Dios llamó a mi esposo al pastorado y, como su ayuda idónea, he sido partícipe de las bendiciones adjuntas. Lamentablemente, en los más de veinte años de ministerio, también he sido testigo del lado oscuro del pastorado: las críticas, los insultos, las agresiones verbales, los desaires y muchas otras acciones que han lastimado profundamente a mi familia.
Sé por experiencia que cuando nuestra familia es objeto de ofensas es fácil llenar nuestro corazón de amargura y resentimiento contra quienes agravian a quienes amamos. Como esposas de pastores, tenemos sentimientos y luchas como todos los demás. Pero, al igual que los demás creyentes, también somos confrontadas en la Palabra con el mandamiento de amar a quienes parecen no amarnos, incluyendo a quienes nos ultrajan a nosotras y a los nuestros, con la misma intensidad, profundidad y gracia que Dios nos ha mostrado (Mt 5:43-46).
Entonces, ¿cómo amamos genuinamente a quienes ofenden a nuestra familia? No es tarea sencilla, pero, con la sabiduría divina de las Escrituras y la guía del Espíritu Santo, es posible. Aquí te comparto cuatro consejos que pueden ayudarte, así como me han ayudado a mí.
1. Recuerda que somos llamadas a amar a nuestros ofensores
Recordemos que antes de ser esposas de pastor somos seguidoras de Jesús, y Su verdad se aplica también a nosotras. Él enseñó: «Amen a sus enemigos y oren por los que los persiguen, para que ustedes sean hijos de su Padre que está en los cielos; porque Él hace salir Su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos (Mt 5:44-45).
Además, Pablo describe a la iglesia como el cuerpo de Cristo (1 Co 12) y explica que los muchos miembros del cuerpo son necesarios para cumplir la misión de Dios. Como creyentes, nosotras pertenecemos al cuerpo de Cristo y, por lo tanto, somos llamadas a buscar el bien común de Su iglesia, por amor al prójimo y en obediencia a Dios.
Pablo también alude a esta imagen del cuerpo para resaltar que como creyentes tenemos la responsabilidad de usar nuestros dones espirituales para el beneficio del cuerpo. Pablo eleva la exhortación al recordarle a sus lectores que amar sin hipocresía constituye un deber cristiamo (Ro 12:9), y también instruyó:
- «Nunca paguen a nadie mal por mal» (v. 17).
- «Si es posible, en cuanto de ustedes dependa, estén en paz con todos los hombres» (v. 18).
- «Amados, nunca tomen venganza ustedes mismos, sino den lugar a la ira de Dios» (v. 19).
- «No seas vencido por el mal, sino vence el mal con el bien» (v. 21)
La Escritura es clara en el tema. Necesitamos elegir correctamente entre ignorar la Palabra de Dios, atesorando rencor en nuestro corazón, o buscar la dependencia del Espíritu Santo, para que nos ayude a vivir conforme a Sus propósitos.
2. Reconoce tu capacidad de ofender
Un antiguo pastor decía: «Cada vez que apuntas con el dedo a alguien, hay tres dedos apuntando hacia ti». El Señor Jesús lo dijo así: «¿Por qué miras la mota que está en el ojo de tu hermano, y no te das cuenta de la viga que está en tu propio ojo?» (Mt 7:3).
Dios nos ama y nos usa a pesar de quienes somos. Extendamos gracia a otros sabiendo que no somos mejores que ellos
Ni tú ni yo estamos exentas de pecar. Nuestra pecaminosidad nos mete en líos cuando criticamos, juzgamos o cuando decimos algo imprudente, insensible o hiriente. Pero muchas veces nuestra arma de ataque más devastadora son los pecados de omisión (cp. Stg 4:17). Todas hemos caído en la tentación de callarnos la verdad o de limitarnos de actuar en amor, generosidad, bondad, mansedumbre, cuando deliberadamente escogemos a quién le mostramos esas virtudes. Sin embargo, cuando reconozco mi necesidad de ser perdonada por Dios, profundizo en mi entendimiento de la misericordia de Dios.
