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Nota del editor: 

Te invitamos a leer también el artículo La predicación en tiempos de Zoom, dirigido especialmente a pastores y predicadores.

Ver la transmisión en vivo del sermón de tu iglesia no es ver una película en Netflix. Tu pastor tampoco es un youtuber. Sé que es obvio, pero corremos el riesgo de olvidarlo… lo cual es peligroso para nuestras almas.

Lo sé porque en semanas pasadas vi la transmisión del sermón de mi iglesia en pijamas y en el mismo lugar donde suelo ver películas en casa. Eso no es pecado en sí mismo, pero mi esposa y yo notamos que esta es una forma de comunicar a nuestra cabeza que el sermón en línea es un programa, vídeo, o película más.

Es muy probable que estés comunicando lo mismo a tu mente.

Escuchar la Palabra juntos nos forma

Cuando estás reunido físicamente los domingos con tus hermanos en la fe, seguramente no te distraes tan fácilmente con llamadas y mensajes de WhatsApp; tal vez te daría mucha vergüenza hablar en voz alta con alguien más o que otros te miren con los ojos pegados a tu móvil. Además, congregado con la iglesia, no puedes ponerle “pausa” al sermón para dedicarte a otra cosa, como revisar rápidamente tu Instagram, ir a la cocina por un bocadillo, o distraerte terminando de arreglar algunas cosas en el hogar.

El hábito de reunirnos físicamente para escuchar la Palabra de Dios tiene un efecto formativo crucial en nosotros. Puede que en nuestras iglesias no usemos la palabra “liturgia”, pero toda iglesia tiene una. Toda iglesia tiene un orden en sus reuniones de adoración. Y el propósito de nuestra liturgia protestante, en donde la predicación de la Palabra tiene prioridad, es ayudarnos a centrar nuestros pensamientos y afectos en Dios.

Cuando oramos juntos antes de escuchar la Palabra, como un solo pueblo, y pedimos a Dios que nos hable, reconocemos colectivamente que dependemos de Su voz. Cuando el predicador expone la Palabra desde el púlpito, probablemente desde una plataforma más elevada que nosotros, lo ideal es que esto no comunique que se trata de un espectáculo (por eso la iluminación y decoración de nuestras iglesias debería importarnos) sino que la Palabra está por encima de nosotros. Escucharla no es entablar un diálogo con Dios como si estuviésemos a su mismo nivel. Se trata más bien de recibir lo que el Rey del universo enseña sobre su corazón, sus obras, y cómo debemos vivir en respuesta a la verdad.

Congregarnos para escuchar la Palabra también nos enseña que oír y obedecer a Dios no es algo que solo debemos hacer a nivel individual, sino colectivo. Al mismo tiempo, no debería ser una simple experiencia consumista para la congregación que escucha (como me temo que sucede en muchas partes). En cambio, deberíamos animarnos a escuchar la Palabra con reverencia y expectativa de confrontación y transformación, alabando a Dios en nuestros corazones cuando vemos nuestros pecados expuestos por la Escritura y la certeza de que ellos son quitados por la sangre de Cristo derramada por nosotros.

No subestimes el poder de los hábitos

¿Pero qué pasa cuando vemos la transmisión en vivo del sermón en casa como si fuese un programa más de streaming u otro vídeo de YouTube? Somos movidos a escuchar el mensaje sin la expectativa con la que debemos hacerlo, pues estamos habituados a consumir contenido en Internet no para ser transformados en lo más profundo de nuestros corazones, sino simplemente para entretenernos un rato.

Así es más fácil perder de vista la seriedad de lo que Dios nos habla. Es más sencillo olvidar que Dios no es otro influencer más. Se nos hace más natural restarle importancia a la Palabra, la autoridad del Señor, y nuestro deber de vivir como pueblo conforme a ella. Y seamos claros: la Biblia tiene advertencias contra no tomarnos la Palabra de Dios en serio (Heb. 4:7).

