¿Alguna vez hiciste evangelismo en la calle o en una plaza? ¿O saliste a compartir el evangelio casa por casa? Si lo hiciste, sabes que es una experiencia extraña. Hay una mezcla de felicidad por cumplir con tu misión e incertidumbre por no saber qué respuestas obtendrás. Cada vez que hago evangelismo de este tipo termino agotado física, emocional y espiritualmente.
Este cansancio se multiplica cuando no vemos frutos inmediatos de nuestro evangelismo. Peor aún cuando solo recibimos indiferencia o agresiones. Y cuanto más tiempo pasa así, más se achaca el ánimo. Lo sé por experiencia. El evangelismo puede sentirse como una carga agotadora cuando parece que nadie responde a nuestro mensaje.
Aprende de los ejemplos de la Biblia
Gracias a Dios, en la Biblia tenemos muchos ejemplos de personas que nos inspiran a continuar con nuestra misión a pesar de las dificultades, como los profetas Elías y Jeremías, quienes muchas veces se sintieron solos en medio de un pueblo insensible a la voz del Señor (1 R 19:14; Jr 15:17).
En el Nuevo Testamento vemos a los apóstoles predicando el evangelio, junto a muchos otros cristianos. Todos ellos también tuvieron que soportar rechazo, oposición y sufrimientos.
Sin embargo, no cabe duda de que la figura más importante sobre el evangelismo es Jesús. Él vino al mundo para predicar el evangelio del reino y llamar a las personas al arrepentimiento (Mt 4:17). Aunque algunos respondieron en fe y otros no, nadie podía dejar de admirar Su enseñanza (Mt 7:28; 22:33).
Tal fue el compromiso de Jesús con la obra redentora del Padre que entregó Su vida para asegurar la salvación del pueblo de Dios. Su vida, muerte y resurrección es el evangelio mismo, el cual luego Sus discípulos predicaron y seguimos predicando hasta hoy.
Debemos ser fieles a la Biblia no solo en el contenido de nuestra predicación, sino también en la interpretación de las respuestas que podamos recibir
La vida de Jesús y de los demás personajes de la Biblia nos enseñan que predicar el evangelio no es fácil. Habrá rechazo y dolor; tal vez muerte. Pero pensar en el ejemplo de Su obediencia renueva nuestras fuerzas para cumplir nuestra misión y correr la carrera cristiana con paciencia.
Estas son cuatro cosas que he aprendido de los predicadores del Nuevo Testamento sobre cómo seguir adelante cuando parece que nadie responde a nuestro evangelismo.
1. Sé fiel a la Biblia
Cuando las personas rechazan nuestro evangelismo, es común que nos llenemos de preguntas y dudas. Nos empezamos a preguntar si tal vez deberíamos modificar la impresión que transmitimos a los demás a través de nuestra vestimenta, la entonación de la voz, las expresiones faciales o cosas por el estilo.
Claro que podemos mejorar la forma en que presentamos el mensaje de Jesús, para evitar malentendidos innecesarios que entorpezcan nuestro evangelismo (cp. 1 Co 9:19-23; 10:32-33). Pero, si en vez de ocuparnos en la fidelidad de nuestro contenido, nos obsesionamos con los métodos y los detalles solo para provocar una «respuesta positiva», podemos caer en la idea de que «el fin justifica los medios», y tarde o temprano nos apartaremos del mensaje bíblico.
Para evitar estos errores, debemos aprender a seguir la guía de la Biblia, tanto para que nuestro mensaje sea fiel a las Escrituras como para interpretar las respuestas de las personas a nuestra proclamación.
En este sentido, me anima pensar en el ejemplo de Pablo cuando predicó en Roma. Estuvo un día completo enseñando el evangelio, pero muchos de sus oyentes judíos no estaban del todo persuadidos y empezaron a marcharse. Lejos de desanimarse, interpretó la situación adversa a la luz de las Escrituras. Él sabía que era un pueblo de corazón insensible y que, aunque su incredulidad era pecado, servía a un propósito mayor: la predicación a los gentiles para la gloria de Dios (Hch 28:25-29; cp. Ro 11:11-12).
Me asombra pensar que no era la primera vez que los judíos rechanzaban a Pablo; sin embargo, nunca dejó de predicar el mismo mensaje. Jamás negoció el evangelio, sino que aprendió a interpretar aquellas respuestas negativas a la luz de las Escrituras.
Debemos aprender de Pablo a enfocarnos en ser fieles a la Biblia no solo en el contenido de nuestra predicación, sino también en la interpretación de las diferentes respuestas que podamos recibir. Si lo hacemos con esa convicción, estaremos en paz por cumplir con nuestra parte, aun cuando parece que nadie responde al evangelio con fe.
2. Llora por los perdidos
Aún cuando sabemos que algunas personas no creerán en nuestro mensaje, el rechazo sigue siendo una experiencia dolorosa. Pero debemos asegurarnos de que sea el dolor «correcto».
Digo esto porque a veces nos hundimos en la autocompasión, que suele ser nuestra primera reacción, y tomamos el rechazo como una ofensa personal. Nos pone mal que nos respondan de mala gana, que se burlen de nuestra fe, que murmuren por lo bajo mientras nos dan la espalda.
Debemos tener un corazón sensible por las almas que se pierden y por la gloria de Dios que es despreciada
Todo esto es doloroso, pero tenemos motivos más grandes para llorar y sentir dolor: el destino eterno de aquellos que desprecian nuestro mensaje. Ese era el tipo de lamento que llenaba el corazón de Jesús, al ver que la ciudad de Jerusalén era dura para escuchar la voz de Dios. Cuántos profetas y predicadores predicaron allí, pero cuando el Cristo prometido llegó no creyeron en Él, sino que lo mataron (Mt 23:37).
