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En la madrugada del miércoles 9 de noviembre, luego de que millones de ciudadanos fueran a las urnas a elegir el presidente no. 45 de los Estados Unidos de América, el republicano Donald Trump resultó victorioso. Yo me había ido a dormir cuatro horas antes, pero a las dos de la mañana me desperté y miré mi iPhone. Al ver que Trump estaba a punto de ser declarado vencedor, no pude volver a dormir.

Por una parte, la plataforma de Trump defendía ciertos valores que todos los cristianos debemos defender: particularmente, la santidad de la vida desde la concepción, y la santidad del matrimonio. Por otra parte, no obstante, Trump mostraba una conducta altamente cuestionable y levantaba muchas interrogantes morales. A eso le agregamos un lenguaje altamente ofensivo al pueblo hispano. Desgraciadamente, como es bien sabido por el pueblo cristiano, el partido demócrata tampoco nos presentaba una opción evidentemente preferible, con la horrenda disposición de Hillary Clinton en favor de todo tipo de aborto. Como sea, la mayoría de los votos fueron para Trump.

En medio de este momento histórico, mi mente no me dejó dormir. Al ver que Trump había ganado, me puse a pensar en mis muchos amigos que son inmigrantes indocumentados y cómo reaccionarían a la victoria de Trump. Mi corazón pastoral no me permitió descansar sabiendo de la ansiedad que personas que amo profundamente van a experimentar debido a esta noticia.

Por supuesto, como cristianos, nuestra confianza como creyentes no está en políticos sino en el Rey de Reyes que reina soberanamente desde su trono. Nuestro futuro está en sus manos y debemos confiar en su sabia declaración providencial para los Estados Unidos. Debemos recordar que todo lo que Dios declara es sabio y todo lo que sucede en el mundo está bajo su control. Romanos 13:1b dice: “Porque no hay autoridad sino de Dios, y las que existen, por Dios son constituidas”. En nuestro contexto, esto quiere decir que Dios –por medio del proceso político de este país– ha puesto a Trump como autoridad. Esto no es un accidente, sino el cumplimiento de los planes de Dios.

A la vez, y sin contradecir lo anterior, puedo entender el temor que algunos de mis amigos indocumentados sienten por la retórica de Trump durante la campaña electoral. Su lenguaje fue extremo al hablar de políticas relacionadas a la inmigración. Quiero ser sensible a esta situación. Dios llama a los inmigrantes creyentes a confiar en Él en este tiempo, de la misma forma que hubiera llamado a padres creyentes que temían las políticas sobre el uso de baños públicos por la comunidad transexual que Clinton apoyaba.

Este artículo está dirigido a la comunidad hispana indocumentada que profesa fe en Cristo. Es mi convicción que debemos procesar todos estos temas de manera bíblica, de modo que nuestra forma de pensar sea moldeada por la Palabra. Aunque tengamos sueños, deseos de progreso y anhelos para esta vida, a fin de cuentas nuestro llamado como creyentes es glorificar a Dios, y la Palabra de Dios debe guiar nuestras vidas en momentos de incertidumbre como este. También quisiera recordar a los creyentes que no se encuentran en esta situación que procuren ser tardos para la ira y el juicio (Stg. 1:9). Al hablar de “indocumentados” estamos hablando de una categoría gigante de personas, dentro de la cual hay padres, madres, hijos e hijas, esposos y esposas, muchos de los cuales conocieron al Señor luego de mudarse a los Estados Unidos y se encuentran en situaciones muy complicadas. Para todos, aquí presento algunos principios que nos deben ayudar.

Políticas de inmigración

En Romanos 13 vemos que el rol principal del gobierno no es el de extender misericordia, sino de proteger a sus ciudadanos: “Pues [la autoridad] es para ti un ministro de Dios para bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no en vano lleva la espada, pues ministro es de Dios, un vengador que castiga al que practica lo malo”.

Una de las formas que cada gobierno protege a sus ciudadanos es por medio de políticas migratorias que cuiden los intereses y la seguridad de la nación. Así como cada país en el mundo escoge sus políticas migratorias, Estados Unidos tiene el derecho de implementar leyes que protejan sus bordes. No tengo el espacio en este artículo para desarrollar este tema en profundidad, pero en el Antiguo Testamento vemos que Israel como nación tenía políticas migratorias en las que se diferenciaba al extranjero del residente legal. Para más información sobre esto, te invito a leer mi artículo “Inmigración: una perspectiva pastoral”.

Inclusión de personas productivas

En ese mismo artículo, comenté cuán complicada es situación migratoria en los Estados Unidos. La deportación de millones de inmigrantes sería prácticamente imposible y muy dañino para el país. Por consiguiente, es poco probable que eso suceda –aunque, claramente, no imposible–. Mi llamado a todo inmigrante indocumentado es que viva a la luz de Romanos 13. Según la política migratoria de las últimas décadas, no es claro que las personas que están en este país sin documentos estén automáticamente quebrantando lo estipulado en Romanos 13.

