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Casi todo lo que tiene que ver con tener una familia joven va en contra de un compromiso permanente de varias horas los domingos por la mañana.

El solo hecho de conseguir que todos salgan por la puerta y entren en el mismo vehículo (a cualquier hora del día, en cualquier día de la semana) puede parecer una especie de operación militar sofisticada: despertar a los dormidos y acorralar a los inquietos, dar de comer a los hambrientos (de distintas edades, apetitos y gustos), encontrar un par de calcetines iguales (o al menos razonablemente iguales) para varias tallas de pies, empacar suficientes raciones para mantener a las tropas hasta la hora del almuerzo (muchas raciones, una cantidad irracional de raciones), encontrar otra ropa para la niña de dos años porque acaba de restregar su desayuno por todo el vestido, evitar la rabieta o el berrinche de última hora (hay algo en esos últimos cinco minutos que saca lo peor de los niños, literal y figuradamente).

Y si consigues llegar a la iglesia antes de que se termine el servicio, tendrás que perfeccionar una serie de tácticas específicas y dirigidas para mantener a cada niño callado, quieto y atento. Para el resto de los que no tienen hijos, si un niño rompe a llorar de repente un par de asientos más abajo y te distrae, no te pierdas el milagro de que no haya estado llorando o gritando o riéndose durante los últimos treinta minutos (y ora rápidamente por mamá y papá).

Nuestra presencia fiel los domingos por la mañana merece todo el esfuerzo y el costo, porque hay alegrías preciosas que no son posibles si no nos reunimos

Durante los últimos seis años (desde que nació nuestro primer hijo), he llegado a creer que la guerra espiritual se intensifica entre las cinco de la tarde del sábado y el mediodía del domingo. Estoy convencido de que Satanás envía refuerzos demoníacos para causar tantos estragos como sea posible. Sin duda, las familias jóvenes no son las únicas que tienen la tentación de faltar a la iglesia, pero tienen tantas razones como cualquier otra (o más). Sin embargo, la Biblia es clara al decir que tenemos aún más razones para asistir de todos modos.

Gozo incompleto

Dios nos da a los padres muchas razones para seguir asistiendo a la iglesia, pero como padre de tres menores de siete años, todavía me gusta encontrar más. El apóstol Juan escribe a una iglesia que conocía bien:

Aunque tengo muchas cosas que escribirles, no quiero hacerlo con papel y tinta, sino que espero ir a verlos y hablar con ustedes cara a cara, para que su gozo sea completo (2 Jn v. 12).

Nuestra presencia fiel los domingos por la mañana merece todo el esfuerzo y el costo, porque hay alegrías preciosas que no son posibles si no nos reunimos. «Tengo tantas cosas que quiero decirles», dice Juan, «pero el papel y la tinta no sirven». Las personas son las mismas, el significado es el mismo, las propias palabras pueden ser incluso aproximadamente las mismas, pero algo es diferente cuando esas palabras se comparten cara a cara. Juan había aprendido el poder espiritual de la proximidad constante.

Juan, por supuesto, tenía mucho que decir por escrito (cincuenta capítulos en cinco libros de la Biblia), y escribió sobre algunas de las realidades más serias y emocionantes del universo. Sin embargo, también sabía que algunas palabras se decían (y escuchaban) mucho mejor en persona. Algunas realidades se saborean, se ven y se experimentan mucho mejor cara a cara. Sabía que la plenitud de su fe y gozo cristianos no podía sentirse desde una distancia segura.

La presencialidad completa el gozo de una manera que la tecnología (como bolígrafos, tinta y cámaras de alta definición) no puede. Esa es una de las razones por las que las familias jóvenes seguimos gastando todo lo que nos cuesta llegar a nuestras sillas cada semana. Más que nada, queremos que nuestra familia sea feliz en Dios, y ser plenamente feliz en Dios requiere sentarse consistentemente con el pueblo de Dios bajo la Palabra de Dios.

Para que su gozo sea completo

La segunda carta de Juan no es el único lugar donde habla de este gozo pleno. En realidad, se podría argumentar que su Evangelio y sus cartas son un largo intento de hacer que este gozo produzca sus frutos en nosotros. En su primera carta dice explícitamente: «Les escribimos estas cosas para que nuestro gozo sea completo» (1 Jn 1:4). Cuando se rastrea ese hilo a través de su Evangelio, se ve que este gozo no es una bonita adición junto al plato del cristianismo, sino la dulzura de cada plato y bocado.

Ninguna familia puede permitirse el lujo de no asistir regularmente a los domingos por la mañana

Cuando Jesús se preparaba para ir a la cruz, por ejemplo, les dice a Sus discípulos: «Estas cosas les he hablado, para que Mi gozo esté en ustedes, y su gozo sea perfecto» (Jn 15:11). Jesús no se limitaba a asegurarse de que los discípulos tuvieran una doctrina organizada y precisa, sino que sus corazones estuvieran llenos. Quería que la verdad dentro de ellos ardiera. Cristo vino, enseñó, obró milagros, murió y resucitó no simplemente por la verdad y la justicia, sino por el gozo: para que Su gozo se encendiera y ardiera en nosotros.

