilar el concepto de eternidad. Pero si Dios tenía la intención de aniquilar a los malvados en el momento de la muerte, sin juicio futuro, o de poner fin al sufrimiento después de un período indefinido de tiempo, entonces hizo un mal trabajo en la manera de comunicarlo.

Las Escrituras nos muestran que el infierno es un lugar de «castigo eterno» (Mt 25:46). El infierno es un «fuego eterno» (Mt 18:8) que nunca puede ser apagado (Mr 9:45), donde el gusano de ellos nunca muere (Mr 9:48). Sodoma y Gomorra fueron castigadas por sus pecados «sufriendo el castigo del fuego eterno» (Jud v. 7). Los falsos maestros tienen un lugar reservado en el infierno, donde «la oscuridad de las tinieblas ha sido reservada para siempre» (Jud v. 13). Leemos acerca del sufrimiento de los impíos: «El humo de su tormento asciende por los siglos de los siglos. No tienen reposo, ni de día ni de noche» (Ap 14:11; ver también Ap 19:3, Ap 20:10, «por los siglos de los siglos»). William Shedd señala acertadamente: «Si Cristo hubiera pretendido enseñar que el castigo futuro es reparador y temporal, lo habría comparado con un gusano moribundo, y no con un gusano inmortal; con un fuego que se apaga, y no con un fuego inextinguible».

Shedd añade que se podrían haber utilizado otras palabras y metáforas para describir un castigo largo, pero no interminable. De hecho, si el infierno no es interminable, los escritores del Nuevo Testamento «estaban moralmente obligados a haber evitado transmitir la impresión que realmente han transmitido con el tipo de figuras que han seleccionado» (Dogmatic Theology [Teología dogmática], p. 892). La palabra usada para describir la «vida eterna» también se usa para describir el «castigo eterno». Por ejemplo, en Apocalipsis 22:14-15, la existencia de los justos en el cielo es equivalente a la existencia de los malvados «fuera» del cielo (es decir, en el infierno).

¿Separación de Dios?

Otra forma en que las personas tratan de hacer la doctrina del infierno más aceptable es decir que el infierno es simplemente separación de Dios. Pero aunque el infierno separa a los malvados de la vida bendita de Dios en Cristo, el infierno sigue siendo un castigo. Aquellos que odian a Dios en esta vida continuarán odiándolo en la eternidad, y continuarán enfrentando la ira de Dios.

El infierno es una ubicación, un lugar; no es simplemente una metáfora que describe procesos internos de pensamiento. Hechos 1:25 nos dice que Judas se fue «al lugar que le correspondía». Así como hay un lugar para los justos después de la muerte, también hay un lugar para los malvados después de la muerte. La palabra Gehenna se refiere al Valle de Hinnom en las afueras de Jerusalén. La horrible historia de este lugar involucró, en un tiempo, a los israelitas y reyes de Israel quemando a sus hijos como sacrificios al falso dios Moloc (2 Cr 28:3; 33:6). Puede que Gehenna no sea una referencia a un basurero en llamas (como algunos han afirmado), sino que es mucho peor: un lugar donde tienen lugar los mayores horrores, como el sacrificio voluntario de niños. El infierno es un lugar de maldad pura, desprovisto de toda esperanza.

En lugar de ser una mera «separación de Dios», el infierno es, como dijo el puritano Thomas Goodwin, un lugar donde «Dios mismo, por Sus propias manos, es decir, por el poder de Su ira, es el infligidor inmediato de ese castigo de las almas de los hombres» (Works of Thomas Goodwin [Obras de Thomas Goodwin], 10:491). El poder de Dios será «ejercido» como Su ira hacia aquellos que son expulsados de la presencia de la bendición de Dios. Los que están en el infierno recibirán lo contrario de los que están en la gloria, pero seguirán estando en la presencia de Dios. Los que están en el cielo tienen un mediador, pero los que están en el infierno no tienen nada entre ellos y un Dios vengador.

Si lo anterior es cierto, debemos tener cuidado de no decir (como han hecho algunos) que el infierno da a las personas lo que quieren. En un sentido muy limitado, esto es cierto. No quieren disfrutar de Dios en esta vida, por lo que no lo disfrutarán en la vida venidera. Sin embargo, dados los tormentos del infierno, nadie puede desear sufrir a manos del Dios omnipotente, especialmente por toda la eternidad. ¿Quién podría desear que aumentara también su desesperanza? A medida que las criaturas en el infierno se dan cuenta más y más de que están sufriendo para siempre, la desesperanza del juicio eterno solo puede aumentar. Los que están en el infierno no tienen promesas y, por tanto, no tienen esperanza, sino solo una desesperanza cada vez mayor.

Escape a través de la cruz

Goodwin señala solemnemente que «el alma desdichada en el infierno… descubre que no sobrevivirá a esa miseria, ni podrá encontrar un solo espacio o momento de tiempo de libertad e interrupción, teniendo que enfrentarse para siempre con Aquel que es el Dios viviente» (Works, 10:548). Los malvados se desesperarán porque la justa ira del Dios vivo no tiene fin. Así pues, el concepto de una desesperanza cada vez mayor por toda la eternidad, por la cual la criatura condenada al infierno no puede hacer otra cosa que blasfemar de un Dios vivo y eterno, nos da toda la razón del mundo para persuadir a los pecadores de que pongan su fe en Aquel que experimentó la desesperanza infernal en la cruz.

Nuestro Señor clamó con lamento para que nosotros cantáramos con alabanzas; se secó de sed para que nosotros bebiéramos libremente de la fuente; fue abandonado en las tinieblas para que nosotros tuviéramos comunión en la luz; fue aplastado para que nosotros fuéramos restaurados; fue públicamente avergonzado para que nosotros fuéramos públicamente exaltados; fue escarnecido por los malhechores para que nosotros fuéramos alabados por los ángeles; entregó Su espíritu para que nosotros tuviéramos nuestros espíritus salvados. Tan reales como fueron Sus sufrimientos, no lo serán menos nuestros gozos. La experiencia infernal de la cruz es el mayor testimonio de los gozos inefables de la vida eterna con Dios.


Publicado originalmente en Desiring God. Traducido por Eduardo Fergusson.
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