Jeremías 51-52 y 2 Tesalonicenses 2-3
“… Aquí concluyen las palabras de Jeremías”
(Jeremías 51:64c NVI)
Gabriel García Márquez publicó antes de morir sus memorias tituladas Vivir para contarla. Este libro fue muy esperado por el público debido a la popularidad del escritor colombiano que era conocido por su inmensa capacidad literaria. García Márquez se puso a escribir sobre su vida después de que en el año 1999 le detectaran un cáncer linfático que lo obligó a cambiar su estilo de vida, y lo puso a trabajar sin pausa en su propia biografía de cerca de 600 páginas.
El libro empieza con las siguientes palabras: “La vida no es lo que uno vivió, es lo que uno recuerda”. Esta frase, como muchas otras del autor de Cien años de soledad, está llena de poesía, magia, y mucho misterio. Si nos ponemos a pensar en nuestras vidas, veremos que ella puede quedar condensada en un puñado de eventos que muchas veces ni siquiera están conectados entre sí, pero que por diferentes razones han marcado el rumbo de nuestra existencia y se han establecido como hitos de los que nos enorgullecemos, nos entristecemos, o sencillamente son los momentos que suponemos nos han hecho ser lo que somos. Queda claro que nuestras “memorias” no podrán escribirse segundo a segundo, sino más bien evento tras evento, dejando entre medio grandes lagunas de las que solo podremos decir que humildemente las hemos vivido.
En el mismo sentido, hay muchos personajes de la historia que quedaron inmortalizados en bronce y piedra producto de alguna hazaña noble que hizo que todas sus vidas quedaran reducidas a un corto período de tiempo, el segundo épico y valiente que decidió una batalla, un elocuente discurso que movió multitudes, o el instante en que tuvieron el poder entre sus manos y lo usaron para lograr un cambio fundamental. Desde ese momento único, estos personajes dejaron de envejecer, dejaron de vivir vidas privadas, dejaron de preocuparse por las nimiedades de la vida cotidiana, para simplemente quedar inmortalizados en la historia del evento que quedó establecido como el más importante de sus vidas.
Lo más interesante de todo esto es que, a pesar de todos los esfuerzos de los grandes hombres y mujeres de la historia, ninguno de ellos podrá jactarse de una obra perfecta, completa hasta su más mínimo detalle. Algunos murieron olvidados, otros fueron asesinados, y otros cumplieron su ciclo y luego se fueron apagando como cualquier otro mortal. Cada uno llegó a su fin vislumbrando lo mucho que todavía quedaba por hacer, dejándole la posta a otros que con fuerzas renovadas se entregan a la sublime tarea de ser humanos. Hicieron su parte, cumplieron con uno de los muchos objetivos pendientes, y partieron. Esa fue su gloria y por eso se les recuerda.
El breve texto del encabezado nos habla del fin del ilustre profeta Jeremías. Quizá pueda parecer extraño, pero ese texto me emociona profundamente. Durante algún tiempo hemos estado repasando la vida pública del profeta, sus luchas, sus angustias, y sus lágrimas. Él tuvo un ministerio casi sin alegrías. Sus advertencias y llamados al arrepentimiento no tuvieron efecto entre las autoridades y el pueblo de Judá. Habiendo empezado a profetizar desde muy joven, su ministerio llegó a durar cerca de 40 años. ¿Esto significa que Jeremías fracasó? No, de ninguna manera. Él hizo lo que tenía que hacer, y lo hizo hasta el fin. Nunca le tocó hacer algo fácil o popular. Todo tuvo un precio sumamente alto, casi sobrehumano, y lo tuvo que pagar con creces. Pero pudo llegar al fin. Aunque su libro acaba abruptamente, no fue porque el Señor ya no tenía nada más que decir, sino, más bien, porque Jeremías había sido utilizado hasta donde el Señor lo había establecido. Así el profeta desaparece de un momento de la historia bíblica que todavía continuaría sin prisa pero sin pausa.
Jeremías me enseña que llegar al fin de la obra no es una tarea fácil. Para conseguirlo necesitamos más que buenos deseos.
Jeremías me enseña que llegar al fin de la obra no es una tarea fácil. Para conseguirlo necesitamos más que buenos deseos. Pero también me doy cuenta a través de su ejemplo que tendemos a abandonar lo que vamos persiguiendo producto de percepciones equivocadas de lo que significa tener “las condiciones adecuadas” para lograr lo que el Señor nos ha llamado a hacer. Déjame precisar a continuación algunas señales equivocadas que nos impiden llegar hasta el fin de los que nos proponemos.
La primera señal equivocada es la necesidad de buscar la aprobación de los demás. Muchos de nosotros dejamos las cosas en el camino porque no contamos con lo que consideramos debería ser la suficiente aprobación pública. Pero antes de buscar el aplauso estadístico, debemos entender que todos los grandes seres humanos que han entregado algo nuevo a la humanidad han pasado por períodos de profunda incomprensión pública. No en vano, antes de salir a la luz del sol, toda nueva planta debe pasar por su período bajo la tierra, sintiendo a los gusanos acariciándole la espalda. Jeremías vivió todo su ministerio con el auditorio en contra… pero nunca se rindió. Él tenía claro su llamado y le bastó la claridad de la voz de Dios para seguir caminando.
