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La pandemia del COVID-19 nos ha dejado una larga lista de secuelas que van más allá de la salud. Los efectos en la economía son tangibles a nivel global: desde los atrasos en la alta producción de todo tipo de artículos hasta el negocio pequeño de un amigo o familiar que no pudo subsistir producto de los meses de encierro. Los colegios aún no funcionan como solían hacerlo en algunos lugares. Muchos alumnos no han regresado al aula de manera completamente presencial. Los espacios vacíos en las iglesias revelan la ausencia de muchos; algunos porque ya no están y otros porque aún participan de manera virtual.

Sin embargo, hay otro tipo de secuelas no tan obvias pero latentes. Los tiempos posteriores a la pandemia han traído al escenario una batalla de fe que décadas atrás solo hubiera sido hipotética. Aunque, por ahora, el problema no ha llegado con la misma fuerza al continente latinoamericano, no dudo de que lo hará porque la mayoría de estas corrientes que comienzan en los Estados Unidos luego avanzan como una ola lenta pero poderosa hacia otros países de la región.

La batalla de la que hablo es lo que se conoce como «deconstruir la fe». Aunque este fenómeno comenzó antes de 2020, no fue hasta después que comenzó a tomar mayor fuerza en las redes sociales y las noticias relacionadas con el mundo cristiano. No sé cuán familiarizado puedas estar o no con el concepto, por lo que considero oportuno que hablemos de lo que significa antes de continuar. La autora Alisa Childers define la deconstrucción de la fe de esta manera:

En el contexto de la fe, la deconstrucción es el proceso de analizar de manera sistemática y, a menudo, rechazar las creencias con las que creciste. A veces el cristiano se deconstruye hasta el ateísmo. Algunos permanecen allí, pero otros experimentan una reconstrucción. No obstante, el tipo de fe que terminan adoptando casi nunca se parece al cristianismo que conocían anteriormente (Another Gospel?, p. 24).Dicho en pocas palabras, es un proceso personal mediante el cual dejas de creer lo que creías sobre Dios, la Biblia y la iglesia.

Tenemos, por ejemplo, la historia de Joshua Harris que conmovió al mundo evangélico de los Estados Unidos en 2019. Harris fue un paladín de la llamada «cultura de la pureza» a finales de los años noventa y los primeros años del siglo XXI. Sus libros luchaban contra el contexto hipersexualizado que rodeaba a los jóvenes y proponían un tipo de noviazgo diferente. Sin embargo, Harris se retractó de todos sus argumentos algunos años después, al punto de emitir públicamente una disculpa a aquellos a quienes consideraba haber dañado con este tipo de enseñanzas a favor de una conducta sexual diferente a la que propone la cultura que nos rodea en la relación de noviazgo. De hecho, llegó a un acuerdo con las casas publicadoras para eliminar los libros del mercado y no realizar reimpresiones. Luego, en el 2019, Harris y su esposa anunciaron que se estaban divorciando y poco tiempo después escuchamos la noticia de que Harris ya no se consideraba cristiano.

A esta historia le han seguido muchas más. Si haces una búsqueda en línea encontrarás toda una comunidad de personas que se han unido bajo la idea de una fe «deconstruida». Algunos tienen libros y podcasts con grandes audiencias. Lamentablemente, la idea de deconstruir la fe se ha hecho popular. Pero ¿debería sorprendernos? 

Lo que he observado con mucha tristeza es que la gran mayoría de los casos de «deconstrucción» están relacionados con asuntos morales e incluso políticos. Las personas rechazan lo que creen porque cuestionan las doctrinas, la fe que han abrazado y la posición del cristianismo histórico al respecto. Por lo general, el camino tiene que ver con temas como el matrimonio tradicional, la sexualidad, los problemas raciales u otro punto de relevancia social.

En el fondo, la «deconstrucción» no es tanto un asunto de evaluación de la teología, sino más bien de abrazar una ideología personal popular donde no hay absolutos sino verdades relativas. A mi modo de ver, es simplemente un cristianismo acomodado a los gustos personales y alejado de toda ortodoxia. Así que, respondiendo a la pregunta planteada arriba, no creo que debería sorprendernos. Jesús advirtió que sucedería. Él dijo que muchos se enfriarían (Mt 24:12-13). La iglesia primitiva vio desertar a supuestos creyentes de sus filas. Pablo los menciona por nombre en algunas de sus cartas; habla de Himeneo, Fileto y Demas. Juan menciona a los que «salieron de nosotros» (1 Jn 2:19).

No hay nada nuevo debajo del sol y, sin lugar a duda, las corrientes e ideas como estas irán en aumento. El cristianismo verdadero, aunque por un tiempo pueda parecerlo, no ganará en concursos de popularidad. 

Está bien tener dudas

Ahora bien, con respecto a la «deconstrucción» de la fe, es importante tener claro que hay una diferencia entre abandonar lo que crees y luchar con tus dudas. A lo largo de la historia, muchos creyentes han vivido «crisis de fe» (término que antes usábamos para esos momentos de dudas). Por ejemplo, aunque no con estas palabras, creo que algo así fue lo que experimentó Elías en la cueva luego de su encuentro con Jezabel (1 R 19).

