Los programas de televisión y las películas son como sermones. Enseñan. Ilustran. Exhortan. Persuaden. Las producciones que poseen una convicción más allá del lucro tienen una verdad que buscan impartir, un impulso que quieren cultivar y un reflejo que se proponen entrenar.
No anuncian su bosquejo, ni muestran su texto principal, ni declaran la proposición a defender. Más bien, usan la puerta trasera de la imaginación para influenciar: cuentan una historia. Su sigilo las hace peligrosas. Apuntan a la fe del ser humano sin alarmar su razón. Pasan de puntillas ante el vigilante y moldean nuestro sentido innato de las cosas. Actores y actrices muy entrenados son sus predicadores.
Entonces, cuando nos sentamos a beber a chorros del hidrante de Hollywood —un grupo tristemente célebre por presentar lo oscuro como luz y la luz como oscuridad—, ¿por qué esperamos tan pocas consecuencias? Podemos ser catequizados durante horas y horas en lo que el mundo cree, ama y vende, pero creemos que salimos ilesos porque «la historia no es real». Quien piensa así bien podría decir: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que han oído: “tomarán serpientes en las manos, y aunque beban algo mortífero, no les hará daño…”».
Muchas de nuestras películas y programas alimentan la mundanalidad. Dan cobertura a creencias que colocan al hombre en el centro
Los mensajes son predecibles.
- Para ser feliz, debes ser fiel a ti mismo.
- Acuéstate con quien quieras; vive para lo que sea; solo haz lo que te traiga gozo.
- El bien y el mal son construcciones sociales. A los villanos los forjan los pecados que otros cometen contra ellos.
- Los cristianos realmente son las personas más aburridas e hipócritas de todo el mundo.
- No hay demonios, ángeles o milagros; no hay cielo ni infierno.
- No hay Dios que venga a juzgar al mundo con justicia.
- Jesucristo es irrelevante, excepto como una blasfemia.
«La mundanalidad», escribe David Wells, «es ese sistema de valores que en cualquier cultura tiene al pecador caído en su centro, que no toma en cuenta a Dios o Su Palabra y que, por lo tanto, ve el pecado como normal y la justicia como anormal». ¿No es esta la misma definición de mucho del entretenimiento actual? Muchas de nuestras películas y programas alimentan la mundanalidad. Dan cobertura a creencias que colocan al hombre en el centro, valoran el pecado como normal y tildan la justicia de cómica u ofensiva.
Comedias románticas
Pensemos también en los mensajes comunes sobre los hombres y las mujeres. ¿Cuánto tiempo soportarías la compañía de alguien que se sentara a tu lado en el sofá y te dijera lo siguiente?
Los hombres son unos completos idiotas. Son un caso perdido hasta que las mujeres los civilizan… Las mujeres son tan fuertes, rápidas, asertivas y están tan equipadas para liderar como los hombres —de hecho, a menudo son mejores que los propios hombres en lo que respecta a ser «masculinas»… Pese a lo que digan los cristianos, el amor es amor, sin importar a quién ames… El pacto matrimonial solo obliga mientras resulte conveniente… Que las mujeres dediquen su vida al hogar es una tragedia… La modestia nunca consigue al chico que te gusta… Criar hijos es una de las facetas más opresivas de la existencia humana… Eres un completo perdedor si todavía eres virgen.
Sin embargo, justo después de echar a esa persona de tu casa, ¿acaso no te sientas y pulsas play, permitiendo que celebridades más atractivas y con voces más persuasivas pasen las siguientes dos horas grabando hábilmente a fuego ese mismo guión en tu corazón, casi sin que te des cuenta? Te sientas a devorar una serie tan larga como un mes de sermones, que enseña lo contrario a las Escrituras y te ofrece un mundo y una cosmovisión radicalmente diferentes. Y luego nos preguntamos por qué nuestros matrimonios de repente se parecen a los del mundo, por qué la persona con la que quieres salir se parece poco a Cristo, por qué el afecto de nuestras familias por la eternidad es cada vez menor, por qué las enseñanzas de la Biblia parecen tan injustas y desconectadas de la realidad, y por qué Cristo y Su reino parecen tan extrañamente distantes e irreales.
Nunca consumas entretenimiento sin discernimiento. Que el mundo si quiere apague su mente y regrese a sus historias; tú no puedes hacerlo
Solteros, ¿están esperando un cónyuge que te diga: «Tú me completas»? Mujer, ¿estás buscando un esposo que sea poco más que tu ayudante, un apoyo incondicional para tus sueños, tu carrera, tus metas? ¿Admiras a las mujeres de las series que presumen de haberse liberado del hogar, libres de las exigencias de los hijos, y que se burlan de la sola idea de ser sumisas a un esposo? Estas mujeres injurian la Palabra de Dios y te harían necia si las sigues (Tit 2:3-5).