Las consecuencias de escuchar mal la Palabra pueden ser devastadoras para nuestras vidas

Jesús enseña la importancia de cuidar cómo escuchamos la Palabra. Luego de hablar la parábola de la semilla y los terrenos, en Lucas 8, Él nos dice: “Por tanto, tengan cuidado de cómo oyen; porque al que tiene, más le será dado; y al que no tiene, aun lo que cree que tiene se le quitará” (v. 8:18). Eso es porque el punto de la parábola es que si la Palabra no trae transformación a nuestras vidas ni produce fruto, el problema no está en ella; el problema está en nosotros. Y las consecuencias de escuchar mal la Palabra pueden ser devastadoras para nuestras vidas. Nos hace insensibles a ella, endureciendo nuestros corazones. Perdemos asombroso ante el hecho de que Dios nos habla.

Si vemos la transmisión en vivo del sermón de nuestra iglesia en el mismo ambiente, con el mismo dispositivo, con el mismo estado ánimo con que consumimos contenido para el entretenimiento, y hasta con la misma ropa, ¿cómo esperar que esto no impacte la forma en que recibimos la predicación? ¿Cómo no vamos a acostumbrarnos a ver la Palabra como algo inferior a lo que ella realmente es? No subestimes el poder de los hábitos.

Si vemos la transmisión del sermón de la misma manera en que consumimos entretenimiento, ¿cómo esperamos que esto no impacte la forma en que recibimos la predicación?

Cómo ver la transmisión del sermón sin atentar contra tu crecimiento

Necesitamos repensar nuestra relación con la tecnología en tiempos de pandemia, incluso para ver los sermones de nuestra iglesia dándoles la prioridad debida. Por la gracia de Dios, este periodo de distanciamiento social no tiene por qué ser un periodo que socave nuestro crecimiento espiritual. En cambio, bien pudiera marcar un antes y después en nuestro caminar con el Señor. El Dios que envió a su Hijo a la cruz para redimirnos es el Dios interesado en que crezcamos a imagen de Él mientras atesoramos más Su Palabra.

Así que podemos orar a Él, rogándole que nos ayude a conducirnos con sabiduría cuando escuchamos en vivo la predicación de nuestra iglesia, preparando nuestros corazones antes de sintonizar la transmisión. Oremos que Él nos dé hambre y expectativa por su Palabra predicada, recordando que ella tiene el propósito de transformarnos. Esto es lo más importante que podemos hacer. Pero no es lo único.

Las lecciones que he compartido antes sobre cómo escuchar un sermón se aplican mucho a esta situación. Al mismo tiempo, déjame darte algunos consejos prácticos:

  • En la medida de lo posible, mira la transmisión en otro dispositivo o lugar de tu casa que no uses para ver vídeos en YouTube, películas, y series. Si solo tienes un televisor o una computadora portátil, te animo a cambiarlo de lugar solo para ver la transmisión.
  • Desconéctate de todo lo demás. Apaga tu teléfono o ponlo en silencio y en otro lugar de tu casa mientras escuchas la transmisión de tu iglesia.
  • No mires el sermón con tu ropa de dormir. No te recomiendo que te vistas para estar en casa como te vestirías para ir a la iglesia (eso sería raro), pero asearnos y cambiarnos de ropa funciona en nuestras mentes como una puerta a otra etapa del día o nuestra rutina. Esto puede ayudarte a percibir la predicación como más importante o diferente al último vídeo viral que llegó a tu teléfono esta mañana.

Vivimos en tiempos de caos, confusión, y temor. Por primera vez, muchos cristianos miran sermones en línea por el simple hecho de que no tienen la oportunidad de congregarse juntos. Este es un cambio grande para la vida de nuestras iglesias. Pero nada de esto cambia la autoridad de la Palabra y nuestra necesidad de ella. Busquemos atesorarla cada día más, descansando en Su gracia. Así podremos decir como David: “Los juicios del Señor son verdaderos, todos ellos justos; deseables más que el oro; sí, más que mucho oro fino, más dulces que la miel y que el destilar del panal” (Sal. 19:9-10).


Una versión de este artículo apareció primero en el blog de Josué Barrios.
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