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Tú, pues, hijo mío, fortalécete en la gracia que hay en Cristo Jesús”, 2 Timoteo 2:1.

En el capítulo anterior vemos al apóstol Pablo dirigirse personalmente al joven Timoteo con recomendaciones acerca de cómo conducirse, no solo en el ámbito ministerial, pero también personal. También Pablo reflexionaba sobre las muchas personas con las que convivió e interactuó reconociendo que muchos se han “quedado en el camino”, inclusive algunos ahora siendo obstáculos a la obra de Dios.

Saliendo entonces de este contexto es que Pablo regresa a dirigirse a Timoteo haciendo el contraste, “Tú, pues, hijo mío”, y le empieza a hablar de fortalecerse. Y es que quizá muchas de las razones por las que otros no han continuado en la fe es precisamente por su debilidad en ella.

Da la impresión de que primero se trata de un fortalecimiento interno que se necesita cuando uno se siente débil, con miedo, ansiedad, o inseguridad; o quizá experimentando fracaso y dolor; Y es que lo que hacemos fluye de cómo nos sentimos.

En este versículo encuentro tres verdades transformadoras.

En primer lugar, es interesante que Pablo no le dice a Timoteo que el Señor le fortalezca. Debe ser entonces porque el fortalecerse ya es una realidad provista y ganada a nuestro favor y que no depende de nuestros esfuerzos para alcanzarla.

Dice también, en segundo lugar, que la manera de fortalecerse internamente es a través de la gracia, de ese “favor recibido no merecido”. Esta descripción ya implica también una acción pasada, externa e independiente del desempeño del que la recibe.

Y por último, la tercera verdad transformadora es que este regalo es gracias a nuestra posición “en Cristo”.  Son las buenas noticias del Evangelio de que porque Él tomó nuestro lugar en la cruz, ahora nos permite tomar nuestro lugar “en Él” sabiendo que somos aceptados, amados, perdonados y justificados.

Piensa en esto y encuentra tu descanso en Él.

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