Hombres, ¿están siendo catequizados por películas que retratan a hombres sin carácter, simples masas de barro en manos de esposas que los dominan? ¿O, alzando el tridente en señal de rebeldía, huyen de la pasividad doméstica del tonto moderno en pantalla para refugiarse en series, películas o cuentas en redes sociales de mujeriegos y maleantes que presumen lo grandiosa que es su vida de fornicación, abandono de hijos y fuerza física, mientras pretenden enseñarles sobre nobleza y dominio propio? Estos hombres despreciables les pondrían un anillo en la nariz y los arrastrarían al precipicio si se lo permiten.
Rotten Tomatoes (Tomates dañados)
Creo que podemos aprender de generaciones pasadas, que no se ahogaban en las distracciones como lo hacemos hoy. Durante mucho tiempo, solía desestimar a los predicadores de antaño que se lamentaban del teatro. Acusaban a las salas de espectáculo de corromper a la sociedad y de propagar el vicio y la irreligión. Cuando aquellos predicadores lanzaban rayos desde el púlpito contra los asistentes al teatro, yo no hacía más que soltar una risa nerviosa. Me parecía una reacción exagerada.
Sin embargo, quería entender por qué protestaban, así que recientemente leí un tratado contra el teatro escrito por un clérigo del siglo XIX. Según Hiram Mattison (1811–1868), los antiguos moralistas paganos, la iglesia primitiva y la iglesia de épocas pasadas se unieron para denunciar el teatro como una «escuela del vicio». Él afirma sobre el teatro:
A lo largo de toda su historia, siempre ha sido una institución perversa. Los antiguos moralistas paganos lo condenaron; los primeros escritores cristianos lo condenaron; los escritores y ministros cristianos modernos casi sin excepción lo condenan. ¡Es perverso en su contenido y perverso en su forma!
¡Es una escuela de blasfemia e irreligión! Es una plaga moral y social dondequiera que se establezca. Sus actores, por lo general, son personas de mala reputación, disolutas e inmorales, y todo lo que la rodea tiende hacia la corrupción. Quienes la apoyan son en gran medida bebedores, jugadores, libertinos y prostitutas. Nunca se ha sabido que haya hecho algún bien, mientras ha arruinado a decenas de miles. Es completamente incapaz de reformarse o de convertirse en algo mejor que un foco de infección moral en toda comunidad donde se tolere su repugnante existencia.
Y aun así —¡bastaría para hacer llorar a los ángeles, si estos pudieran derramar lágrimas!— , se encuentran cristianos profesantes que la patrocinan y, al hacerlo, la avalan y aprueban con su presencia y su apoyo económico esta maldición que deshonra a Dios y destruye las almas.
Él hace algunas salvedades, pero mantiene firme su acusación. Asistir al teatro en su época y ver películas hoy no son exactamente lo mismo, pero su reprensión aterriza con fuerza sobre buena parte de lo que consumimos hoy en las plataformas de streaming desde casa. Señaló una de las obras más populares de su tiempo con estas palabras:
Más allá de las blasfemias que fermentan toda la obra, ¿qué puede producir sino maldad? El vicio se retrata como algo placentero. El libertinaje, como algo digno de elogio. La verdadera religión es rechazada. Todas las buenas acciones las realizan personas malas, y todas las malas, personas buenas… Si la obra de Jesús fue ascendente, esta obra es descendente. Elige qué evangelio vas a abrazar.
Cristiano, no permitas que nadie te aparte de lo bueno, lo verdadero y lo bello
Pocos programas de televisión y películas populares escapan al espíritu de esta crítica. Recuerda: «Las malas compañías corrompen las buenas costumbres» (1 Co 15:33). Hazte amigo de mafiosos, prostitutas, estafadores, bufones, adúlteros, asesinos, blasfemos y similares… y no esperes salir sin daño. «Déjenles la pantalla», dice Satanás a sus demonios. «Ya veremos cuánto resisten».
Devorándonos a nosotros mismos
Hace poco descubrí que algunas serpientes pueden terminar matándose a sí mismas. Ya sea por confusión, hambre o estrés, comienzan a tragarse la cola y avanzan sobre su propio cuerpo hasta que, agotadas, mueren. ¿No describe esto a muchos de nosotros? ¿Estamos estresados, insatisfechos, hambrientos espiritualmente… y por eso nos sentamos en el sofá, entumecidos, devorando nuestras almas con entretenimiento vacío?
No se trata de que nunca veas una película, una serie o un partido. El año pasado, una obra fue un bálsamo para mi alma (David, de Sight & Sound Theaters). El punto es este: nunca consumas entretenimiento sin discernimiento. Que el mundo si quiere apague su mente y regrese a sus historias; tú no puedes hacerlo. Seamos honestos: la mayoría de los programas probablemente no nos están ayudando mucho a llegar al cielo. Las generaciones cristianas anteriores parecían entenderlo mejor, y eran más decididas al confrontar la mundanalidad. Se preguntaban unos a otros: «¿No saben ustedes que la amistad del mundo es enemistad hacia Dios?» (Stg 4:4).
Cristiano, no permitas que nadie te aparte de lo bueno, lo verdadero y lo bello. Elige bien qué historias vas a abrazar, qué evangelio vas a creer y qué sermones—los de Dios o los del mundo—moldearán tu alma con el paso del tiempo.