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Éxodo 19 – 21   y   Lucas 9 – 10

Y habló Dios todas estas palabras, diciendo: Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre.

No tendrás dioses ajenos delante de mí.

No te harás imagen, ni ninguna semejanza…

No te inclinarás a ellas, ni las honrarás…

No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano…

Acuérdate del día de reposo para santificarlo.

Seis días trabajarás, y harás toda tu obra; mas el séptimo día es de reposo para Jehová tu Dios…

Honra a tu padre y a tu madre…

No matarás.

No cometerás adulterio.

No hurtarás.

No hablarás contra tu prójimo falso testimonio.

No codiciarás…

Éxodo 20:1-17.

El texto del encabezado es la gran base sobre la que descansa toda la moralidad judeo-cristiana: Los Diez Mandamientos. Han pasado miles de años desde que fueron redactados, pero su pertinencia y vitalidad nos demuestran que han sido hechos para el hombre de todos los tiempos.  Su sencillez y claridad hacen que sea imposible perderse entre significados e interpretaciones difusas. Son como las señales de transito: visibles, luminosas y hasta pueriles; pero en su simpleza podemos captar rápidamente su significado para salvar la vida y evitar un accidente. La señal dice: “PARE”, y no: “Advertencia: El cruce de caminos que usted va a atravesar es de difícil transito. Es necesario que detenga totalmente su vehículo y que se cerciore que no haya vehículos que puedan poner en peligro su integridad física. Cualquier duda sírvase llamar al 800-400-200 (línea gratis) y pida comunicarse con el sargento Pérez, encargado de señalética. Si estuviese ocupado deje su mensaje. Gracias”. El Señor en su gran amor para con nosotros nos dejó señales clarísimas para nuestro tránsito moral y salvaguardar la integridad de nuestra alma.

Pero, hay algo que debemos aclarar: Así como las leyes tienen un ámbito de desenvolvimiento o de jurisdicción, así también la ley de Dios tiene como punto de partida la redención del hombre. Reden… ¿Qué? La redención es la liberación mediante el pago de un rescate. El Señor no les entregó mandamientos a Israel cuando eran esclavos en Egipto, sino cuando los liberó con gran poder, pero eso sí, antes de entrar a la Tierra Prometida para que sepan cómo vivir en la tierra de Libertad. Jesucristo fue a la cruz para pagar el precio por nuestra liberación de la esclavitud moral y de la muerte espiritual y eterna.

Al vencer a la muerte (la historia nos dice que resucitó de entre los muertes, que la muerte no le pudo contener) pagó el precio y la liberación personal a cada uno de nosotros nos la ofrece a través del establecimiento de un contrato de liberación (antiguamente conocido como pacto).  Así dijo Jesucristo: “porque el Hijo del Hombre no ha venido para destruir las almas de los hombres, sino para salvarlas”, Lucas 9:56a. La redención nos ocurre cuando le entregamos nuestras vidas y reconocemos su obra sustitutoria en favor nuestro, “Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá, pero el que pierda su vida por causa de mí, ése la salvará”, Lucas 9: 23-24.

Entonces, como pueblo de Dios estamos sujetos a las leyes de Dios para poder vivir en la libertad que ya nos ha sido concedida por redención. Pensar que por cumplir los mandamientos voy a ganar el cielo o la comunión con Dios está en absoluta oposición al mensaje y al espíritu de las Escrituras. ¿Qué encontramos entonces en los mandamientos de Dios?

Siguiendo la línea de pensamiento de Lewis Smedes en su libro “Moralidad y Nada Más”, podemos sacar algunas conclusiones:

Los mandamientos se adecuan al diseño de la vida. Si Dios es el creador de todas las cosas y nosotros estamos incluidos en esa creación, debe haber un propósito y un diseño básico de desarrollo que permite nuestra fructificación y la única manera de preservarlo es a través de una normativa que garantice que el hombre pueda alcanzar el total de sus ideales y de su felicidad. Hoy se piensa ingenuamente que la verdadera libertad es el resultado de la voluntad irrestricta del hombre, pero ¿puede vivir el hombre sin patrones y sin un pauteo básico? Creo que podemos hacer una verdadera fórmula para la libertad humana:

LIBERTAD= V/L (D+N+S)

V= Voluntad del Hombre

L= Leyes o mandamientos de D = Dios; N = Naturaleza; S = Sociedad.

Todos nosotros sabemos que nuestra libertad está sujeta a las leyes de la naturaleza. Podré desear con todas mis fuerzas el poder volar, pero sé que “por naturaleza” no cuento con esta facultad. Pero si conozco y me someto a las leyes de la naturaleza puedo encontrar la fórmula para volar (globo, avión, parapente, etc.) pero sin morir en el intento. Igual es con las leyes sociales. Puedo desear con todas mis fuerzas una casa de campo preciosa, pero no es mía hasta que no me someta a los requerimientos de la sociedad (pago del precio, inscripciones, impuestos, notarías, etc.). Solo sometiéndome podré disfrutarla con “libertad”. Si desconozco o supero las leyes sociales podré tomar la casa de campo, pero luego perderé mi libertad por vulnerar esas mismas leyes. Las leyes de Dios garantizan el desarrollo de todo nuestro potencial como humanos, pero bajo los límites que impiden que nuestra máquina se quemen irremediablemente: “Pues, ¿de qué le sirve a un hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo se destruye o se pierde”, Lucas 9:25.

Vivimos en la sociedad de la permanente innovación. No terminamos de sacar de la caja el computador nuevo y ya es obsoleto. Compramos un auto y a los dos días ya vale 10% menos. El desarrollo tecnológico nos sorprende y nos hace pensar que todo es desechable. Sin embargo, todo el proceso de innovación se basa en reglas científicas atemporales y que en su descubrimiento y manipulación cuidadosa han generado avances insospechados. Las matemáticas, por ejemplo, siguen siendo las mismas en el fundamento aunque el rascacielos ya traspasa las nubes. Bien dice Smedes: “Si respetamos el orden, podemos desenvolver nuestro potencial humano, desarrollar nuestros dones, ejercer la libertad del amor, cambiar nuestras modas, recrear antiguas formas de familia, de matrimonio y de otras alianzas humanas, y responder a los desafíos que nos plantean nuestro medio ambiente y la tecnología, con una aceptación plena de nuestras propias responsabilidades”.

Los mandamientos nos dicen a todos lo que Dios espera que hagamos. Los diez mandamientos fueron diseñados de tal manera que no hay posibilidad de evitar la alusión directa a todo el espectro de la humanidad de todos los tiempos. El mandamiento corresponde a lo que somos y a lo que debemos ser y está respaldado por la autoridad del Dios creador y sustentador de todas las cosas.

El Señor no transará con sus mandamientos, así como un padre le pone límites a su hijo adolescente para preservar su integridad. De allí, que la evidencia práctica y visible del cumplimiento de los mandamientos de Dios es una necesidad en la vida de los cristianos. En tiempos en que los cristianos están renunciando permanentemente a honrar al Señor con su obediencia y están pagando en sus propias vidas la rebeldía a los mandamientos sencillos pero vitales de Dios, debemos recordar las decidoras palabras de Jesús: ” Porque el que se avergüence de mí y de mis palabras, de éste se avergonzará el Hijo del Hombre cuando venga en su gloria, y la del Padre, y la de los santos ángeles”, Lucas 9:26.

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