“Pero cuando Faraón vio que la lluvia y el granizo y los truenos habían cesado, pecó otra vez, y endureció su corazón, tanto él como sus siervos” (Éxodo 9:34).
En este capítulo de la historia bíblica de Moisés, vemos a este líder enfrentarse vez tras vez a Faraón, pero no sin titubear y mostrar sus debilidades e inseguridades ante el poderío y la autoridad humana.
Sin embargo, lo vemos experimentar también la provisión de Dios para él, y diversas evidencias de su gracia para poder salir adelante en cada reto. ¡Esto debe ser de ánimo para nosotros! Para Moisés, se trataba del principio de un largo recorrido para llegar a la tierra prometida. Habría muchas más oportunidades para crecer en el ministerio y la dependencia de Dios.
Sin embargo, en esta ocasión quisiera que consideráramos identificarnos con Faraón, quizá por primera vez. Los creyentes hemos experimentado una obra de la gracia de Dios arrepintiéndonos de nuestros pecados, reconociendo la provisión de Él en nuestro favor en el evangelio, y depositando nuestra confianza y esperanza en Él. Sin embargo, las luchas de nuestro corazón en realidad están empezando, como cuando Faraón se encuentra con Dios. Antes no había una nueva naturaleza en nosotros, que ahora se revela en nuestras vidas gracias al Espíritu Santo y está en conflicto con nuestra vieja naturaleza.
Como Faraón, somos confrontados a “dejar ir” ciertas cosas en nuestra vida que eran valiosas para nosotros y nos proveían seguridad, felicidad, y propósito. Cosas que alimentaban la idea de que éramos faraones supremos de nuestro reino. Vez tras vez, como Faraón ante la evidente obra de Dios, también podemos resistirnos a Él cuando vemos amenazados a nuestros queridos ídolos.
El llamado de Moisés a Faraón era que dejara ir al pueblo de Dios para que este pueblo sirviera y adorara al Señor. Así también, además de ser llamados a dejar ir tales ídolos, somos llamados a servir solo a Dios cómo nuestro único Señor, respondiendo a su gracia en adoración. En la obra redentora de Dios está la verdadera libertad de las cosas que nos esclavizan en este mundo, y también hallamos el propósito por el cual fuimos creados.
Las buenas noticias para ti y para mí son que, a diferencia del caso de Faraón que Dios usó para juzgar a los egipcios, en nuestro caso Dios no dejará de confrontarnos hasta que podamos salir de las garras de la esclavitud y ser guiados por el resto de nuestra vida sanos y salvos a nuestra Tierra Prometida.
Piensa en esto hasta que tu corazón responda gozosamente en adoración.