—¿Qué nombre le pondremos a la prueba? —le preguntó Leslie Groves a Robert Oppenheimer.
—Golpea mi corazón, Dios tripersonal —respondió.
—¿Qué?
—Trinidad —explicó Oppenheimer.
En la película más reciente de Christopher Nolan, el físico principal detrás de la bomba atómica asocia el Proyecto Manhattan con el Dios que destruye para rehacer y restaurar, quien destruye para dar esperanza a la humanidad después de las fieras consecuencias del pecado.
Oppenheimer está citando el Soneto sacro XIV de John Donne, del cual un fragmento se lee así:
Golpea mi corazón, Dios tripersonal, pues Tú
Lo que aún haces es llamar, respirar, brillar, y buscar la enmienda;
Para que yo pueda ascender, y aguantar, derríbame; y redobla
Tu fuerza para romper, soplar, quemar, y hacerme de nuevo.
El soneto renacentista es una ilustración de la inescapable soberanía de Dios sobre el destino del hombre y la incapacidad del pecador para volverse a Dios, a menos que el Señor lo rescate del enemigo (y de la muerte) que lo subyuga. Oppenheimer y Donne reconocen lo que los creyentes han afirmado por milenios: la soberanía de Dios es inescapable.
Pero ¿es bíblica esta aseveración? ¿Y lo que afirma sobre los destinos establecidos para las personas nos lleva a una visión más débil de las misiones y el evangelismo? Exploremos lo que Dios nos revela en las Escrituras.
Política y protones
Dios es el Creador, Sustentador y Gobernador de todas las cosas que pasan en el universo, desde los eventos a gran escala, como las guerras entre naciones, hasta la combinación de átomos más pequeña y de apariencia insignificante. Él controla la política y los protones. Él gobierna sobre cada estrella colapsada que no puede ser vista por el ojo humano y sobre cada molécula de bacteria que vive tan profundamente en el océano que solo podemos especular de su existencia. Dios es soberano sobre todas las cosas.
Dependemos grandemente en la completa soberanía de Dios para entender los pasajes bíblicos que hablan del estado eterno de las personas. Dios no es simplemente soberano sobre la naturaleza aquí en la tierra. Él reina también de forma soberana sobre las personas y sus destinos eternos. La predestinación es la doctrina bíblica que establece que Dios ha ordenado todo lo que ocurrirá, especialmente en lo relacionado con la salvación de los elegidos. Enseña que Dios es el árbitro supremo de los receptores de Su gracia.
Aunque Dios ofrece la salvación gratuitamente a todas las personas, «no queriendo que nadie perezca, sino que todos vengan al arrepentimiento» (2 P 3:9), esta doctrina explica que nadie desea al Señor si Su obra no interviene para darle ese deseo. Como observa Donne, tanto nuestra razón como nuestra resolución están estropeadas por el pecado, lo cual nos deja casados con el enemigo de Dios, a menos que Dios actúe para unirnos a Sí mismo. El ruego del poeta a Dios para que lo rescate subraya que tanto la salvación como la condenación se encuentran, al mismo nivel, bajo la jurisdicción del Señor.
El corolario de la predestinación es la doble predestinación, la cual lleva la clara enseñanza bíblica a su fin lógico al afirmar que los reprobados están bajo el gobierno soberano de Dios tanto como los regenerados. La Biblia aborda el tema con una causalidad arraigada en el carácter de Dios.
La doble predestinación afirma que los reprobados están bajo el gobierno soberano de Dios tanto como los regenerados
El Señor no es descuidado con Sus designios, y todo lo que hace es bueno y sabio. Todas las cosas hechas por Dios tienen un propósito en Su creación, aun cuando el propósito sea desplegar Su justicia a través del juicio. «Todas las cosas hechas por el SEÑOR tienen su propio fin, / Hasta el impío, para el día del mal» (Pr 16:4).
Pedro hace eco de esta idea de que Dios crea algunas personas a quienes no extenderá Su mano salvadora de gracia. Él describe a Jesús como la «piedra angular» de Su pueblo y una roca de ofensa para otros. «Ellos tropiezan porque son desobedientes a la palabra, y para ello estaban también destinados» (1 P 2:8).
¡Lejos de ti!
Romanos 9 contiene la explicación más completa de la soberanía de Dios, tanto en la elección como en la reprobación. Pablo no nos dice simplemente en este pasaje que Dios es, en última instancia, soberano sobre el destino final de cada ser humano; nos dice por qué lo es.
¿O no tiene el alfarero derecho sobre el barro de hacer de la misma masa un vaso para uso honorable y otro para uso ordinario? ¿Y qué, si Dios, aunque dispuesto a demostrar Su ira y hacer notorio Su poder, soportó con mucha paciencia a los vasos de ira preparados para destrucción? Lo hizo para dar a conocer las riquezas de Su gloria sobre los vasos de misericordia, que de antemano Él preparó para gloria (Ro 9:21-23).
