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Jesús no vino a este mundo solamente para salvarnos; Él también vino para transformarnos. Dios nos ama demasiado como para no dejarnos iguales que antes. Y cuando Él nos cambia por su gracia, cambia también nuestra visión de todo lo demás.

El pastor Justin Burkholder habla sobre esto en su nuevo libro, ¡Quiero cambiar! Tuve la oportunidad de conversar un poco con él sobre este recurso. Lee la entrevista a continuación.


Gracias por esta entrevista, Justin, ¡y felicitaciones por tu nuevo libro! Recuerdo cuando hace más de un año me compartiste un poco la idea y desde entonces lo he estado esperando. ¿Puedes contarnos sobre cómo surgió este libro?

Hola, Josué. Muchísimas gracias por esta oportunidad de compartir un poco más acerca del libro. En realidad, este recurso nace de muchas conversaciones pastorales. En nuestras iglesias, muchas personas están entendiendo gracias a Dios la importancia de la centralidad del evangelio. Sin embargo, a la hora de vivir su cristianismo de manera cotidiana, suele haber una desconexión entre lo que saben de forma intelectual y cómo lo aplican en su vida. Como pastores, nos encontramos teniendo con los creyentes muchas de las mismas conversaciones, tratando diversos temas a la luz del evangelio. Este libro es mi intento de sistematizar y sintetizar algunas de estas conversaciones y la manera de abordarlas de forma bíblica y centrados en el evangelio. 

Uno de tus énfasis en el libro es que el mayor cambio que necesitamos no se trata de nuestras circunstancias, sino de nuestro interior. Creo que luego de un año de circunstancias tan adversas como el 2020, este es un mensaje incómodo para muchas personas, aunque necesario. ¿Cómo describes la importancia de entender que nuestro mayor problema somos nosotros mismos y nuestra necesidad de cambio?

El 2020 presentó una serie de circunstancias imprevistas e imprescindibles. Al mismo tiempo, ese año para mí simplemente ha afirmado más cómo es que el cambio genuino se trata más de lo que hay en nuestro interior que de nuestro alrededor.

Irónicamente, el año 2020, en vez de demostrar lo importante que es controlar bien nuestras circunstancias para así obtener la paz interna que tanto anhelamos, demostró lo imposible que es controlarlas. La pandemia no respeta a nada ni a nadie. No importa los recursos económicos que tengas, el trabajo que desempeñas y la estabilidad familiar que tienes, el COVID-19 y todas sus implicaciones vinieron a derribar esa seguridad circunstancial.

Necesitamos mucho más que solo hacer más obras correctas; necesitamos que primero Dios obre en nuestro corazón mediante el poder del evangelio

Al final de cuentas, no controlamos nuestras circunstancias. Sin embargo, Dios sí las controla. No solo las controla, sino que también, siendo un Padre bueno, siempre utiliza todo para el bienestar de sus hijos (Ro 8:28). Ver nuestros días de esta manera implica un cambio de perspectiva en cuanto al gozo verdadero, o lo que en el libro llamo la Vida, con “v” mayúscula a propósito. La Vida no es una existencia tranquila aquí y ahora. Se trata de conocer a Dios y caminar en intimidad con Él a pesar de lo que enfrentemos hoy. 

En ¡Quiero cambiar! vas “del corazón a la conducta”, enfatizando que necesitamos cambiar primero en lo interior si queremos tener un verdadero cambio de comportamiento que honre a Dios. ¿Cuáles son los peligros principales de enfocarnos al revés, primero en la conducta y luego en el corazón?

Creo que el peligro principal es el de volvernos fariseos. Jesús advierte en los Evangelios de aquellos que le honran con sus labios pero que sus corazones están alejados de Él (Mt 15:8-9). Además, esto resulta en un sentido de superioridad y prejuicio sobre todos los que no se conducen igual de “bien” que nosotros.

