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En nuestro tiempo, la sabiduría suele asociarse con la vejez. Pensamos en un anciano de túnica larga y barba blanca, a quien la vida le ha enseñado tanto que puede ofrecer consejo a cualquiera.

Sin embargo, la Escritura nos muestra que el Señor otorga sabiduría —esa aptitud de vivir una vida como a Él le place— a cualquiera que la pida (Stg 1:5). Por todo el libro de Proverbios encontramos exhortación a abandonar la necedad y procurar la sabiduría.

“Señor, dame sabiduría” se convirtió en una de mis oraciones diarias. Pero, ¿cómo? ¿De qué manera sabré que estoy caminando lejos de la necedad, abrazando la sabiduría (Pr 4:8)?

“El temor del (La reverencia al) Señor es el principio de la sabiduría;

Los necios desprecian la sabiduría y la instrucción” (Pr 1:7),

Todo empieza ahí.

El temor, la reverencia al Señor, el reconocer quién es Él y cuál es nuestra condición delante de Él, será el comienzo de un andar como Él quiere y andar como Él quiere es ir por un camino mucho más alto que el que cualquiera de nosotros puede imaginarse.

Ni los años, ni las experiencias, ni la educación nos darán algo que solo se obtiene cuando nuestra relación con el creador del universo está en su lugar correcto. Cuando le contemplas y respondes de manera adecuada. No con miedo, sino con devoción. Mirándole como el Dios supremo, justo, santo, amoroso y misericordioso que es, y respondiendo con un corazón que busca complacerle y corresponder con alabanza a sus bondades.

Esa es la verdadera sabiduría: un corazón temeroso de Dios del que brotan obras de justicia y rectitud.

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