Este pasaje enumera dicotomías extremas. El alfarero y el barro, lo honorable y lo ordinario, la forma en que Dios pacientemente espera para la ira y Su revelación de las riquezas de Su gloria. Resalta cómo todas las cosas han sido preparadas de antemano, con propósito, por un alfarero bueno y sabio, para la gloria de Dios. Algunas personas fueron creadas para ser una demostración de la gloria de Dios como receptores de Su gracia, mientras que otras fueron creadas para desplegar Su gloria y santidad a través del juicio.
Una respuesta común de la gente que oye por primera vez la doctrina de la doble predestinación es exclamar: «¡Qué injusto!». Otros dicen: «Dios es amor, entonces nunca condenaría a nadie al infierno sin primero darle una oportunidad de elegirlo a Él».
Aun Abraham luchó con la forma en que Dios muestra misericordia a algunos y justicia a otros.
Lejos de Ti hacer tal cosa: matar al justo con el impío, de modo que el justo y el impío sean tratados de la misma manera. ¡Lejos de Ti! El Juez de toda la tierra, ¿no hará justicia? (Gn 18:25).
Pero Abraham logró ver que Dios nunca actúa injustamente con nadie. Cada persona hace exactamente lo que quiere. Nadie que vaya al infierno desea genuinamente alcanzar la salvación. Pero, aunque todos han elegido rechazar a Dios, Él muestra favor inmerecido y gracia a algunos pecadores, mientras permite que otros sigan yendo en pos de su pecado sin Su intervención. Dios pasa por sobre algunos que han elegido rechazarlo y, eventualmente, les permite tener el castigo eterno que todos merecen.
Se necesitan mineros
Los críticos de la doble predestinación argumentan que, si Dios ya ha elegido el destino eterno de todas las personas, entonces el evangelismo no tiene sentido. ¿Es eso cierto? Si Dios ya ha elegido quién irá al cielo y quién irá al infierno, ¿hemos desperdiciado miles de millones de dólares y un sinnúmero de vidas en el evangelismo mundial? Si no podemos cambiar el plan soberano para cada persona, ¿para qué nos vamos a molestar en compartir el evangelio?
Esta es una pregunta válida, pero, si la predestinación es bíblica, merece nuestra atención en lugar de nuestro rechazo. Para el ojo no entrenado, una roca llena de diamantes que se encuentra entre los escombros podría verse igual que cualquier otra. Pero el minero que examina esa roca de cerca descubre su belleza escondida y su valor implícito. Del mismo modo, aquel que examina cuidadosamente la predestinación encuentra en ella el aliento y el celo para perseverar que con frecuencia necesitan los evangelistas.
En lugar de desanimar a los creyentes de compartir su fe, la doctrina de la doble predestinación estimula al cristiano a una mayor fidelidad en el evangelismo. Aunque la analogía del alfarero y el barro podría ser incómoda para algunos misionólogos, no lo era para Pablo. Su comprensión de la doble predestinación en Romanos 9 no lo lleva a la frialdad o la pasividad. Lo lleva a un amor más profundo por su pueblo y a un llamado más fuerte a las misiones.
Aquel que examina cuidadosamente la predestinación encuentra en ella el aliento y el celo para perseverar que con frecuencia necesitan los evangelistas
Puesto que conocía la falta de arrepentimiento entre su propia gente, Pablo tenía «gran tristeza y continuo dolor en [su] corazón», y deseaba él mismo «ser anatema, separado de Cristo por amor a [sus] hermanos» (Ro 9:2-3). Alimentado por esta pasión por sus parientes perdidos, él les hace un llamado para que todos crean y encuentren la salvación. «Porque: “Todo aquel que invoque el nombre del Señor será salvo”» (10:13).
El apóstol pregunta: «¿Y cómo predicarán si no son enviados? Tal como está escrito: “¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian el evangelio del bien!”» (v. 15). Pablo está convencido de que proclamar las buenas nuevas es necesario para la salvación y, por ende, también lo es el trabajo del evangelista.
Junto con Pablo podemos identificar al menos tres maneras en que la doctrina de la doble predestinación hace mejores evangelistas.
1. Reordena la meta del evangelismo.
La doctrina de la doble predestinación corrige la presuposición defectuosa de que la meta del evangelismo siempre es la conversión o que el mayor bien que puede venir de compartir el evangelio es la salvación de los pecadores. Hay algo mejor y más importante en juego: la gloria de Dios. Si Dios es glorificado tanto al mostrar misericordia a los pecadores como en el justo juicio por su pecado, entonces cada vez que el evangelio sea predicado fielmente es un éxito.
Un ministerio «fructífero» no se puede determinar simplemente por el número de conversiones o bautismos, sino, más bien, por la fidelidad con la que se dio a conocer el evangelio. La doble predestinación otorga categorías para la fe y la incredulidad, y hace que el evangelista confíe los resultados a Aquel que siempre actúa con justicia. Los esfuerzos de los evangelistas nunca son un desperdicio porque una fiel presentación del evangelio a un pecador será o las dulces palabras de salvación o las justas palabras de juicio, según el propósito de Dios.
Como resultado de esta reorientación, la santidad de Dios es primaria en nuestra presentación de Dios, nuestro pecado es el mayor problema que afronta la humanidad y la salvación es el don más hermoso que haya sido ofrecido al mundo. Cuando Dios se da a conocer de manera precisa a los pecadores, esto repercute para Su gloria.