Aquí es donde empezamos a entrar a la pregunta existencial: ¿en qué consiste el ser humano? Si solo somos seres materiales que hacen y deshacen, entonces no somos nada más que nuestras obras. Sin embargo, creemos que somos más que simplemente seres materiales. Fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, lo cual incluye ciertos aspectos inmateriales (estos aspectos a los que la Biblia llama “corazón”).

Si solo nos enfocamos en cambiar la conducta, sería como esperar que un carro descompuesto empezara andar simplemente pintándolo con un nuevo color. No hemos hecho el trabajo bajo el tapón que se requiere para que pueda andar bien. Lo mismo es cierto con el ser humano. Para andar correctamente, como fuimos diseñados, se necesita mucho más que solo hacer más obras correctas; necesitamos que primero Dios obre en nuestro corazón mediante el poder del evangelio.

Una de las primeras ideas que compartes en el libro es que todo el mundo cree en “evangelios” con distintas metas, diferentes al evangelio bíblico que trae salvación y transformación. ¿Cómo podemos identificar falsos evangelios en nuestra cultura? ¿Y cómo reconocerlos nos ayuda a entender mejor la forma en que somos cambiados?

En general, yo creo que la única manera en la que podemos identificar los falsos evangelios es teniendo una vida arraigada en el verdadero evangelio. Eso no quiere decir que nunca seremos engañados, pero por lo menos nos proveerá los lentes necesarios para identificar a los falsos evangelios. Es esencial poder predicarnos todos los días el verdadero evangelio, y así recordarle a nuestro corazón necio su necesidad de confiar en él y no en los otros “evangelios” que nos ofrece el mundo.

Lo mejor de los beneficios adquiridos por Cristo a nuestro favor es la intimidad que ahora tenemos con el Padre

Al mismo tiempo, creo que para cualquiera es importante cultivar la conciencia propia necesaria para identificar las cosas en las que estamos creyendo y de las cuales dependemos. Estas son algunas preguntas de diagnóstico importantes: ¿Qué te hace feliz y por qué? ¿Qué te enoja sobre todas las cosas? Cuando las cosas no salen como quieres, ¿cómo respondes? Hay muchas más, por supuesto. Hacernos preguntas así, y evaluarnos en lo interior, nos ayuda identificar los evangelios falsos que creemos. 

En uno de los párrafos más importantes, escribes: “Si quieres cambiar, es imperativo que sepas quién eres en Cristo. Si no sabemos quiénes somos en Cristo, será fácil intentar hacer una gran cantidad de cosas para validarnos delante de Cristo sin darnos cuenta de que todo lo que anhelamos y queremos ser ya lo tenemos en Cristo” (p. 33). ¿Cómo esta verdad y escribir este libro ha podido ayudarte en tu propio proceso de crecimiento a imagen de Cristo?

Ese párrafo es uno de los lemas que más me tengo que repetir. Se me hace fácil creer que tengo que ganarme el amor de Dios. Implícitamente supongo que Dios me va a ignorar, a menos de que yo pueda atraer su atención con mi buena conducta o mis logros ministeriales.

Lo mejor de los beneficios adquiridos por Cristo a nuestro favor es la intimidad que ahora tenemos con el Padre. Él no es un Padre alejado y airado esperando castigarnos si encuentra una pizca de maldad en nosotros; Él es un Padre misericordioso que nos ve y nos ama aún antes de que pudiéramos hacer algo por Él. Nos escucha, está atento… y toda esa atención y amor del Padre le pertenece primero a Cristo, y en Su gracia la recibimos.

Para mí, eso significa que puedo dejar de ser un niñito bailando para ganarme la atención de mi Padre. Puedo proceder como un hijo amado y aceptado para siempre. Eso cambia por completo cómo veo a Dios, cómo me veo a mí mismo, y cómo veo a los demás. Nada se compara a la seguridad que esa verdad nos provee. Y nada de esto es posible fuera del evangelio de Jesucristo.

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