Es importante tener claro que hay una diferencia entre abandonar lo que crees y luchar con tus dudas

Si somos honestos, todos los creyentes hemos tenido dudas de alguna u otra clase en algún momento de nuestro caminar con Dios. Todos tenemos preguntas sin respuestas, o al menos sin respuestas completamente absolutas. ¡Eso está bien! El Señor nos dotó con la capacidad de analizar, preguntar, indagar y cuestionar todo lo que conocemos y vamos aprendiendo. Todo eso es parte del proceso intelectual que nos hace únicos como criaturas. Al mismo tiempo, Él decidió en Su soberanía que de este lado del sol no tendremos todas las respuestas.

Suelo decirle a mis hijos que Dios está preparado para nuestras dudas y preguntas y que no le ofendemos cuando le decimos que no entendemos algo. Nuestro conocimiento siempre será limitado, ¡porque Él nos hizo así! Si pudiéramos entenderlo todo y responder todo, no seríamos humanos. Seríamos Dios. Pero tener dudas legítimas que nos lleven a pensar, profundizar, meditar y conversar con otros no es lo mismo que «deconstruir» o abandonar la fe. Deconstruir la fe es sumamente peligroso porque termina tomando el camino de «voy a creer lo que yo quiera porque es mi verdad».

Como ya mencioné, las dudas de los que «deconstruyen» su fe tienen mucho que ver con cuestionar lo que la Biblia dice sobre asuntos morales, especialmente cuando esos asuntos morales opuestos son muy populares en la cultura contemporánea. A menudo los «deconstructores» quieren mostrar que aman a Jesús, pero no Sus enseñanzas y la autoridad de Su Palabra. Al adoptar esta postura, buscan acomodar las enseñanzas de las Escrituras para que encajen en la cultura que les rodea o en su propia historia individual.

Algunos casos de «deconstrucción» tienen que ver con experiencias personales muy dolorosas dentro del contexto de la iglesia como, por ejemplo, el abuso. Otros quieren «deconstruir» su fe porque afirman no poder identificarse con esta o aquella posición adoptada por el cristianismo histórico en temas sociales. Quizá fueron parte de congregaciones donde hubo un legalismo extremo o enseñanzas nada bíblicas.

En todos estos casos, el cuestionamiento es más que válido y debe ser discutido en amor con mucha paciencia y también empatía. Sin embargo, eso no significa que se buscará desechar la Palabra de Dios para encontrar una respuesta popular y aceptada por todos.

La autoridad de la Palabra

Si bien es cierto que debemos analizar cómo interactuamos con la sociedad en la que vivimos, y la manera en que procedemos como iglesia ante diversas situaciones o cuestionamientos culturales a nuestras creencias o conductas, todo esto debe hacerse a la luz de la Escritura y no al razonar o buscar respuestas fuera de ella.

La Escritura ya nos llama a examinarlo todo (1 Ts 5:21): qué creemos, por qué lo creemos, asegurarnos de que creemos en la verdad de la Palabra de Dios y no simplemente en algo que nos dijeron o que pudiéramos considerar como válido solo porque es popular y ejerce una enorme presión cultural sobre nosotros.

Pero eso no es «deconstruir». Pienso en Lutero, a quienes algunos quieren ver como un ejemplo de «deconstrucción» pero cuya meta fue reformar para que la iglesia deseche todo aquello que no era bíblico. Lutero nunca renunció a la Biblia, ¡al contrario! Su lucha era precisamente en defensa de la Escritura como única fuente infalible de fe y práctica.

Es justo ahí donde creo que está el meollo del asunto. Si nuestra fe está puesta en Cristo y si creemos que la Biblia es la Palabra de Dios infalible e inerrante, entonces la respuesta no es «deconstruir» nuestra fe en el sentido más estricto de la frase; es decir, eliminar de nuestras vidas creencias y conductas bíblicas porque no nos sentimos a gusto con ellas o porque la cultura circundante las rechaza. Repito, no estoy diciendo que no podemos tener preguntas y dudas. Estoy hablando de abandonar la fe para vivir una «verdad propia» ajena u opuesta a las escrituras. Sin embargo, si realmente hemos experimentado la gracia y el perdón de Dios, si nuestras vidas han sido transformadas por el poder del evangelio, entonces no debería haber vuelta atrás.

Si creemos que la Biblia es la Palabra de Dios infalible e inerrante, entonces la respuesta no es «deconstruir» nuestra fe

Vayamos al Señor y a nuestros hermanos en la fe para recibir consuelo y ayuda cuando atravesemos por esos momentos de dudas. Estemos dispuestos a caminar con ellos para apuntarles a la verdad cuando otros atraviesen esos momentos. Recordémonos que nuestra fe no está en otros creyentes y ni siquiera en la iglesia. Nuestra fe está puesta en Cristo quien es la roca firme y, una vez anclados en Él, nada nos puede quitar de allí porque le pertenecemos (Jn 10:28-29). Incluso en los días de dudas.

Vivimos tiempos turbulentos, pero eso no es nuevo en la historia de la iglesia. Oremos que el Señor nos dé discernimiento, sabiduría y firmeza en medio de todas las batallas y oleadas de ideas. Nunca olvidemos que gozamos de la presencia del Espíritu Santo, quien mora en nosotros y nos guía siempre y con fidelidad a toda la verdad (Jn 16:13).

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