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Proverbios 13-15 y Romanos 2-3

El lento para la ira tiene gran prudencia,
Pero el que es irascible ensalza la necedad.
(Prov. 14:29)

Las noticias en los periódicos siempre generan en mí una cuota diaria de enojo, compasión, tristeza, amargura, y muchos otros sentimientos encontrados. Leer el periódico es como recibir un diagnóstico diario de la salud humana alrededor de nuestro pequeño planeta azul, y tenemos que decir con sinceridad que las noticias siempre nos dejan con un desagradable panorama sombrío en el horizonte.

Hay una historia que se ha repetido mucho en los últimos tiempos y que tiene que ver con la gran crisis de opioides que existe, especialmente, en los Estados Unidos. Les contaré una historia real que se repite de múltiples maneras. Una joven madre soltera y drogadicta está siendo juzgada porque hace unos meses dejó a sus hijos, el mayor de un poco más de un año y el otro de tan solo tres meses, abandonados por 10 días en su casa, mientras ella se iba tras su novio. Los niños murieron de hambre y abandono mientras ella estuvo ausente. Cuando ella regresó y descubrió lo sucedido, lo único que hizo fue tirar a la basura el cuerpecito del más pequeñito y cubrir con una manta el cuerpo del más grande, para luego volver a donde su nuevo novio. Solo el olor putrefacto que salía de la casa pudo hacer que los vecinos llamen a la policía.

¿Cómo no encolerizarnos con situaciones como estas? ¿Cómo no sentir que nuestra sangre hierve de impotencia y rabia ante tanta maldad? No hay duda de que el enojo o la ira también son manifestaciones sanas de disgusto o irritación ante situaciones que nos parecen desagradables, injustas, o graves. Sin embargo, el enojo es un estado anímico peligroso porque se puede caer rápidamente en la desproporción o el descontrol. Por eso existen muchas enseñanzas en la Biblia en donde el Señor nos invita a tener mucha sabiduría para enfrentar los momentos de ira y enojo.

Actuar sabiamente con el enojo significa no permitir que mi ira se desboque haciéndome decir o hacer cosas de las cuales tendré que arrepentirme poco tiempo después. La primera señal de un enojo desbocado son las palabras hirientes que, como un río crecido y salido de su cauce, inundan todo lo que encuentran a su paso.

Entonces, aprender a refrenar la ira tiene que ver con aprender a comunicarnos con el corazón y no con el hígado: “La suave respuesta aparta el furor, Pero la palabra hiriente hace subir la ira… El corazón del justo medita cómo responder, Pero la boca de los impíos habla lo malo” (Prov. 15:1,28).

No nos engañemos tratando de culpar a los demás por nuestra incapacidad de dominarnos a nosotros mismos.

Uno de los errores que cometemos al evaluar nuestro enojo, es el hacerlo sobre la base de las circunstancias externas. “¡Si tú supieras lo que me hizo!” o “¿Cómo hubieras reaccionado tú si es que…?”, son las frases características para justificar un enojo desproporcionado. Sin embargo, la Biblia dice con absoluta claridad: “El lento para la ira tiene gran prudencia, Pero el que es irascible ensalza la necedad” (Prov. 14:29). El enojo debe evaluarse desde la realidad interior, desde nuestra sabiduría e integridad personal, y no desde las circunstancias que lo fomentaron. Nuestro Dios no mira lo que miran comúnmente las personas (apariencias, poses, discursos, gestos, etc.). Por el contrario, Él va directamente a la esencia de la realidad humana, a su propia conciencia.

No nos engañemos tratando de culpar a los demás por nuestra incapacidad de dominarnos a nosotros mismos, porque algún día no tendremos que dar cuenta a Dios no de nuestras circunstancias, sino de la realidad de nuestro corazón en cada momento de nuestras vidas. Así lo dice el apóstol Pablo: “el día en que, según mi evangelio, Dios juzgará los secretos de los hombres mediante Cristo Jesús” (Ro. 2:16). Ese día, el Señor no traerá a colación los periódicos que demostrarán los motivos de tus enojos. Por el contrario, Él evaluará tu vida conforme a lo secreto de tu vida interior, conforme a la vida que llevas dentro de tu propia conciencia… porque la persona que eres en tu interior, es la persona que eres en realidad.

Como ya hemos mencionado, el enojo puede ser un buen elemento que nos ayude a enfrentar nuestros problemas con sentido de justicia, decisión firme y empuje. Por ejemplo, el saber de una injusticia que se comete con nosotros ú otros, puede hacer que reaccionemos con mayor esfuerzo en búsqueda de la solución. Sin embargo, si perdemos el control sobre nuestro enojo, entonces no ayudaremos a solucionar el problema, sino que avivaremos la dificultad: “El hombre irascible provoca riñas, Pero el lento para la ira apacigua pleitos” (Prov. 15:18). Muchas veces nuestros problemas son fáciles de resolver con una buena de dosis de enojo y autocontrol; pero si la ira se vuelve indomable, será como querer apagar un incendio echándole gasolina al fuego.

Los Proverbios nos enseñan a aprender a atrasar el reloj de la ira sin dejar de ser puntuales en la justicia y la rectitud.

Hay mucha gente que le da razón a su ira o enojo por razones justas (lo que es válido), pero muchos al hacerlo también están justificando lo que el Señor descalifica: La ira descontrolada, de mecha corta, irreflexiva, de palabras terribles y destructiva. Es verdaderamente triste vivir al lado de una persona descontrolada y explosiva, por más inteligente y dotada que ésta sea, o por más justa que sea la causa que está defendiendo. Por eso, el proverbista dice con propiedad: “El hombre pronto a la ira obra neciamente, Y el hombre de malos designios es aborrecido” (Prov. 14:17).

Los Proverbios nos enseñan a aprender a atrasar el reloj de la ira sin dejar de ser puntuales en la justicia y la rectitud: “El hombre se alegra con la respuesta adecuada, Y una palabra a tiempo, ¡cuán agradable es!” (Prov. 15:23). ¿Te causan alegría las palabras que dices cuando estás enojado? ¿Es tu enojo una oportunidad para demostrar tu sabiduría y tu temple, o tu necedad y falta de dominio propio? Sé que lo que el Señor nos pide no es nada de fácil, pero, ¿quién dijo que lo que valía la pena sería fácil o no requeriría de esfuerzo?

Una vez más, el maestro de sabiduría dice, como para que no lo olvidemos, “La necedad es alegría para el insensato, Pero el hombre inteligente anda rectamente” (Prov. 15:21).


Imagen: Lightstock.
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