«Puedes ser lo que quieras, menos un perdedor».
¿Suena duro? Tal vez. Eso me dijo mi papá cuando estaba en secundaria, reflexionando sobre mi futuro. Para él, ¿qué significaba ser un perdedor? No se refería a quien tuviera menos puntos al final del juego, sino a la persona que no se esforzaba, quien vivía de manera desganada, quien no «sudaba la camiseta» (ya sea literal o metafóricamente). Tenía que ver con el esfuerzo.
No me sorprendieron sus palabras. Él era entrenador de baloncesto y yo un jugador mediocre. Recuerdo que el momento en que lo sentí más orgulloso de mí fue cuando gané el «premio al esfuerzo» en un campamento de baloncesto de verano. Ser lento y medir apenas uno setenta y cinco no era mi culpa, pero sí lo sería que otros se esforzaran más que yo.
Si hubiera querido expresarlo en términos más bíblicos, podría haber dicho: «Puedes ser lo que quieras, menos un perezoso». La Escritura considera el trabajo duro como algo bueno, mientras que la pereza se define como la evasión o el resentimiento hacia el trabajo. Los jóvenes que desean vivir piadosamente deben aprender a identificar la trampa de la pereza y resistirse a ella.
Actitudes hacia el trabajo
Por lo general, las personas se ven tentadas a trabajar demasiado o muy poco. Pensemos en Israel tras su salida de Egipto, después de cuatrocientos años de esclavitud: les costó guardar el día de reposo. Aun después de recibir la orden explícita de observarlo, «en el séptimo día, algunos del pueblo salieron a recoger» (Éx 16:27). Se habían vuelto adictos al trabajo por reflejo, tras trabajar los trescientos sesenta y cinco días del año hasta donde alcanzaba su memoria.
Los jóvenes que desean vivir piadosamente deben aprender a identificar la trampa de la pereza y resistirse a ella
En nuestra era de abundancia, nuestro instinto suele ser el contrario. La necesidad de trabajar duro ya no es la de antes. Según datos de la Bureau of Labor Statistics (Oficina de Estadísticas Laborales) de Estados Unidos, los empleados del sector privado trabajaron un promedio de 34,5 horas semanales en 2023-24, una cifra inferior a las 61 horas semanales de mediados del siglo XIX (Robert Whaples, 1990). Cuanto más próspera es una cultura, menor es la presión por trabajar largas y arduas jornadas, pues la supervivencia se da por sentada.
El mandamiento del día de reposo, sin embargo, nos señala una dirección distinta: Seis días trabajarás; no cinco, ni cuatro, ni tres medias jornadas.
Con demasiada frecuencia, anhelamos huir del trabajo. Sin embargo, aunque el trabajo fue maldecido por el pecado, es una característica inherente al diseño de Dios, no un error. El trabajo fue la razón por la que Adán fue puesto en el huerto. De hecho, el primer problema que encontramos antes de la caída es que «no había hombre para labrar la tierra» (Gn 2:5). El ser humano es la solución a esa «falta de trabajadores».
Una palabra de Proverbios
Para quienes vivimos en esta época de poco trabajo, Proverbios tiene un mensaje crucial: ¡No seas perezoso! La incapacidad o la falta de voluntad para esforzarse es corrosiva, letal y muy tentadora. El ámbito laboral no es moralmente neutro; la pereza y sus consecuencias siempre están al acecho, listas para infiltrarse y arruinarlo todo. Medita en Proverbios 6:6-11:
Ve, mira la hormiga, perezoso,
Observa sus caminos, y sé sabio.
La cual sin tener jefe,
Ni oficial ni señor,
Prepara en el verano su alimento
Y recoge en la cosecha su sustento.
¿Hasta cuándo, perezoso, estarás acostado?
¿Cuándo te levantarás de tu sueño?
