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Nota del editor: 

Este artículo está escrito en el estilo de Cartas del diablo a su sobrino, de C. S. Lewis, en la que un demonio tentador le habla a otro en entrenamiento.

Mi querido Gotasangre,

Luego de semanas de silencio, por fin hablas. Me aseguras que habrías escrito antes, «si tuvieras algo siniestro que informar». Estás en un punto muerto. Has tendido trampas devastadoras solo para verlas ser evitadas. Te lamentas de la lentitud de todo ello. No aúlles demasiado fuerte, mi impaciente aprendiz. No todos los que caen, caen por los precipicios.

Casi por accidente, mencionaste que tu hombre «ha comenzado a pasar horas al día en su teléfono». Aunque lamentas que haya dejado de lado esos sitios que tanto nos gustan, sobrino, mira más de cerca.

¿Ves algún cambio en tu hombre estos últimos meses? No es el mismo. Está siendo consumido por lo que consume, se ahoga en nimiedades inocentes. Aunque el contenido no es criminal, su mente se embota. Su apetito se reduce. Le duelen las articulaciones de los dedos y le duelen los ojos de tanto escribir, navegar, hacer clic y mirar. Esta pandemia ha proporcionado una tremenda oportunidad, a la que un demonio no podría resistirse.

A pesar de tus suspiros, él sigue atrapado, incluso ahora, en una fuerza feroz, una fuerza espantosa, una fuerza de lo más asfixiante, una fuerza de, bueno, nada.

La fuerza de la nada

Comenzó cultivando un hábito. Cuando el estrés tensaba sus hombros, o el trabajo se le echaba encima, o el aburrimiento bostezaba en la cuarentena, encontraba cierto alivio en las pequeñas distracciones: una buena serie, un artículo interesante, un apetitoso video de YouTube, un nuevo seguimiento en Twitter. Estas cosas se convirtieron en algo terapéutico; una inyección de alivio para las crecientes incertidumbres de la vida. Piensa en esas trampas para ratones que matan a los roedores con trozos de veneno que deshidratan cuanto más se consumen.

Luego se volvió una adicción. Poco a poco, a medida que la temporada se torcía, metía la mano para obtener más y más bocados de diversión. Todo era bastante inocente, para estar seguro (¡como deberías recordarle!). Enfermo de trivialidad, perdió el apetito por toda la comida que el Enemigo le tendía. ¡Qué desperdicio! ¡Qué triunfo!

Ahora se sienta, como un glotón de las interrupciones, pasando horas en su teléfono e incontables horas en otras distracciones. Ya no posee el poder de la atención fija (tan vital en el servicio del Enemigo). Con un sonido, una notificación o un pensamiento, puedes alejarle de sus oraciones, de escuchar uno de esos repugnantes sermones, o romper el hechizo que a veces arroja el horrible Libro sobre él. Nunca está completamente presente cuando busca al Enemigo, o en cualquier otro lugar. Su mente es una ciudad sin muros, cualquier distracción lo alejará.

Ya no necesita una buena serie para distraerse de sus obligaciones: es suficiente con repetir alguna que no le interese. La nada trivial, la nada vacía, la nada navegando en internet, mirar a la nada, ocupado en nada o la nada religiosa: solo tiene que elegir un sabor.

Hombres de nada

Ahora, nos encanta capturar en la nada a los niños, a las mujeres y a los que tienen huesos viejos. Pero de todas las almas, nada despierta el paladar pernicioso como el atrapar a sus hombres.

Hombres de nada, hombres pequeños que mordisquean bocadillos, que nunca hacen preguntas ni salen de sus modestas comodidades, que nunca levantan la voz ni dicen nada que valga la pena a su prójimo; hombres momificados de ambiciones embotadas y alegrías insulsas que nunca se elevan a nada por encima de sí mismos y que no soportan ningún peso que les impida salir volando: estos hombres son los manjares del infierno, nuestros trofeos más preciados.

Taxidermia, Gotasangre, taxidermia. Cazar, disecar, presentarlos como vivos y ponerlos en exhibición en sus casas e iglesias. Pueden rendir homenaje al Enemigo con fría formalidad, pero reconocemos el engaño cuando lo vemos, ¿no? Qué infección tienen estos hombres en la familia y la sociedad en general. No aborrecen nada. No aman nada. Sus afectos, enganchados a las cosas pequeñas, se marchitan. Su agarre débil, sus ojos vidriosos y sus sonrisas a medias se extienden como nuestra pandemia no declarada.

Una oración oscura

Déjame llevarte a la sala de trofeos en la que la Nada conduce al hombre. Nunca olvidaré el momento en que, siendo yo mismo un diablo joven, presencié la condena de uno de los pacientes de Escrutopo (aunque él olvidó que yo estaba allí para verlo). Las últimas palabras del hombre, que sirvieron como una oscura oración antes de la comida: «Ahora puedo ver», dijo secamente, «que he pasado la mayor parte de mi vida sin hacer lo que debía, ni lo que me gustaba».

¡Una vida gastada sin hacer lo que debía ni lo que le gustaba!

¿Cómo describir el deleite oscuro que me invadió con esas palabras? Mi mente se abrió a un nuevo mundo de diabluras. ¿Podría haber un reconocimiento más diabólico a la maestría, el engaño, el arte puro de un titiritero que esto: los roedores atrapados abajo, atraídos por un queso sin madurar que no ofrecía ni salud ni placer?

Ningún trofeo cuelga con más orgullo, ninguna presa ha sabido más jugosa que ese hombre perfectamente conservado dentro de la inactividad de la Nada. Un cierto (y delicioso) crujido acompaña a un hombre que nunca vivió.

Ese «algo» horrible

La humanidad, en sus inicios, rebosaba, estallaba, abundaba en el ser. El mejor de los demonios se agotó tratando de domar a estos leones. Nuestro Padre de Abajo tuvo que salir al campo en persona para enganchar a los dos primeros. Por supuesto, fue necesario que nuestro Padre, una vez más, extinguiera ese espantoso fuego cuando el propio Enemigo marchó sobre nuestro país.

Basta con decir, Gotasangre, que el Enemigo está ocupado interfiriendo. Conocemos su mente espantosa, ¿no es así? Pretende dar nuevos amores, nuevos afectos, nuevas pasiones, nuevas determinaciones que animen desde nuestro lánguido sopor. Pretende levantar un ejército de esos huesos secos a los que antes les importaba poco la vida, la muerte y todo lo que hay en medio o más allá. Quiere entrometerse.

En oposición a nuestra Nada, Él busca traer ese temido Algo. Él espera bombear sangre en sus venas, novedad en sus almas, y su terrible Espíritu dentro de ellos. Quiere que los espíritus sean fervorosos, que los corazones adoren, que las bocas canten y que las manos sirvan. Quiere que todos ellos se sientan impulsados por una pasión, pero no de la nuestra.

Mantén sus cabezas abajo, ocupadas en nada. Nada estropea nuestro trabajo como levantar la mirada hacia el Enemigo. Aunque hayamos ensangrentado esa cara más allá del reconocimiento humano, de alguna manera ellos ven Algo en Él, y se convierten en Algo por Él: Algo suficiente como para romper nuestra poderosa red.

 

Tu tío de abajo,

Tenebrosodios.


Publicado originalmente en Desiring God. Traducido por Equipo Coalición.
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