2. Mantiene al evangelista humilde y dependiente de la obra de Dios.
La doble predestinación motiva al cristiano para compartir el evangelio. Le concede la certeza de que los corazones muertos de los elegidos llegarán a la vida cuando escuchen las buenas nuevas. Las iglesias gastan audazmente en sus esfuerzos misioneros y de alcance a los perdidos para recolectar la cosecha prometida (Jn 4:35). No están solamente deseando que sus estrategias inteligentes y sus presentaciones atractivas puedan convencer a los perdidos. Más bien, hay un fundamento para la certeza porque el Señor ha prometido que Sus elegidos vendrán de toda nación, tribu, pueblo y lengua (Ap 7:9). La inversión de ir a las naciones para encontrar a los elegidos tiene una ganancia segura.
La inversión de ir a las naciones para encontrar a los elegidos tiene una ganancia segura
Estar conscientes de la completa soberanía de Dios en la salvación quita cualquier tentación sigilosa hacia el orgullo por parte del evangelista y le hace apoyarse completamente en la dependencia al Señor. Él se regocija en su insuficiencia para la tarea de la conversión y, en su lugar, depende de la fuerza del Señor. El creyente es libre para asumir grandes riesgos al compartir su fe con su compañero de trabajo no regenerado o con los pueblos no alcanzados en todo el mundo, porque es la obra del Señor en la salvación, no la nuestra.
3. Alimenta la perseverancia.
Esta doctrina alimenta la perseverancia al enfrentar la oposición y el desaliento. El misionero fiel se queda cuando los perdidos no creen. Las semillas del evangelio siguen cayendo, aun cuando la tierra parece impenetrable. El misionero afronta la oposición de frente, preparado cuando aquellos que están «comprometidos» con el enemigo de Dios traten de impedir su labor.
Cuando algún grupo étnico no muestra interés en el mensaje del misionero, él sigue arando fielmente, confiándole la cosecha al Señor. Cuando surge la persecución, el evangelista fiel se encomienda al Señor porque sabe que Dios castigará a los malvados y reivindicará a los justos. El misionero que teme que su fiel labor haya sido en vano recuerda que la Palabra de Dios jamás regresará vacía.
El profeta Jeremías conocía el desaliento. Dios lo llamó a predicar la salvación y el juicio al pueblo de Dios. Según muchos estándares de las misiones modernas, él era un fracaso. A pesar de que proclamaba la misma Palabra de Dios, su mensaje fue rechazado y difamado. Fue secuestrado, perseguido y abandonado en una cisterna para que muriera. En lugar de ver que su pueblo se volviera a Dios en arrepentimiento, vio cómo los esclavizaban y los llevaban a una tierra extranjera.
Sin embargo, fue fiel en proclamar el juicio de Dios. Este evangelista «infructífero», cuyo mensaje fue rechazado, cumplió con su misión al dar a conocer la gloria de Dios. Los propósitos de Dios no podían ser frustrados por los babilonios ni aun por el pecado de su propio pueblo. Al igual que Jeremías, nuestra perseverancia en el evangelismo no debe alimentarse de la respuesta de la gente, sino por la fidelidad a Dios.
El mejor y más fiel evangelista atesora la fidelidad por encima de la productividad percibida, porque ha puesto sus ojos en la gloria de Dios, ya sea que se despliegue por medio de la salvación o del juicio.
Golpea nuestros corazones
Mi lucha por reconciliar la bondad de Dios con la doctrina de la doble predestinación duró muchos años. A lo mejor esa es la razón por la que la oración de Donne resuena tan profundamente para mí, en la que pide a Dios que «golpee [su] corazón» con el entendimiento de la soberanía de Dios.
Sospecho que habría resonado también con el apóstol Pablo. Él luchó en angustia por la falta de arrepentimiento que vio en sus parientes, porque conocía las ricas promesas que Dios había hecho para y a través del pueblo judío. La doctrina de la completa soberanía de Dios golpeó su corazón hasta que llegó a un lugar de sumisión a ella, e incluso de gozo en ella.
Después de considerar la soberanía de Dios en la salvación, el apóstol escribe esta gloriosa doxología en Romanos 11:
¡Oh, profundidad de las riquezas y de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Cuán insondables son Sus juicios e inescrutables Sus caminos! Pues, ¿quién ha conocido la mente del Señor? ¿O quién llegó a ser Su consejero? ¿O quién le ha dado a Él primero para que se le tenga que recompensar? Porque de Él, por Él y para Él son todas las cosas. A Él sea la gloria para siempre. Amén (vv. 33-26).
Pablo examinó cuidadosamente la roca de la soberanía de Dios en la elección y la reprobación, y encontró joyas preciosas. Al entender mejor esta doctrina, quizá encontraremos también lo inesperado: más gozo en el evangelismo y un entendimiento más profundo de los pies hermosos de aquellos que llevan las buenas nuevas. La postura de oración en todos nosotros debería ser un golpe de la verdad: «Hasta que Dios no la cautive, el alma no podrá ser libre».