«Un poco de dormir, un poco de dormitar,
Un poco de cruzar las manos para descansar»,
Y vendrá tu pobreza como vagabundo,
Y tu necesidad como un hombre armado.
La Escritura considera el trabajo duro como algo bueno, mientras que la pereza se define como la evasión o el resentimiento hacia el trabajo
La hormiga no necesita que su madre, su padre o su jefe la insten a trabajar; su motivación es intrínseca. Prepara, recoge y se ocupa; la hormiga no descansa durante el verano, pues sabe que el invierno se acerca. La insensatez de la pereza se denuncia una y otra vez en el libro de Proverbios:
- «Como vinagre a los dientes y humo a los ojos, / Así es el perezoso para quienes lo envían» (Pr 10:26).
- «La mano de los diligentes gobernará, / Pero la indolencia será sujeta a trabajos forzados» (Pr 12:24).
- «El alma del perezoso desea mucho, pero nada consigue, / Sin embargo, el alma de los diligentes queda satisfecha» (Pr 13:4).
- «Desde el otoño, el perezoso no ara, / Así que pide durante la cosecha, pero no hay nada» (Pr 20:4).
- «El deseo del perezoso lo mata, / Porque sus manos rehúsan trabajar» (Pr 21:25).
«Pereza» podría interpretarse como ociosidad, lentitud u holgazanería. Es la diferencia entre caminar con determinación y simplemente vagar sin rumbo. Su opuesto es la «diligencia», un término que, en su sentido más tangible, evoca algo que ha sido afilado, labrado o esculpido; es una cualidad dinámica, vinculada a la subyugación y al dominio. Es la fuerza creadora que se aplica al campo baldío. Es el principio de «con el sudor de tu rostro comerás el pan» (Gn 3:19).
Nuestro trabajo no es un mero medio de subsistencia, sino una forma de vivir de acuerdo con los planes que Dios tiene para nosotros
Sin embargo, la supervivencia no es la única motivación para nuestro trabajo. El apóstol Pablo afirma: «Porque somos hechura Suya, creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas» (Ef 2:10). Nuestro trabajo no es un mero medio de subsistencia, sino una forma de vivir de acuerdo con los planes que Dios tiene para nosotros. Dios mismo trabajó al crearnos, capacitándonos para realizar esas buenas obras que Él había diseñado para nosotros desde antes de la fundación del mundo.
La pereza es más que necedad
En la parábola de los talentos (Mt 25:26-30), el señor entrega distintas sumas de dinero a sus siervos. Al siervo que no hizo nada con la inversión recibida, el señor le dice:
«¡Siervo malo y perezoso! ¿Sabías que siego donde no sembré, y recojo donde no esparcí? Debías entonces haber puesto mi dinero en el banco, y al llegar yo hubiera recibido lo mío con los intereses. Por tanto, quítenle el talento y dénselo al que tiene los diez talentos (26 kilos de plata)». Porque a todo el que tiene, más se le dará, y tendrá en abundancia; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Y al siervo inútil, échenlo en las tinieblas de afuera; allí será el llanto y el crujir de dientes.
La pereza, entonces, no es solo una cuestión de necedad, sino de pecado. Llegados a este punto, es inevitable que todos nos sintamos confrontados. Incluso quienes han vivido con esmerada diligencia y una productividad tenaz y resiliente reconocerán que jamás han aprovechado el tiempo a la perfección. Otros, que han caído en la pereza de manera esporádica o incluso constante, admitirán la necesidad de administrar mejor sus vidas. Hay también quienes, a pesar de usar su tiempo de forma excelente, viven atormentados por una ansiedad persistente, casi paralizante, sintiendo que nunca hacen lo suficiente. Los cristianos no trabajamos para ganar la aprobación de Dios, sino que lo hacemos impulsados por ella, en el poder del Espíritu y con la seguridad que nos da el haber sido adoptados como hijos Suyos.