La segunda señal equivocada es pensar que todas las cosas se tienen que dar sin contratiempos. “Hay tanta oposición, que creo que detendré el proyecto”, es una de las frases mágicas que usamos para paralizar cualquier empresa. Debemos entender que ir hacia adelante es ir haciendo el camino, limpiándolo de escombros y de todo lo que nos impida el paso. Un camino sin obstáculos es sinónimo de camino recorrido, pero todo aquello que se emprende por primera vez o que implica una transformación tendrá su propia cuota de inconvenientes y de “ver” lo que todavía los ojos no perciben. Jeremías nunca tuvo las oportunidades “servidas como en bandeja”, pero con todo, logró cumplir su cometido como representante de Dios ante su pueblo.
Creo que Jeremías nos enseña que los ingredientes más importantes para llegar al fin de las tareas propuestas son un profundo conocimiento de Dios y su carácter, de su Palabra, un profundo amor por la gente a la que se sirve, y un profundo respeto y pasión por lo que se hace. Spurgeon, el famoso predicador inglés, decía a sus jóvenes estudiantes que si ellos tenían absoluta certeza del mensaje que tenían que predicar no deberían detenerse aun si un ángel con una espada desenvainada les intentara bloquear el paso.
El Señor está llamando a muchos Jeremías en estos tiempos tan difíciles y llenos de oposición.
El Señor está llamando a muchos Jeremías en estos tiempos tan difíciles y llenos de oposición. Son cristianos que no visualizarán el éxito como primeras planas, adulación pública o estadísticas alentadoras, sino en la seguridad de que el Señor al final de los tiempos les dirá: “Bien, buen siervo fiel… entra en el gozo de tu Señor”. De allí que el consejo del apóstol Pablo sea más que pertinente: “Así que, hermanos, sigan firmes y manténganse fieles a las enseñanzas que, oralmente o por carta, les hemos transmitido. Que nuestro Señor Jesucristo mismo y Dios nuestro Padre, que nos amó y por su gracia nos dio consuelo eterno y buena esperanza, los anime y les fortalezca el corazón, para que tanto en palabra como en obra hagan todo lo que sea bueno” (2 Ts. 2:15-17 NVI).
Muchos se ríen del cristianismo porque no ven en nosotros más que ritos y odiosas levantadas temprano los días domingos. Eso es todo lo que les podemos demostrar de nuestra fe. Sin ornamentación ritual, cánticos, y golpes de pecho no somos más que iguales al resto de los mortales. ¿Qué demostramos en la vida real de la eficacia del cristianismo? ¿Cómo podemos llegar al fin de nuestra fe?
Es imprescindible que las nuevas generaciones de cristianos sean consistentes y entendidas en el conocimiento del carácter de Dios y la revelación de su mensaje porque, como nunca antes, estamos bombardeados por una cantidad inimaginable de falsos conceptos que llegan a descolocar y desanimar a cristianos mal informados. Firmeza y mantenimiento son las palabras que usa el apóstol. La firmeza tiene que ver con estabilidad, solidez, y constancia en todo lo que sabemos y hacemos. El mantenimiento es la perseverancia que nos hace ser pacientes y esforzados, renovando y atendiendo constantemente a nuestros valores, creencias, y principios para que se mantengan activos y poderosos.
El cristianismo es relación con el Cristo vivo, y sin comunión viva y personal con Él, todo se vuelve intelectualismo y mero punto de vista.
Sin embargo, tengo que aclarar que Jeremías no solo fue un poderoso hombre con grandes valores y una voluntad de hierro. Lo que aprendemos de él es que básicamente fue un hombre que tuvo una poderosa y firme relación con el Señor. En nuestro caso, no podemos perder de vista que el cristianismo es relación con el Cristo vivo, y sin comunión viva y personal con Él, todo se vuelve intelectualismo y mero punto de vista. Sin Jesucristo, las demandas de la vida diaria ya se nos harían insostenibles como para pensar en algo más trascendente. Sin Jesucristo, no somos más que humanos comunes y corrientes con ciertos ideales. Pero solo el Señor puede confirmar con su misma presencia cada una de las palabras y actos que en su nombre y de acuerdo a sus principios podemos llegar a realizar.
Bien decía A. B. Simpson: “En cierta ocasión vi un cuadro de la constitución de los Estados Unidos diestramente grabado en una placa de bronce, de tal manera que cuando se miraba de cerca no era más que una colección de letras y palabras, pero al mirarlo desde una distancia, era el rostro de George Washington. El rostro aparecía en las sombras de las letras, y pude ver la persona, no las palabras ni las ideas, y pensé: ‘esta es la manera en que debemos mirar las Escrituras y entender los pensamientos de Dios; ver en ellas el rostro de amor brillando a través de sus páginas; no las ideas ni doctrinas, sino a Jesús mismo, como la vida, la fuente y la presencia sustentadora de toda nuestra vida’”.
Si estás pensando que eres uno de los Jeremías del siglo XXI, déjame decirte que durante las entrevistas para tomar obreros para el servicio cristiano, el Señor no preguntará por los méritos personales, ya que las cosas se hacen con su poder y basado en sus méritos. Tampoco averiguará acerca de tus planes magistrales, ya que lo importante será descubrir si estás dispuesto a someterte a su voluntad. Por lo tanto, lo que si se te preguntará es acerca de tu disposición para llegar a las últimas consecuencias… ¿Qué es lo que responderás?