Un capítulo después, Jesús dice a los mismos hombres: «Hasta ahora nada han pedido en Mi nombre; pidan y recibirán, para que su gozo sea completo» (Jn 16:24). El gozo es la respuesta final a todas nuestras oraciones. Oramos, y seguimos orando, para poder saborear una profundidad e intensidad de alegría que no experimentaríamos de otro modo. Unos versículos más adelante dice:

Ustedes estarán tristes, pero su tristeza se convertirá en alegría… Ahora ustedes tienen también aflicción; pero Yo los veré otra vez, y su corazón se alegrará, y nadie les quitará su gozo (Jn 16:20, 22).

Por eso, cuando Juan escribe: «Espero ir a ustedes y hablar cara a cara, para que nuestro gozo sea completo», ese gozo está cargado de significado para él. Es un eco fuerte de sus últimas horas con Jesús, y de las cientos de horas que pasaron juntos antes de eso, caminando por los mismos caminos, comiendo la misma comida, experimentando los mismos recuerdos, sirviendo a las mismas personas necesitadas.

Para Juan, este gozo no consiste simplemente en disfrutar de una buena compañía, sino que está cerca del corazón de lo que significa seguir a Jesús. Fuimos creados, llamados, redimidos y comisionados para encontrar el gozo juntos, para encontrarnos con Dios codo a codo, no meramente a través del Wi-Fi.

Familias creadas para un cuerpo

Este gozo no puede completarse a través de una transmisión en vivo, porque nuestras almas no fueron hechas en última instancia para escuchar letras y sermones; fuimos hechos para ser parte de un cuerpo. El apóstol Pablo escribe:

Así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero, todos los miembros del cuerpo, aunque son muchos, constituyen un solo cuerpo, así también es Cristo… Porque el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos (1 Co 12:12, 14).

Las familias que no asisten consistentemente a la iglesia son como manos amputadas o globos oculares extraviados. No solo seríamos feos, sino funcionalmente inútiles. No solo inútiles, sino que dañaríamos el cuerpo que nos necesita, con amputaciones espirituales. ¿Dónde está el sentido del oído? En casa, bajo las sábanas, viendo de nuevo la transmisión en directo. ¿Dónde está el sentido del olfato? Descansando un poco más porque es demasiado difícil salir. ¿Dónde está el sentido del gozo? Se ha apagado y diluido por nuestra ausencia.

El gozo cristiano depende de la presencia física regular porque así es como funciona el cuerpo.

Más bien, al hablar la verdad en amor, creceremos en todos los aspectos en Aquel que es la cabeza, es decir, Cristo, de quien todo el cuerpo, estando bien ajustado y unido por la cohesión que las coyunturas proveen, conforme al funcionamiento adecuado de cada miembro, produce el crecimiento del cuerpo para su propia edificación en amor (Ef 4:15-16).

Al igual que Pablo, Juan sabía que este gozo se manifiesta en relaciones reales, continuas, de vida a vida. Al fin y al cabo, él nos dio el importante mandato de Jesús: «Un mandamiento nuevo les doy: “que se amen los unos a los otros”; que como Yo los he amado, así también se amen los unos a los otros. En esto conocerán todos que son Mis discípulos, si se tienen amor los unos a los otros» (Jn 13:34-35). ¿Cómo reconocerá el mundo quién ha estado con Jesús? Por cómo nos amamos unos a otros. ¿Cómo nos amaremos unos a otros sin comprometernos a vernos?

Hemos sido creados para estar juntos, hombro a hombro, en la iglesia. Fuimos hechos para un cuerpo

Lo que las familias no pueden permitirse

Cuando todavía estaba soltero, a veces me desconcertaba por qué a las familias les costaba tanto ir a la iglesia. Claro, puede que haya más cabellos por peinar y cordones de zapatos que atar, pero ¿qué tan difícil puede ser realmente? Esa confusión ingenua se estrelló contra las rocas de nuestros propios niños de temibles dos años. Los obstáculos a la vida normal en la iglesia con niños pequeños son innegables. Pero escúchenme, amigos padres: las recompensas también lo son.

Ninguna familia puede permitirse el lujo de no asistir regularmente los domingos por la mañana. Es cierto que no siempre estaremos tan bien organizados como quisiéramos y probablemente no siempre llegaremos a tiempo, pero con el tiempo toda nuestra familia será más feliz por haber estado allí. El bolígrafo y la tinta no servirán; tampoco los podcasts y correos electrónicos. Hemos sido creados para estar juntos, hombro a hombro, en la iglesia. Fuimos hechos para un cuerpo. Estamos hechos para pertenecer. Solo nuestra presencia hace que esa pertenencia gozosa se convierta en una realidad plena.


Publicado originalmente en Desiring God. Traducido por Equipo Coalición.
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