A la luz del ejemplo de Jesús, es bueno que también lloremos cuando nadie parece responder a nuestro mensaje. Debemos tener un corazón sensible por las almas que se pierden y por la gloria de Dios que es despreciada. Es inevitable sentir dolor cuando nadie parece responder al evangelio, pero no llores por ti, para que tu ánimo no caiga en la frustración y el enojo; llora por ellos y que tu lamento te dé nuevas fuerzas para seguir insistiendo.
3. Renueva tu esperanza en el privilegio de tu misión
Es bueno que sepamos llorar por los que se pierden, pero no debemos dejar que nuestro corazón more en el dolor. Debemos levantarnos con una esperanza renovada para predicar el evangelio con ánimo y valor.
Cuando Pablo recibió cuestionamientos sobre su ministerio y estuvo obligado a defender su trabajo, sabía que, en última instancia, no dependía de las opiniones humanas. Seguramente sintió mucho dolor al ser cuestionado por aquellos a quienes había compartido el evangelio (1 Co 9:1-2); sin embargo, él no seguía adelante porque buscara el reconocimiento de otros, sino porque predicar el evangelio era su vocación.
Pablo estaba convencido de que predicar el evangelio era un llamado sagrado, un privilegio que Dios le había concedido. A tal punto llegaba su pasión que exclamaba: «Ay de mí si no predico el evangelio» (v. 17). No predicaba tratando de conseguir algo de los demás, ya sea material o simbólico; ganancia monetaria o alabanzas vanas. «¿Cuál es, entonces, mi recompensa? Que al predicar el evangelio, pueda ofrecerlo gratuitamente sin hacer pleno uso de mi derecho como predicador del evangelio» (v. 18).
Nosotros también podemos aprender una valiosa lección respecto a nuestra tarea de evangelismo. Así como Pablo seguía adelante con su ministerio apostólico, nosotros también debemos renovar nuestro compromiso y esperanza con la gran comisión sin pensar en las recompensas inmediatas y terrenales que podamos conseguir, sino ponderando el gran privilegio de nuestra tarea.
Renovemos nuestra esperanza y compromiso con la predicación del evangelio al pensar que es un verdadero honor participar de la obra de Dios de llenar el mundo con Su gloria. Cumplir con nuestra misión nos llena de sentido y propósito, y nos alegra el corazón; nos da un objetivo para vivir y una buena razón para morir.
Cuando nadie parece responder a tu evangelismo, no dejes que tu ánimo dependa de las respuestas de las personas. Sigue predicando a Cristo «por amor del evangelio, para ser partícipe de él» (v. 23).
4. Deja todo en manos de Dios
Reconozco que es difícil seguir predicando el evangelio cuando no se ven frutos a corto plazo. No quiero caer en el discurso hiper optimista y simplón de que debemos tener siempre el buen ánimo de un vendedor, a pesar del rechazo de las personas. Para nada.
Sé que es doloroso, sé que es tentador bajar los brazos, sé que no es fácil. Créeme, lo sé muy bien. Sin embargo, a pesar de los rechazos y la aparente falta de resultados, debemos seguir obedeciendo la comisión que Jesús nos dejó. Para eso debemos aprender a dejar todo en las manos de Dios.
Cumplir con nuestra misión nos llena de sentido y propósito, y nos alegra el corazón; nos da un objetivo para vivir y una buena razón para morir
Aquí también resulta útil el ejemplo de Pablo. Cuando estuvo predicando a tiempo completo en Corinto, pasó varias semanas explicándoles el evangelio, pero sus oyentes judíos se opusieron. Pablo recibió rechazo e insultos, y hasta lo llevaron ante el tribunal civil tratando de incriminarlo. Así pasó por casi dos años (cp. Hch 18:4, 11, 18). ¿Por qué continuar allí por tanto tiempo, soportando una oposición feroz?
Pablo sabía que todo estaba en las manos de Dios, quien tenía grandes planes para aquella ciudad: «Por medio de una visión durante la noche, el Señor dijo a Pablo: “No temas, sigue hablando y no calles; porque Yo estoy contigo, y nadie te atacará para hacerte daño, porque Yo tengo mucha gente en esta ciudad”» (vv. 9-10).
Cuando te sientas desanimado por la falta de frutos en tu evangelismo, recuerda que Dios está en control de los resultados. Y Él tiene mucho pueblo todavía; tiene pueblo en cada familia, tribu y nación. No bajes los brazos; aunque tarden, puedes estar seguro de que los frutos llegarán. Sé fiel a tu misión y deja los resultados en manos de Dios.
La Palabra de Dios nos fortalece
Hay muchas lecciones valiosas en el Nuevo Testamento sobre el evangelismo y el cumplimiento de la gran comisión. Sin embargo, estoy especialmente agradecido por los ejemplos de aquellas personas que se mantuvieron firmes a pesar del rechazo.
Predicar el evangelio en lugares de gran aridez espiritual es una tarea desafiante y donde el desánimo acecha al corazón. Pero incluso ante estos escenarios, la Palabra de Dios nos fortalece para seguir adelante con nuestra misión. Nos enseña a enfocarnos en lo importante sin desesperarnos por los detalles menores; nos permite llorar y lamentarnos de la manera correcta; nos anima a renovar nuestra esperanza para continuar predicando; y nos invita a dejar todo en manos de Dios.
No te desanimes en tu evangelismo. Sigue adelante a pesar de que no veas frutos inmediatos. La Palabra de Dios no volverá vacía y la tierra será llena del conocimiento de Jesús (Is 55:11; Hab 2:14).