La batalla de todo joven
Los jóvenes de esta generación son especialmente vulnerables a la pereza. Las oportunidades de entretenimiento son ilimitadas: las consolas de videojuegos y los teléfonos inteligentes suministran dopamina a nuestro sistema como si fuera un goteo intravenoso. Enemigos irreales, batallas ficticias, sexo simulado, riesgos inexistentes, camaradería artificial y victorias vacías nos seducen a cada instante.
Veo a demasiados jóvenes (menores de cuarenta años, pero sobre todo menores de veinticinco) que carecen de temple y ambición, y que no viven conforme al primer llamado que recibió la humanidad: sojuzgar la tierra y ejercer dominio sobre ella. Amasa el pan. Ara el campo. Cosecha los frutos. Levanta un negocio. Forja una carrera. Invierte en el bien común (cp. Gn 1:28; Jr 29:4-7). La creación no se desarrollará por sí sola; somos colaboradores bajo el dominio de Dios, y una vida de disciplina y productividad es la que «aprovecha bien el tiempo» (Ef 5:16). No te obsesiones con erradicar la prisa; obsesiónate con erradicar la pereza, la insensatez y el derroche.
Los cristianos no trabajamos para ganar la aprobación de Dios, sino que lo hacemos impulsados por ella
El profeta Jeremías escribió: «Bueno es para el hombre llevar el yugo en su juventud» (Lm 3:27). Si eres joven, actúa como tal. Entrégate con todas tus fuerzas. El sudor es parte del proceso. El trabajo no se limita al empleo o al emprendimiento; se trata de ser productivo en todas las áreas: en la profesión, en las tareas del hogar, en el desarrollo personal, en la crianza de los hijos y en la administración de la casa. Es el esfuerzo que da forma a una vida.
Trabaja duro: en el empleo y en la familia
Muchos jóvenes temen convertirse en «adictos al trabajo». Les preocupa, y con razón, la idea de descuidar a sus familias por dedicar demasiadas horas a la oficina. Sin embargo, la solución a esta tensión no consiste simplemente en reducir las horas de trabajo remunerado, sino en esforzarse en todos los ámbitos de la vida. Reflexiona sobre Eclesiastés 9:9-10:
Goza de la vida con la mujer que amas todos los días de tu vida fugaz que Él te ha dado bajo el sol, todos los días de tu vanidad. Porque esta es tu porción en la vida y en el trabajo con que te afanas bajo el sol. Todo lo que tu mano halle para hacer, hazlo con todas tus fuerzas.
La Escritura describe tanto la vida familiar como el empleo como trabajo duro. Disfrutar de tu familia implica esfuerzo. Trabajar con tus manos también implica esfuerzo. El esfuerzo no está reñido con el disfrute. Al mismo tiempo, resistir la forma de comodidad moderna —en la que el tiempo dedicado a jugar sin propósito invade el diseño de Dios para el trabajo— será una actitud contracultural.
Haz tus quehaceres
Vivimos en la casa del Padre, amados y bendecidos por pura gracia. Pero ser miembros de la familia trae consigo ciertos quehaceres. No trabajamos para ganarnos el favor de Dios, sino porque el Padre anhela nuestra participación y se complace cuando vivimos de acuerdo con el diseño que Él estableció para nosotros como hijos Suyos.
Joven, en una cultura marcada por el lujo, la abundancia y la mentalidad de merecerlo todo, es más sensato asumir que tiendes a la pereza que creer que estás trabajando en exceso. Combate a ese perezoso que llevas dentro, el que te incita a la holgazanería, te mantiene enganchado a pasatiempos y al consumo indiscriminado de contenido digital, y te impide tener la suficiente autoestima para creer que, tal vez, solo tal vez, Dios puede hacer grandes cosas a través de tu arduo trabajo.
Confía en Su gracia, guarda el día de reposo y, después, «todo lo que hagas, hazlo de corazón, como para el Señor» (Col 3:23).