Si eres un inmigrante indocumentado, te animo a que te sometas a las leyes que claramente debes obedecer. Paga tus impuestos; conduce solo si tienes permiso de conducir; maneja con precaución; no uses documentos falsos para poder trabajar. Así no tendrás que temer innecesariamente a la autoridad y honrarás a Dios.

La iglesia y la protección del indefenso

Estoy convencido que la iglesia debe ser una voz y un refugio de protección para el indefenso, entre los cuales se encuentran los niños en el vientre de sus madres como también los inmigrantes. Como cristianos debemos de apoyar medidas razonables que resuelvan la incertidumbre en el tema de inmigración. Además, debemos de ser apoyo a nuestros hermanos en necesidad. Más importante aún, debemos de predicar el evangelio con urgencia, pues salvación es lo que todo ser humano –sea ciudadano o no– lo sea necesita desesperadamente.

Deportación de criminales

Lo más probable es que el proceso de deportación bajo la nueva administración republicana sea más agresivo para personas con historial criminal. Para los inmigrantes, vivir en este país, estrictamente hablando, no es un derecho sino un privilegio. Si una persona no respeta lo que dice Romanos 13, dicho privilegio se puede perder. Como dice el versículo 3: “Porque los gobernantes no son motivo de temor para los de buena conducta, sino para el que hace el mal. ¿Deseas, pues, no temer a la autoridad? Haz lo bueno y tendrás elogios de ella”. Los que deben temer son aquellos que no se someten a la autoridad puesta por Dios. La gran mayoría de nosotros, los hispanos, somos personas productivas en este país. Pero sería justo las personas que cometen serias violaciones de las leyes de este país anfitrión sean deportadas.

Por lo mismo, la comunidad hispana se debe caracterizar por una intolerancia al crimen dentro de nuestros confines. Basados en Romanos 13, debemos cooperar con la policía para que exista el orden dentro de nuestras comunidades.  

Debemos confiar en Dios

“Sométase toda persona a las autoridades que gobiernan; porque no hay autoridad sino de Dios, y las que existen, por Dios son constituidas” (Rom. 13:1). Confiamos que toda autoridad es puesta por Dios y son de Dios. Aplicando esto a nuestro contexto, podemos decir que Donald Trump ha sido puesto como presidente por Dios. Si Dios lo puso en esa posición, nosotros que confiamos en un Dios soberano podemos estar en paz sabiendo que Dios sabe qué es lo mejor.

Ahora bien, creo ningún cristiano debería estar extremadamente emocionado por la victoria de Trump. Si bien es cierto que él hizo promesas en áreas de importancia para muchos creyentes, la realidad es que todo partido político está manchado por la caída y un de las grandes manchas de la campaña de Trump fue sus comentarios de índole racista. Asimismo, el mismo principio se aplicaría si hubiera ganado y probablemetne protegido —posiblemente— los privilegios de los inmigrantes. La gran mancha del partido demócrata es el apoyo a los derechos reproductivos y la agenda LGBTQ. Los cristianos debemos sentirnos en conflicto con la política, ya que ningún partido puede darnos en este mundo lo que vamos a experimentar en la eternidad. 

Recordar la división de poderes

Un aspecto positivo de la constitución de los Estados Unidos es la división de poderes (ejecutivo, legislativo, y judicial). Esto significa que el presidente –Trump o quien sea– no puede actuar solo, sino que necesita el apoyo de la rama legislativa y el monitoreo de la rama judicial. Esta es una gracia providencial que nos debe dar paz. Pero, repito, en última instancia nuestra paz no debe estar en la providencia temporal sino en el Dios de la providencia.

Reflejar el evangelio

“Por consiguiente, el que resiste a la autoridad, a lo ordenado por Dios se ha opuesto; y los que se han opuesto, sobre sí recibirán condenación” (Rom. 13:2). El evangelio nos lleva a no tener temor en este sentido. Nos impulsa a someternos a las autoridades. Cristo recibió condenación para que tú y yo no fuéramos condenados. Esto nos debe dar la certeza que Dios cuidará a sus hijos ya que lo peor que nos pudiera suceder, no nos va a suceder; no seremos condenados por Él (Rom. 8:1). No sé qué depara el futuro. Solo sé que puedo confiar en el Dios que es dueño del futuro. Lo que sí puedo hacer entretanto es honrar los principios de Romanos 13, dejando lo demás en las manos de mi Dios bueno, soberano y sabio.

Si eres un cristiano inmigrante indocumentado en Estados Unidos, recuerda que, en el sentido más fundamental, nada ha cambiado. Tu situación migratoria no está en las manos del presidente actual o electo, sino en las manos de Dios. Como hispano, sé que son tiempos de mucha incertidumbre. No sabemos si la retórica agresiva contra las minorías seguirá aumentando. Pero algo sí sabemos: el Dios que creó todas las razas y nos redimió en Cristo sigue reinando, y un día de toda lengua y nación le adoraremos sin necesidad de bordes.


Crédito de imagen: Lightstock.

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