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“Que su conversación sea siempre con gracia, sazonada como con sal, para que sepan cómo deben responder a cada persona”, ‭‭Colosenses‬ ‭4:6‬.

Nuestra manera de hablar refleja la realidad de nuestro corazón.

Algunos de nosotros tendemos a hablar en forma autoritaria y con convicción, como si lo supiéramos todo. Hablamos y ordenamos, tal y como creemos que deberían ser las cosas en este mundo. Dictamos sentencias y nuestras palabras van cargadas con un tono de objetividad absoluta que raya en la arrogancia, y con frecuencia tendemos a usar palabras como “siempre”, “todo”, y “nunca”.

En ocasiones, algunos de nosotros tendemos a reaccionar frente a esta manera de hablar, pues nos parece una afrenta no solo a nuestra libertad de expresión, sino también a nuestro libre albedrío. Sentimos que es un asalto a nuestra misma humanidad, y vemos todo como más relativo y subjetivo. Esta reacción refleja cierto cinismo a cualquier forma de autoritarismo, y usamos más palabras condicionadas y calificativas como “depende”, “por si acaso”, y “quizás”.

En el primer caso. nos ponemos en lugar de Dios y hablamos como si estuviéramos al mismo nivel que Él, sabiéndolo todo. En el segundo caso, aunque de una manera más “amable” y “sofisticada”, también nos ponemos en una posición arrogante, y nuestra actitud hacia las personas que hablan como “expertos” y en términos absolutos, refleja superioridad y desdén. Allí también actuamos como si fuéramos Dios.

Sería un ejercicio interesante preguntarle a las personas cercanas a nosotros en cuál de las dos categorías creen ellos que hablamos más a menudo. Lo más probable es que ni siquiera nos hayamos dado cuenta de la manera en que hablamos.

Es importante reconocer que ambos tipos de formas de hablar mencionadas muestran una cierta rebelión y justicia propia. En ambos casos hablamos como si pudiéramos ver con claridad y objetivamente “desde afuera”. En ambos casos nuestro corazón es expuesto, simplemente reflejado a través de nuestro tipo de personalidad. En ambos casos necesitamos a Dios, la verdad objetiva de su Palabra y el mensaje del evangelio.

Las buenas noticias para ti y para mí son que , gracias a la obra de nuestro Señor Jesucristo a nuestro favor y en nuestro lugar, podemos reconocer estos dos “tonos”, no solo en las palabras y conversaciones de otros, sino también en las nuestras. El evangelio y la gracia de Dios nos llevan a hablar con amor y gracia a otras personas, y a la vez, con la autoridad y verdad que la situación amerita –su verdad, y no la nuestra. En otras palabras, con “gracia y verdad”, como nuestro Señor Jesús.

“El Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y vimos Su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad”, ‭‭Juan‬ ‭1:14‬.

Piensa en esto y encuentra tu descanso en Él.


Imagen: Lightstock.
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