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En mi trabajo en The King’s College, mido mi éxito en gran medida en números: internados de estudiantes, sesiones de entrenamiento para grupos pequeños, visitas, e inserciones laborales. Como editora en The Gospel Coalition, reviso visitas, los “me gusta”, y cuántas veces se comparten los artículos.

Mis amigos miden su éxito en números también. Rob, un pastor, dice que siente la presión de mirar las conversiones, diezmos, aumentos de presupuesto, tasas de participación en el programa, y ​​la asistencia. Jeff, un comerciante de Wall Street, pesa sus ganancias contra sus pérdidas. Stephanie, una ama de casa, cuenta cuántas camisas lava, facturas que paga, y las horas que pasa jugando con sus hijos. Bill, un jugador de golf, mira sus resultados, estadísticas, y victorias.

La bondad de la métricas

Medir nuestro trabajo y establecer objetivos es útil. Las métricas pueden decirnos lo que estamos haciendo y si nuestros esfuerzos están funcionando. Los objetivos nos pueden mantener disciplinados, enfocados, y motivados (Pr. 6: 6-11; 21:5).

Jesús, por ejemplo, cuenta una parábola acerca de un inversionista que le da a tres administradores diferentes cantidades de dinero. Mientras que Él está lejos, dos de los administradores invierten sus partes y obtienen buenos retornos. El tercero, sin embargo, tiene miedo y atesora la suya.

Cuando el inversionista regresa, elogia a los dos gestores que tomaron riesgos, pero castiga al temeroso: “Debías entonces haber puesto mi dinero en el banco, y al llegar yo hubiera recibido mi dinero con intereses” (Mt. 25:27). Entonces, él toma el dinero sin ganancia del administrador y se lo da a otro.

Jesús ofrece esta enseñanza: “Porque a todo el que tiene, más se le dará, y tendrá en abundancia; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará” (Mt. 25:29). El mensaje es claro: debemos ser administradores ambiciosos de nuestros dones y talentos.

El peligro de medir

Medir nuestro trabajo por números, sin embargo, puede ir mal fácilmente. En primer lugar, a menudo somos tentados en encontrar nuestro valor e identidad en estos marcadores. Si obtenemos menos de lo que esperamos, pensamos de nosotros mismos menos de lo que deberíamos. Si es más, pensamos de nosotros mismos más de lo que deberíamos.

En segundo lugar, estas métricas a menudo nos animan a mantener la cuenta. No es suficiente para nosotros tener algo; queremos más de lo que alguien más tiene. Tom, un pastor, dice: “Hace poco fui a una conferencia de plantación de iglesias y, no es broma, cada conversación era, ‘¿Cuántas personas tienes el domingo?’. Todas y cada una. Todo el mundo se está midiendo contra todos los demás”.

En tercer lugar, estos marcadores a menudo implican la idea de negociar y demandar con Dios. En lugar de decir, “Hemos hecho sólo lo que debíamos haber hecho” (Lc. 17:10), ellos a menudo sugieren, “Mira, nosotros lo hemos dejado todo y Te hemos seguido; ¿qué, pues, recibiremos?” (Mt. 19:27). Podemos pensar que Dios nos debe algo y, si no paga como esperamos, podemos dudar de su bondad, justicia y rectitud.

En cuarto lugar, los números se centran en lo que es inmediato y evidente para nuestros ojos. “Una visión que solo ve lo que puede lograrse de inmediato”, dice Mark Dever, “constriñe artificialmente nuestro punto de vista de la acción de Dios y puede conducir a los cristianos, iglesias, y pastores al desánimo”. En otras palabras, no todos los resultados pueden ser medidos. Dios tiene una forma de trabajar lentamente, en voz baja, de manera orgánica, y no evidente.

Por último, los números se centran en la cantidad, no la calidad. No todos los productos con una gran cantidad de ventas, los artículos con un montón de vistas, o iglesias con una gran cantidad de miembros son buenos. Como Dever dice a los pastores, “El estado de sus miembros es más importante que sus números”. Y eso es cierto para todo nuestro trabajo. La calidad importa.

Ser libres de la contabilidad

El problema con la medición de nuestro trabajo no está en los propios indicadores, sino en nuestro corazón que se apega a ellos. Tan pronto como se nos olvida el principio de la gracia —que todo lo que recibimos es por gracia (1 Cr. 29:14; 1 Cor. 4:7)— estamos tentados a sobrevalorar los resultados de nuestro trabajo.

Sin embargo, abrazar la gracia de Dios nos libera de estos afanes. Como implora D. Martyn Lloyd-Jones, “No se mantenga grabando el registro de su obra y el trabajo. Mantenga sus ojos en Él y su gloria, en su amor y honor y en la extensión de su reino… En efecto, deje la contabilidad a Él y a su gracia. Deje que Él siga las cuentas”.

Después de todo, Lloyd-Jones continúa, Dios es el mejor contador de todos. Su contabilidad es “romántica”, porque “nunca se sabe lo que va a pasar”: “los últimos serán los primeros, los primeros los últimos, todo al revés”. La contabilidad de Dios es mucho más generosa y mucho más precisa que la nuestra.

La libertad para recibir

Ver nuestros resultados como regalos también nos libera para disfrutar de ellos por lo que son: los frutos de nuestro trabajo que Él elige hacer efectivos. Como Martín Lutero escribe:

“Haga las barras y las puertas, y permita que Él las fije. Trabaje, y deje que Él dé los frutos. Gobierne, y deje que Él dé su bendición. Luche, y deje que Él dé la victoria. Predique, y deje que Él gane los corazones. Tome un marido o una esposa, y deje que Él produzca los niños. Coma y beba, y deje que Él nutra y fortalezca. Y así sucesivamente. En todos nuestros hechos, Él es el que trabaja a través de nosotros, y sólo Él tendrá la gloria de eso”.

En otras palabras, podemos trabajar: hacer sándwiches, equilibrar presupuestos, predicar sermones…, pero es el Señor quien hace que nuestro trabajo sea efectivo. Él es el que proporciona el sustento, trae la rentabilidad, y salva las almas. Los resultados están en sus manos. Estamos llamados a hacer su voluntad, no su trabajo.

Esta perspectiva también nos libera para recibir los resultados menos favorables, porque sabemos que todos los resultados, no solo los que parecen buenos, son regalos. John Newton lo expresa así: “A los que le buscan, su soberanía se ejerce en un camino de gracia. Todos deberán trabajar juntos para bien. Todo lo que Él envía es necesario; nada que Él retiene puede ser necesario”.

Entonces, trabajemos, contemos, invirtamos, midamos, y reportemos. Pero no encontremos ninguna confianza o identidad en esto. Porque el principio de la gracia nos obliga a recibir los resultados de nuestro trabajo como regalos. Y tal perspectiva nos puede empoderar para ser mejores en nuestro trabajo. Porque “el secreto de la vida cristiana feliz”, Lloyd-Jones dice, “es darse cuenta de que todo es por gracia, y regocijarse en ello”.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Eri Miranda.
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