En Mateo 10, Jesús llama y envía a Sus discípulos a cumplir Su llamado. En Sus instrucciones de lo que debían hacer y no hacer, Jesús les dice: «De gracia recibieron, den de gracia» (v. 8). Los discípulos eran testigos de primera mano de la apoteósica gracia que los había llamado a pertenecer al reino convirtiéndolos en pescadores de hombres. Era momento de dar de lo mucho que habían recibido. En Su gracia abundante, Dios nos ama y nos usa a pesar de quienes somos. Extendamos gracia a otros sabiendo que no somos mejores que ellos.
3. Cada ofensa te permite mostrar gracia o sembrar disensión
En un podcast de la conferencia TGC 2023 escuché que casi un cincuenta por ciento de los pastores en Estados Unidos consideran dejar su cargo. Una de las razones más comunes es que experimentan soledad y aislamiento. Pero también se mencionó: «los factores contribuyentes son varios, pero no nos olvidemos de la esposa del pastor. La esposa del pastor tiene un rol sumamente importante en el ministerio pastoral». Como esposas de pastores, tenemos el poder de magnificar o minimizar un problema entre la congregación y el pastor.
El autor de Hebreos nos exhorta a buscar la paz con todos (12:14), sin excepción, y nos advierte contra las raíces de amargura que pueden brotar entre los creyentes causando dificultades y contaminación entre la iglesia (12:15). El objetivo es cuidarnos «de que nadie deje de alcanzar la gracia de Dios» (12:15a). Cuando damos paso a la toxicidad de la amargura no solo nos privamos de experimentar la gracia de Dios en su plenitud, sino que contribuimos a contaminar la iglesia sembrando disensión.
Agradezcamos por la gracia sustitutiva de Jesucristo en la cruz. Por Su gracia y Su justicia podemos amar a quienes nos cuesta amar
Hermana y amiga, confieso con vergüenza que más de una vez he esparcido veneno en el corazón de mi esposo al dejar que mi pecado de ira y amargura haga estragos en su mente y en su corazón, al emitir juicio sin gracia. Afortunadamente, tenemos acceso directo al trono de gracia para confesar nuestros pecados y recibir misericordia y poder para cambiar nuestro enfoque (He 4:15-16). No dejemos que el enemigo nos use como piedra de tropiezo, más bien seamos agentes de paz, amor y perdón.
4. Ora por tus ofensores
La esposa del pastor necesita no solo amar y perdonar a quienes ofenden a su familia, sino también orar por ellos.
Quizá este sea el reto más grande, porque normalmente nuestras oraciones suelen ser irrenunciablemente consagradas a los nuestros y lo que nos importa. Orar por personas que parecen empeñadas en dañarnos puede parecer demasiado para nosotras. Pero la Escritura dice: «Bendigan a los que los persiguen. Bendigan, y no maldigan» (Ro 12:14). El contexto de estas palabras —que mencioné anteriormente— nos invita a amar sin hipocresía y a hacer el bien a quienes nos hacen mal. ¿Qué mejor manera de hacer bien a alguien que orando por esa persona?
He sido testigo del milagro de gracia que Dios hace cuando oramos por quienes ofenden a nuestra familia. A través de una oración sumisa, que pide a Dios por un corazón compasivo, bondadoso y paciente para amar a quienes nos hieren, Dios renueva nuestro entendimiento y nos permite ver a las personas como Él las ve.
La labor de la esposa del pastor es ardua y muchas veces pasa desapercibida. Al mismo tiempo, el enemigo busca desunir y confundir a la iglesia. No caigamos en su trampa. Más bien, arraiguémonos en la promesa de que el Señor es nuestra porción y le dará a cada quien su recompensa. Por ahora, descansemos en la obra del Espíritu Santo que nos capacita para hacer lo inimaginable —mostrar gracia a quienes nos hacen daño— y agradezcamos por la gracia sustitutiva de Jesucristo en la cruz. Es por Su gracia y Su justicia que podemos amar a quienes nos cuesta amar.